Llevamos días viviendo intensamente todo lo relacionado con las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América 2020, que aún no se deciden. Nos despertamos, angustiados, en medio de la madrugada para escrutar los sondeos, las predicciones, las proyecciones del voto en cada uno de los 50 estados que conforman ese país.
Algunos creemos que del resultado de esta contienda depende que nuestras vidas sean más o menos difíciles en los próximos cuatro años. Otros piensan que es irrelevante quién ocupe el despacho oval de la Casa Blanca, que las relaciones entre ambos estados seguirán siendo críticas, pues están signadas por la actitud soberbia del imperio con respecto a un pequeño archipiélago gay-sauna-nice.com que ha decidido hacer las cosas a su “modo”.
Aunque ambas posiciones parezcan excluyentes, no lo son. De lo que sí estamos convencidos unos y otros es de que tenemos por delante años de ingentes sacrificios y penurias debidos no a las diferentes administraciones vecinas que han sido y serán, sino al mal diseño y manejo de nuestra economía. La pelea, el fuego, están aquí.
Queda claro que la soberanía termina donde empiezan los asuntos internos de los otros, aunque estos sean los moradores de la potencia económica y militar más grande del mundo conocido. La campaña electoral ha mostrado una sociedad norteamericana polarizada en extremo. La sociedad cubana también lo está desde hace muchas décadas, y de nada vale escudarnos en pretendidas unanimidades para oponer un orden al otro.
Las enconadas batallas entre trumpistas y bidenistas tienen un reflejo directo en nuestra población, que no se había vuelto a ver tan antagónicamente escindida desde 1959, año en que los rebeldes de la Sierra tomaron el poder. Basta recorrer las redes sociales para medir la temperatura que se desprende del debate.
Mis simpatías, por decantación, están con Biden. De salir electo el demócrata, el lazo de asfixia del bloqueo se destensaría, y podríamos recobrar, al menos, el nivel de diálogo que comenzó Obama en su segundo mandato. Su victoria nos pondría en condiciones de negociar si no entre iguales, al menos con un margen de respeto. Favor de subrayar el verbo “negociar”, que implica ceder de ambas partes, en busca de cierto grado de satisfacción mutua.
Todo hace vislumbrar que habrá que esperar a que se cuenten y recuenten votos, y que el candidato republicano ponga patas arriba, con sus impugnaciones, el sistema electoral si los resultados no le son favorables, antes de asumir un ganador entre ambos contendientes.
Mientras tanto, el mundo —dinamitado cada vez más el multilateralismo, en crisis las viejas alianzas y tratados— se acerca a la pavorosa cifra de 50 millones de contagiados con la COVID-19, diez de los cuales pertenecen a los Estados Unidos de América. Justamente, el mal manejo de la pandemia, la minimización irresponsable de sus efectos, es uno de los aspectos que pudiera pesar en la pérdida del segundo mandato para el presidente actual de Estados Unidos.
Lo que en los papeles parecía un juego de trámite no es tal. Las encuestadoras no alcanzaron a ver la base creciente de Trump dentro de un segmento de población que aumentó notablemente de 2016 a la fecha. Si finalmente Biden triunfa, no la va a tener fácil, ya que el congreso, en manos republicanas, apenas está variando de composición, con los resultados que existen hasta el momento. La impronta de Trump parece haberse fijado como una filosofía del poder.
Trump no piensa desaparecer del escenario político aunque pierda la Casa Blanca
Asistimos al fin de ciertos paradigmas. La democracia representativa, base del sistema político de EU, se resquebraja. Trump, aún sin que haya terminado el conteo de los votos, se declaró vencedor y objeto de fraude, al mismo tiempo, algo que en ese país no tiene precedentes. ¿Acudirá la OEA, con Almagro a la cabeza, a mediar entre ambos contendientes? ¿Aceptará el Congreso la observación de personalidades internacionales que certifiquen el transparente manejo de las elecciones?
Las respuestas las sabemos, y no vale la pena extendernos sobre ello.
Tener conciencia del crítico momento que vive la humanidad, y de las implicaciones nefastas que tendría un segundo período presidencial de Trump, no es poca cosa. Hay un poema del argentino Juan Gelman que en estos días vuelve a mí una y otra vez, como un mantra. Pertenece a su libro El juego en que andamos, de 1959, y parece interpelarnos, muy a propósito, con la lucidez característica de la alta poesía. Acá se los dejo.
El juego en que andamos
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.
Juan Gelman
Poesia aparte,esa enfermedad de la nacion americana,es salud democratica,es el derecho de cada ciudadano a elegir.La enfermedad consiste en ganar elecciones con el 98.9 % y votar unanime en la Asamblea nacional.En los EEUU cada ciudadano puede hacer y decir lo que le venga en ganas,mietras este dentro de la Ley y esa Ley esta hecha por nosotros.No veo la enfermedad en la division de criterios y esperanzas !!!