La primera noticia que tuve de la obra de Aimée Joaristi me la dio el fotógrafo Ernesto Granado, que había documentado el paso de Joaristi por la XIII Bienal de La Habana. Mi colega, un hombre con bastante mundo, estaba, no obstante, un poco descolocado con la intervención, casi clandestina, de la artista en la ciudad. Según me comentaba, “triángulos peludos”, que representan pubis femeninos, habían sido “instalados” en diferentes columnas de la capital cubana, al alcance de la mano de los curiosos, que podían llevárselos a sus casas sin saber de qué iba el asunto. A través de la pieza, la artista transgredía, y los paseantes sentían que estaban transgrediendo también al tomar algo que no habían adquirido de una forma lícita.
Aimée había sido invitada a la Bienal con la instalación Enróllate conmigo, para el espacio curatorial “Detrás del Muro”. La pieza consistía en cinco rollos de lienzo de 1.5 metros de ancho y entre 20 y 15 metros de largo, que se deslizaban por la fachada de un edifico de cara al mar, en el malecón habanero. Parte de la obra fue el performance del día inicial de la Bienal, cuando la artista cortó segmentos del rollo titulado “La ofrenda” (acrílico con incrustaciones de rosas plásticas) para regalarlos al público.
Manifiesto Púb(l)ico (MP) resultó una suerte de bonus track no autorizado de la participación de Aimée en este evento, uno de los más importante de las artes visuales a escala continental, que se realiza, a veces con periodicidad irregular, en La Habana, que además es la ciudad de nacimiento de la artista.
Desde aquella participación en la Bienal busqué datos sobre Aimée, y supe que se graduó de Arquitectura de Interiores en Madrid, e hizo una segunda carrera en el prestigioso Fashion Institute of Technology (FIT) de la ciudad de Nueva York.
También me enteré de que, hasta el momento, ha realizado nueve exposiciones personales, entre las que cabe señalar Tres Cruces, Museo C.A.V, La Neomudejar, Madrid, España, 2018; XMetro, White Concepts Gallery, Berlin, Alemania, 2017; Escindida, Galería Gorría, La Habana, Cuba, 2017, y Silencios y gritos, Klaus Steinmetz Contemporary, San José, Costa Rica, 2015.
En el 2020 Aimée obtuvo el “Artist of the Future Award”, que concede el Contemporary Art Curator Magazine, de los Estados Unidos.
Recientemente sostuve una charla con la artista en la que hablamos sobre su arte y el lugar que Cuba ocupa en su creación. Aquí va.
¿Qué lugar ocupa Cuba en la construcción de tu identidad, que se ha forjado en distintas ciudades del mundo?
Cuba ocupa en mi imaginario un lugar más bien incorpóreo, de imperceptibles connotaciones físicas, ya que abandoné el país en 1959, con tan sólo dos años y medio de edad, y no volví hasta el 1999, fecha en la que pisé conscientemente el suelo insular y sentí lo que representaba.
La primera impresión que tuve de la ciudad de La Habana, era la de encontrarme en una Sevilla impostada en el Trópico. Con esta concepción súbita intentaba juntar mis dos mundos existenciales: España, donde me crié, y Cuba, donde nací.
Como es lógico, en mi construcción mental existen fetiches muy dispares que denotan la cubanidad: el congrí, los frijoles negros, Miramar, Lucumí, las masas de puerco, el apellido Castro…
La Habana es para mí una España chica. En ella confluyen mi vida presente y pasada. Provengo, por el lado de mi padre, de una familia de migrantes vascos. Mi abuelo, al asentarse en Cuba, fundó con escasos recursos una empresa de estructuras de acero que se volvió importante con el tiempo. Mi madre desciende de una familia acaudalada cubana, dedicada a la industria azucarera. Los contrastes culturales que se dieron en mi vida han enriquecido mi manera de enfrentar la cotidianidad, por eso siempre en mi mente existen las fábulas de príncipes y mendigos.
¿Cómo se operó en ti el paso de arquitecta a artista?
El arte ha sido el pulmón de mi existencia. Es por lo que respiro y funciono. No puedo separarlo de mi vida, ni puedo deducir con precisión dónde comienzan y terminan los límites de cada práctica o condición.
Estudié arquitectura de interiores por default en España. Se me daba fácil la especialidad y, como también me gustaba divertirme, no tenía que estar encerrada horas enteras estudiando. Mi paso por New York fue una época desenfadada de diversión y estudio. Allí también matriculé en cursos de diseño publicitario, otra manifestación que se me daba de manera natural, y no obstaculizaba demasiado mi afán por vivir intensamente. De New York me fui a vivir a Milán. En esa ciudad trabajé en el mundo de la moda del prêt–a-porter y me desarrollé como interiorista; lo cual me motivó, unos pocos años después, a abrir mi propio estudio de arquitectura e interiorismo en Costa Rica.
Mi vida diletante llegó a su fin al encontrar el éxito en esa profesión. Por muchos años sentí que me pagaban por divertirme produciendo proyectos de alta gama. Pero al llegar la crisis económica mundial del 2008, ese sentimiento existencial de querer comenzar de nuevo cobró fuerza; decidí dar un giro brusco de timón y dedicarme casi por entero al arte.
Revisando la hoja de vida a la que pude acceder, veo que tu trabajo se conforma por series. ¿Es esto un acto consciente desde la génesis misma o acumulas obras que luego descubres que se articulan en un discurso común?
Mi metodología de producción creativa nace del instinto y se nutre de él. Inconscientemente trabajo en series; y no por una razón preconcebida, sino porque todas son hijas de un mismo sentimiento momentáneo, que no acaba con una sola obra o con un grupo de ellas. Como es lógico, se dan los puentes entre una serie y la siguiente. Me refiero a unas obras que están de camino, que dialogan con el pasado y el futuro; que en su propio transitar revelan alguna supuesta disociación o extravío de pertenencia, pero que luego el tiempo se encarga de reubicar.
Describe el recorrido de la idea a la obra.
Muchas veces la obra nace antes de la idea, y me lleva unos días darme cuenta de que ha nacido un proyecto. En las madrugadas es cuando se van aclarando mis ideas, van tomando forma, para luego poder materializarlas. Como trabajo a flor de piel y compulsada siempre por instintos básicos, existe un hilo conductor que se hace mucho más obvio en la lectura final del espectador, o cuando posteriormente tomo distancia y ensancho la perspectiva analítica de mi obra.
Trabajo por períodos continuos e intensos, hasta llegar al agotamiento físico. Por eso practico yoga y meditación, además de otras disciplinas deportivas que mantienen mi físico fuerte y ágil. Este entrenamiento también es necesario para poder crear obras de gran formato, una vertiente dimensional que me apasiona hasta el absurdo.
Imagino un tiempo futuro en el que, sentada tranquilamente y casi amarrada, me dedique a crear una obra minúscula hasta desaparecer…
Eres una artista instalativa muy potente. También tus “obras de caballete” denotan una expresividad intuitiva, gestual, desenfadada, que contradice un poco tu formación como arquitecta, partiendo del supuesto de que la arquitectura exige, ante todo, funcionalidad y racionalidad. ¿Sientes esa contradicción?
El único “caballete” que conozco es aquel de la finca, que a ratos monto… El tipo de obra pictórica que desarrollo pasa del piso a la pared a una velocidad meteórica. Nunca sé por dónde empezar: si pintando sobre una banca o zapateando el canvas. Normalmente la misma obra pasa tanto por el piso como por la pared, y de la pared al piso; a veces la dejo, incluso, a la intemperie por un tiempo para que su proceso continúe sin mi intervención.
Al ser la arquitectura una práctica bastante adoctrinada, académica, y no así mi naturaleza, el salto al mundo del arte fue una suerte de liberación del escritorio, de las estructuras metodológicas formales. Liberarme de los caprichos ajenos y asumir el reto sin ataduras me llevó a tomar conciencia de que esta nueva etapa era todavía más difícil y compleja. Me debía a mí misma sin excusas, ni terceros, ni mercados, ni clientes; enfrentada en exclusiva a una catarsis personal.
También el diseño es una actividad de servicio, con un alto grado de racionalidad en sus procesos. Ni la arquitectura ni el diseño son, desde mi punto de vista, manifestaciones suficientemente viables como para experimentar a plenitud esa necesidad de catarsis artística.
La intervención urbana Manifiesto Púb(l)ico, comenzó su andadura en La Habana. Luego se ha visto en Tokio, Madrid, Venecia, Sudáfrica, Miami y Costa Rica. Según los resultados que has recogido a nivel de los espectadores, ¿se cumple tu propósito de movilización de la conciencia hacia el tema de la desigualdad de géneros.
No se cumple el propósito mayor, que es el de la igualdad de género, y muy lejos estamos todavía de que algún día vaya a cumplirse, pero en lo que a mí respecta, es un granito de arena en la construcción del ideal. A veces las ideas que surgen de una manera inofensiva y casi fortuita se convierten en banderas insospechadas. El mismo hecho de usar un pubis femenino o vagina, tan ignorados en el medio social y cultural, no sólo desmonta el estigma y anula lo erótico del símbolo, sino que apunta hacia el conflicto sobre la normativa en la que vivimos, en la que el macho y su arma, el pene, continúan dándonos porrazos.
Sedimentaciones como ésta, manifestadas a veces hasta en pequeños gestos, han actuado como sutiles elementos que condicionan nuestra identidad cultural. Manifiesto Púb(l)ico es un pequeño acto subversivo contra esa realidad; un cuestionamiento a todo aquello que te hace sentir culpable.
¿Puedes relatar algunas diferencias notables de recepción de MP entre pobladores de distintas ciudades?
El país que ha tenido mejor recepción de la obra a nivel expresivo ha sido Cuba, por ser extremadamente machista; por tener una sociedad donde el sexo, o como dice la gente vulgarmente en la calle, el “templar”, tienen una especial atención y prioridad a falta de otras libertades. Es por ello que el objeto MP causó una pequeña “revolución” entre los espectadores.
En una cena entre artistas, el joven pintor Maikel Sotomayor me confirmó que casi se había convertido un objeto de culto durante la Bienal de La Habana. En Tokio, Japón, fue todo lo contrario. Se mantuvo un distanciamiento hacia el objeto, con mediana curiosidad y gran recato. Seguramente por el carácter conservador y contenido del pueblo japonés quedaron muchas preguntas en el aire. Pero sí pude constatar que cientos de pubis habían desaparecido al día siguiente de haberlos instalado.
Una de las sorpresas más gratas que me ha proporcionado Manifiesto Púb(l)ico, son las numerosas personas que me escriben desde las redes sociales, me mandan fotos del objeto atesorado en sus casas, y me piden que les mande el manifiesto escrito. Esto, a pesar de no ofrecer una estadística precisa sobre el nivel de concientización, sí me da indicios del interés suscitado.
Cada pubis tiene en su parte trasera el nombre de la ciudad de la intervención, el número de objeto y mi nombre. Que me escriban es un indicador de que los cuestionamientos que sostengo con la obra tienen un grado de receptividad y expansión…
¿“Retocas” la idea para exhibirla de acuerdo con las peculiaridades de cada público?
Por el carácter universal que tiene el símbolo, he decidido no hacer cambios en su apariencia material ni en los detalles dibujísticos de su representación.
La investigación de campo y/o bibliográfica que preceden a la gestación de las series, ¿te resulta un trabajo pesado?
No todas las obras que hago tienen un soporte bibliográfico; la mayoría parte de la intuición y el sentimiento personal. Sin embargo, una vez gestada la idea, me dedico a buscar otros posibles argumentos o enfoques para darle un asidero histórico y vivencial. Como mi obra suele ser multidisciplinaria, esta investigación no solo se da en torno a la temática, sino también en torno al formato; pero nunca precede a la gestación de la serie, que se genera espontánea y emocionalmente.
Me acerco a la temática de una manera orgánica y no metódica; desde una perspectiva contingente o vivencial. Fluctúo a través de cambios emocionales profundos y continuos, una suerte de chispa que me llevan a producir todo tipo de obra. Es en esta fluctuación inestable que encuentro mi soporte ideal. Yo soy mi obra.
Parece que ha envejecido la polémica entre arte conceptual y otras manifestaciones que se inscriben en géneros “tradicionales”. ¿Es posible arte sin concepto?
Si algo es posible en el arte es la libertad absoluta. Si algo es fundamental es la libertad absoluta.
El papel del curador ha venido creciendo con el tiempo. De simple comisario ha pasado a ser pieza cardinal en el relato, proyección y dinamización de la obra artística. ¿Qué relación estableces con los curadores?
Como en cualquier profesión del mundo, las contrapartes a veces se buscan, pero casi siempre se encuentran. No existe una fórmula. Muchas veces los encuentros pasan a desencuentros, y otras se consolidan como amistades, mucho más allá del rol profesional.
La relación curador-artista debe basarse en una funcionalidad orgánica, recíproca. Un curador contribuye a acreditar, a legitimar la obra desde el punto de vista conceptual y técnico; y puede tener un impacto también en el mercado del arte siempre que su práctica sea sincera y no promovida por otros factores. A pesar de cualquier relación profesional, personal, o de otra índole, la validez del criterio del curador siempre estará condicionada por su grado de honestidad. Tengo la enorme suerte de trabajar en la actualidad con David Mateo, quien podría señalar como un ejemplo en su medio.
Tu casa taller se cita como un referente de la arquitectura costarricense de vanguardia. ¿Qué tan empoderada te sientes allí? ¿Añoras los días neoyorkinos, bulliciosos y excitantes?
Tengo la gran suerte de no añorar nada, como dicen: “been there, done that”. Mi vida ha sido riquísima en experiencias, en sueños, y lo que me ha faltado por vivir, lo vivo a través de mi obra. Mi casa y mi taller son espacios consustanciales, escenarios de confluencias, corredores por donde despliego todo el protagonismo de mi quehacer diario. Más allá de sentirme empoderada en ellos, me mantienen ocupada, suficientemente inmersa en lo cotidiano, como para no transigir ante la “insoportable levedad del ser”.