Cuando empezamos a hablar de la posibilidad de una entrevista, Adrián Socorro (Matanzas, 1979) me dio a leer estos dos párrafos de Ilya Kabakov:
“El arte moderno tiene que ver con una extraordinaria confianza de cada artista en su propio genio, con la confianza de que están revelando una verdad profunda y de que son los primeros en hacerlo”.
“La conciencia del postmodernismo surge en una sociedad que no necesita nuevos descubrimientos, una sociedad que intercambia informaciones, que acepta todos los lenguajes posibles y establece interrelaciones entre ellos. Se podría afirmar que la modernidad se yuxtapone a todo lo que le ha precedido en el pasado, mientras que el postmodernismo significa sobre todo la participación en un mundo interconectado, en una red de vida artística.”
Él piensa que nada expresa mejor los presupuestos ni el camino escogido para alzar su obra. Yo también. Basta repasar sus imágenes para concluir que estamos ante un artista frondoso, intuitivo, hedonista, que se “interconecta” con el mundo circundante sin complejos ni ataduras estéticas. Conoce la tradición, sabe todo lo que lo antecede, pero no paga tributo. Su compromiso es con la obra que está surgiendo en el instante. Hay automatismo, libre fluir de la conciencia, pero también obsesiones personales que se cocinan a lo largo de los años. Cada cuadro, una aventura; cada serie, un ejercicio de dolorosa y al mismo tiempo alegre introspección. Es pintura de la mejor, suficiente en sí misma, que no precisa de explicaciones. Una descarga estética de alto voltaje, una pedrada en la mirada que intenta pasar impasible sobre la superficie agredida por el color.
Hasta el momento Adrián ha realizado veinte muestras personales entre Cuba, Estados Unidos y Australia (bipersonal), muchas de ellas en la Galería “Pedro Esquerré”, de Matanzas, ciudad donde transcurre su vida y donde tiene su laboratorio alquímico y poético.
Hablemos del principio
Los inicios en el arte fueron en la música, a pesar de que pintar ha sido mi pasión desde pequeño. Mi madre conserva una foto mía de cuando era niño, en una fiesta, tirado en el piso pintando mientras el resto jugaba. Dejaba todo a un lado por tal de pintar. Cuando ingresé en la escuela vocacional de arte “Alfonso Pérez Isaac”, de Matanzas, lo hice en la especialidad de viola, siempre con la idea fija de que cuando cumpliera 12 años realizaría el cambio para Artes Plásticas. Eso sucedería en 1990. Tuve mala suerte. Por la fecha comenzaba esa etapa de nuestra historia reciente conocida como Periodo Especial. Las numerosas carencias ocasionaron que desapareciera la enseñanza de Artes Pláticas de todos los niveles. Por eso, mi sueño de estudiar pintura se vio completamente roto. Automáticamente, y para disgusto de la familia, abandoné la academia vocacional y continué los estudios en una secundaria básica de la calle.
Fue mi padre quien le mostró mis dibujos a Pedro Carmona. A pesar de todas las dificultades materiales, éste insistía en mantener un espacio docente para la comunidad, aquí en Matanzas: el Taller “Wifredo Lam”. Allí, junto al escultor Lázaro Muñiz, impartía clases de la especialidad. En ese lugar tuve, al fin, mis primeras lecciones de pintura.
A la par tenía que seguir con las clases normales. Para entonces ya estaba en el preuniversitario. Luego vino el servicio militar, que lo pasé como dibujante. Vale destacar que entre la culminación del preuniversitario y mi entrada al servicio, trabajé seis meses en un taller de propaganda pintando a mano las vallas promocionales que se ubican al margen de las carreteras.
Ya a los 27 años entré a la Asociación Hermanos Saíz, en la sección de Artes Plásticas, lo que me sirvió como plataforma donde comenzar a desplegar mis proyectos individuales y, al mismo tiempo, me introdujo en un gremio artístico afín a mis intereses. De ahí hasta hoy.
¿Cuándo comenzaste a asumirte como artista?
Desde pequeño. El artista sabe que va a serlo, o al menos está consciente de que tiene una noción del mundo diferente a la del resto de sus contemporáneos. Así fue en mi caso.
Tu primera exposición personal fue en 2003, en Matanzas: Dibujos al pastel. Y la más reciente, Polivinilíctico, en la galería Gorría, de La Habana, data de 2020. Traza un arco de tus búsquedas entre uno y otro momento. ¿Cuál consideras tu muestra más importante?
La muestra más importante aún no le ha realizado. Y lo digo sin caer en cariños conmigo mismo. La primera que mencionas fue un acto de fe hacia un amigo poeta que en aquellos tempranos días se aventuraba, como yo, a creerse artista. Le ilustré sus textos. Se hizo en un cine de barrio.
Polivinilíctico era un lindo proyecto inicial; hubiese podido ser una hermosa muestra. Pero por causas ajenas a mi voluntad, para no entrar en detalles, no resultó así. Luego, para más ardor, llegó la pandemia a Cuba, con su enclaustramiento respectivo, tres días después de “inaugurada”. Por tanto, no la tomo como punto de referencia para detenerme y mirar atrás. Siempre voy hacia delante, procurando no aburrirme, y tratando de sorprenderme a mí mismo. La muestra más importante aún no la he pintado.
En 2017 tuviste tu primera exposición personal fuera de Cuba: Sounds of the Bay, en Nueva York. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué significado tuvo para la proyección internacional de tu obra?
Fue en Long Island, de manera muy informal, gracias al entusiasmo de un apasionado coleccionista de arte, quien llevaba ya tiempo comprándome obras. Él tiene un festival anual llamado Pirates, y dentro del marco de ese evento, con la colaboración de su esposa, se exhibió la muestra. No fue lo más grande, pero si un primer “aquí estoy”, fuera de Cuba.
Intenta contar tu genealogía. ¿Cuáles son tus paradigmas en el arte universal? ¿Reconoces a algún artista cubano como determinante en tu forma de entender y practicar la pintura? Veo en tus piezas un acento marcado de neofiguración y expresionismo.
Lo puedo resumir en los siguientes nombres: Joaquín Sorolla, Antonia Eiriz, Fidelio Ponce, Alex Kanevsky y Torn Arne Moen. En ellos he encontrado mi propio camino.
Tienes tu estudio en el Paseo Cultural, a orillas del Río San Juan, un lugar de privilegio, muy animado. Supongo que no serán pocos los paseantes que se asomen a mirar tu trabajo en gestación. ¿Te molesta eso?
Inexplicablemente, me acostumbré a pintar así, con gente que entra y sale de mi estudio. Y digo inexplicablemente porque casi a ningún artista le agrada la idea de mostrar su proceso. Pero las condiciones del lugar lo impusieron. No me quedó más remedio que adaptarme.
En los últimos tiempos le has dedicado no pocas obras al género del autorretrato. ¿Hedonismo o autoindagación?
Ambas cosas. Aunque más autoindagacion. Va de “dar la cara”. Asumirme. Parto de ahí en la serie más reciente.
¿Qué lugar ocupa Matanzas en tu obra? ¿Sounds of the Bayse se refiere a la bahía de Matanzas? ¿Cómo traducir el sonido a colores?
Mi obra la hago en Matanzas. Así que resulta seguro el contexto. No represento la ciudad en mis cuadros, pero si a los demonios más inmediatos a los que ella me acerca. Sounds of the Bays fue un título elegido por los amigos de Estados Unidos que me expusieron allá. Nada que ver. Aquí pinto y pintaré, intentando siempre vibrar con lo que hago. Que cada obra suene desde el silencio de la contemplación es mi anhelo. Ya sea desde el color o el no-color, lo importante es que me estremezca a mí primero, de lo contrario es una obra muda, sin voz… no suena.
¿Tienes temas recurrentes?
Vuelvo una y otra vez al retrato, al desnudo, al morbo, a la muerte desde lo muerto en sí; no en el propio hecho espeluznante de fallecer, sino de dar vida a lo que ya no la tiene; más que hablar de muerte me atrae la idea de provocar vida, ofrecer segundas oportunidades. Sexo y morbo son constantes, pues veo a los seres humanos como animales sexuales pensantes. Todo tiene un fin sexual. Aceptarlo o no depende de la intensidad con que aprendes de la vida.
Relaciono mi trabajo con el teatro, mi teatro. Llevo un matrimonio de más de diez años con una actriz. Todo ese tiempo frecuentando camerinos, viendo procesos de puesta en escena desarrollarse noche tras noche; los actores y actrices que entran y salen de sus personajes… Es una experiencia fuerte, dura emocionalmente.
Puedo resumir que es la poesía la que rige mi mano. Busco asombrarme a mí mismo, perturbarme cuando estoy relajado y relajarme cuando estoy perturbado. Los temas en mis pinturas son como los bares que suelo visitar, voy pasando de uno a otro en la medida que la noche avanza llena de “animalitos nocturnos y barestómamos”.
Así amanezco al día siguiente, con la experiencia a flor de piel y muchas ganas de pintar.