Para los cubanos que andan por la plena franja de edad que va de los 20 a los 50 años, el personaje de Elpidio Valdés resulta la más natural de las presencias, una pícara contraseña de identidad. Los ancianos de hoy recuerdan algo de los cómics “americanos” y los cincuentones de ahora mismo, los que nacimos en la euforia de los sesenta, pasamos de los muñequitos soviéticos a la fiesta popular y al encanto de los dibujos animados de Juan Padrón.
Muchos hemos cantado alguna vez con Carlos Varela: “No tengo Superman, tengo Elpidio Valdés/ y mi televisor fue ruso”. El trovador evoca en su canción “Memorias” la esencia de una rica saga que se impone en el alma nacional, tras décadas marcadas por dos influencias poderosas. La presencia norteamericana en la economía y también en la educación sentimental del país, se extiende desde 1902 hasta 1958. Igualmente significativa resulta la influencia soviética, sobre todo a partir de la entrada de Cuba al CAME en 1972. Según la simpatía o el posicionamiento ideológico, la gente de a pie llamó yanquis, “yumas” o “yonis”, a los del Norte, y a los de más lejos: soviéticos, rusos y –con la gracia cubana de definir más allá de la retórica– “bolos”.
Padrón crea inicialmente la figura del coronel Elpidio, como personaje secundario en una serie sobre un samurai cubano, para la revista Pionero. La llegada del “pillo manigüero” al cine se produce al final de la década de los setenta, en la que abundó lo panfletario en la vida cultural del país.
Uno de los méritos esenciales de estos dibujos animados ha sido asumir la gesta de las guerras de independencia contra España mediante unos personajes humanos, sensuales, creíbles. Elpidio, su novia María Silvia, hasta el tierno caballo Palmiche combaten con las armas pero, sobre todo, con el ingenio; aplican la fresca agudeza, la propensión a la noble travesura de una nación que está cuajando su identidad. Padrón se suma a la creación de valores nacionales y asume cierto culto a lo épico pero lo hace poniendo en valor el reino de lo personal y lo íntimo.
Comentario aparte merecería el crisol de acentos, desde el fascinante cantaíto de la zona oriental de Cuba que esgrime Elpidio, a la variación del castellano en los personajes españoles. El antagonista Resóplez habla como los gallegos –en Cuba se le llama así a todos los españoles– de nuestro Teatro Popular. Aparece también en el bando de las tropas coloniales la simpatía del andaluz.
Desde el punto de vista de la realización destaca la riqueza de los dibujos, la pujanza musical que va de la canción tema de Silvio Rodríguez a la utilización precisa de nuestros ritmos populares. En las graciosas voces que dan vida a estos seres legendarios sobresale el actor Frank González. A pesar de su rica carrera en la radio y la televisión, Frank es recordado sobre todo como “la voz de Elpidio Valdés”.
Hay en la obra de Juan Padrón una fiesta de las costumbres, una recreación del paisaje, del modo cercano y dulcemente confianzudo que tenemos los cubanos para relacionarnos con visitantes y compatriotas. La Cuba que vemos a través de la mirada heroica pero cercana de Elpidio Valdés es blanca, negra, mulata en la piel de los que la defienden. Las estrategias de los que luchan por su independencia se sostienen en la valentía del soldado o la eficacia de sus singulares soluciones para enfrentar los peligros, y también en un afilado sentido del humor que desactiva cualquier inútil solemnidad.
la animacion cubana… de las mejores… el mundo le debe un tributo
Sobre todo muy simpático. Es que así somos los cubanos. Y Elpidio Valdés se nos cuela en el alma.