“Nací en un país roto”, dice Greta Reyna (La Habana, 1991). “Está quebrado mucho de lo hermoso que habita en él, disfrazado de conformidad e inventiva.
“Casi todo mi trabajo nace a partir de los objetos rotos, aquellos que han perdido su función original, esos que han sido abandonados por la falta de capacidad de renovación. Me interesa ese feliz encuentro que se establece entre la belleza de estas formas y su naturaleza quebrada.
“Cada gesto de coleccionar estos objetos rotos está ligado a una práctica de carácter ritual heredada de mi abuelo materno, y a mi experiencia personal como ser social en un contexto en el que, debido a la precariedad y las necesidades materiales, el reciclaje y la reutilización forman parte de la sobrevivencia cotidiana.
“El azar, mezclado con una búsqueda casi inconsciente de estos objetos y sucesos, transforma los procedimientos de lo cotidiano en una puesta en escena de instalaciones, pinturas, environments y stop motions que le terminan otorgando una vida “útil” dentro del mundo del arte. Todo lo que hago se convierte en una búsqueda optimista de la conciliación del ser humano con su entorno”.
Ella, graduada del Isa, máster en diseño gráfico y multimedia, se ha propuesto reparar el mundo. Si no todo, al menos su mundo afectivo, hecho de los roces y mediaciones entre seres humanos, pero también de minúsculos objetos preteridos, que fueron útiles o bellos, que nos acompañaron un tramo de nuestra trayectoria, y que son desechados. Greta reacciona contra la caducidad, calculada o no; cree que las cosas tienen más de una vida.
Y a eso va, recogiendo, clasificando, reordenando los fragmentos con intención estética: salvando. Cree en el poder sanador del arte y en el papel del artista como motivador social.
Tiene su taller en una casona silenciosa de El Vedado, con paredes que conservan los empapelados de la década de los 50. Ahí exhibe parte de la obra; y acumula sus “hallazgos”. Supongo que cuando la artista no está, esos pequeños seres cobran vida y hacen de las suyas. Supongo también que esa energía pugnaz es la que va a dar luego a su obra.
Citas en un texto a tu abuelo materno y lo relacionas con la práctica de coleccionar objetos rotos.
Al poco tiempo de la muerte de mi abuelo, cogí una botella de cristal antigua que teníamos en casa, la subí al techo con un embudo y la dejé allí por días, a esperar que se llenara de lluvia. Le grabé una frase: “Ayer lloró el cielo igual que lo hice yo”. Aún conserva el agua de hace catorce años.
En la navidad de 1995 mi abuelo colgó de la lámpara del hall una media panti; dentro metió una caja forrada con papel de regalo, que en su interior contenía otras cajas. La última contenía un muñeco de plástico que a mi tía, embarazada entonces, siempre le había gustado. Él lo compró para mi prima que estaba por nacer. ¡Fue todo un suceso!
Mi metodología de trabajo tiene mucho que ver con la forma en la que él creaba e instalaba, cada objeto u acción tenían una historia detrás. A mí me sucede lo mismo; encuentro objetos y construyo escenas, algunas más intencionadas, y otras surgidas por azar. Gran parte de mi sensorialidad para con los objetos en un espacio se la debo a él.
Es la razón por la cual siempre lo nombro, es el modo que tengo de que permanezca vivo.
¿Puedes referirte a la operatoria para la creación de tus videos? ¿Tienen el nombre genérico de “Alma”?
Los stop motion surgen de un momento de inactividad exterior, como lo fue el del COVID-19. Necesitaba crear, hacer algo que mantuviera mi creatividad despierta. Decidí darle alma (de ahí el título de la serie) a esos tantos objetos que tengo guardados.
Para llevar a cabo este tipo de obras se requiere de mucha paciencia y orden, algo que se me da muy bien, y que disfruto.
En esta serie de microhistorias azarosas, en las cuales no realizo guión previo, escojo los objetos que me parece tienen algo que contar, y comienzo a recrear escenas diminutas dentro de armarios, lavamanos, esquinas y rincones.
¿Los realizas íntegramente o te auxilias de otros profesionales?
Lo realizo todo sola, desde la ejecución de movimientos, hasta la fotografía, la edición y la música. Para el diseño de la banda sonora he contado con la colaboración de Adonis Ferro.
¿Qué puedes expresar a través de los videos que no consigues con las obras instalativas y bidimensionales?
La obra instalativa y bidimensional tienen algo en común con el trabajo en video: la refuncionalidad del objeto y su subjetividad. Ninguno de los dos modos de hacer pretende tener un discurso directo, me interesa lo holístico de las disímiles interpretaciones. En ese sentido, cada uno tiene su naturaleza, sin señalarse uno por encima del otro. Digamos que el movimiento es la diferencia más notable. Solo dentro del stop motion los objetos rotos que uso pueden interactuar en movimiento.
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¿Cuánto de abstracción hay en tu trabajo?
Me considero una artista que se maneja, por el momento, dentro de la abstracción en su sentido más amplio. Muchas veces cuando intento dibujar algo del natural, termino haciendo garabatos. Cuando pienso en la concepción de mis piezas, nunca imagino la figura. Los objetos que aluden a ciertos símbolos cotidianos los convierto en abstracciones; incluso los stop motion, que son los que más podrían acercarse a la figuración, tienen una base abstracta.
¿Pretendes crear con el espectador un vínculo intelectual o emocional?
Intento provocar en el otro una reflexión sobre cómo estamos consumiendo los objetos, y de qué forma asumimos los espacios domésticos.
¿La serie de dibujos Interior roto (del 1 al 6) son bocetos para instalaciones posibles o “levantamientos” de lugares existentes?
Ambas cosas: posibles instalaciones, environments y levantamientos de espacios reales y/o imaginarios. De hecho, “Interior roto # 2” surgió mientras dibujaba el croquis de cómo iría instalada posteriormente una de mis piezas.
Dices que naciste en “un país quebrado (…) disfrazado de conformidad”. ¿Puedes desarrollar esa afirmación?
Nací en un país roto, pero hermoso. En mi opinión, Cuba es de esos lugares mágicos que te atrapan, no solo por su luz, o naturaleza, sino también por su vitalidad, a pesar de las complejas circunstancias que atravesamos. La calidad humana y esa capacidad de reinvención nos hace a los cubanos muy resilientes.
En tu statement hablas de “una búsqueda optimista”. ¿Acaso crees en el poder transformador del arte, en su papel en el proceso de crecimiento del ser y, por tanto, de la sociedad? ¿No dudas nunca de esas cualidades? ¿No te desalientas en ocasiones?
Creo en el poder que tienen los artistas para desarrollar acciones que lideren un cambio en la sociedad. Conozco historias de personas que, gracias a esto, se han salvado de la marginalidad; otras han encontrar ese espacio de libertad en el que pueden expresarse. Creo que el arte sana. Algunas de mis piezas, como “Diario del dolor”, o la más reciente, “Objeto roto # 53”, me ayudaron a concentrar las fuerzas y regresar a mi centro.
Voy a mencionar cinco piezas. La idea es que nos relates la génesis de cada una, tanto en el aspecto conceptual como el factual. Estas son: “Objeto roto # 4”, “Paisaje para Hélio Oiticica”, “El salón de espejos”, “Amantes” y “La torre”.
“Paisaje para Hélio Oiticica” fue una pieza que realicé en tercer año del ISA para el proyecto de la profesora Julia Portela. Hélio Oiticica fue uno de los artistas que más me influenciaron durante la carrera. Decidí crear un paisaje que incluyera elementos abstractos que evocaran sucesos de la naturaleza, como la noche, la tierra, el mar…, interpretados a partir de pigmentos de color puro contenidos en recipientes.
“Objeto roto #4” es de las primeras pinturas que realicé. Le tenía mucho respeto a la pintura, y eso me inhibía. La pintura es posesiva, te quiere para ella sola, que le dediques todo el tiempo. Tanto la evadía, que decidí estudiar grabado.
Un día, Adonis Ferro, mientras observaba uno de mis dibujos de la serie Interiores rotos, me dijo: “Vas a ser pintora en algún momento”.
Poco tiempo después decidí encarar el reto. Con unos cuantos lienzos de pequeño formato y algunos de mis objetos rotos como inspiración, comencé a pintar.
El objeto roto de esa pieza fue un jarrón de bacará de mi abuela, como otros tantos objetos que están dando vueltas en mi colección hasta el día que me inspiro y le otorgo alguna utilidad estética.
“El salón de espejos” fue mi quinto stop motion. Después de algunas semanas practicando con la técnica, encontré un juego de damas representadas por inuits. También tenía unos pequeños espejos rotos y otros adornos. Reuní estos elementos y decidí empezar a recrear una microhistoria que presenta un ritual en el que los inuits, a través de una vela y un secreto, terminan invocando varias figurillas. Nunca tuve claro con qué fin, simplemente surgió así.
“Amantes” lo realicé en mi estudio, delante de la pared tapizada con papel estampado con rosas, de los años 50. Los protagonistas son un caballo y una oveja que se enlazan en una historia que habla de aceptar al otro aun cuando este parezca estar roto. Pienso que somos seres imperfectos y que en esa imperfección radica la belleza.
“La Torre” es mi octavo stop motion, realizado en el armario de la casa. Este video es el más largo que he hecho, y el más complejo, no solo técnicamente si no además en lo conceptual, pues no tiene una idea preconcebida y todo se vuelve algo surrealista. Quizá en el fondo hay una breve historia de amor a partir de varios rituales; entre ellos el de la mujer yegua, las patas de un caballo y una espada, o la imagen de la torre y un dije de perlas.
Estas cinco piezas hablan de mi empeño por redescubrir, a partir de lo quebrado, lo bello. También todas suponen un espacio de paz y deleite.
Escribo un libro de poesía cuyo título de trabajo es La segunda vida de las cosas; un tema que tiene mucho que ver con lo que venimos conversando. Ahí trato, entre otros asuntos, el reciclaje de los sentimientos. ¿Crees que sea posible “reutilizar en lugar de desechar” los sentimientos?
Los seres humanos tenemos sentimientos y emociones que pasan por una escala infinita de valores. Todos podemos padecer emociones negativas que, si no aprendemos a abrazar para transmutarlas, será difícil reutilizar esas heridas en función de la sanación. Hay dos herramientas que nos ayudan a lograrlo: la voluntad y la disciplina. Ellas dos pueden llevarte a convertirte en alguien resiliente. La resiliencia podría ser la reutilización de las emociones en función de fortalecernos mediante las acciones nobles y sinceras para con nosotros mismos.
Al resignificar los objetos mediante una operación artística les confieres otra condición. ¿Crear una nueva función para los objetos te hace sentir, en cierta medida, un demiurgo?
Solo me siento un demiurgo en mi vida personal, en la que está implícita mi obra. El poder más grande que me confiere la práctica artística es el autoconocimiento y la comprensión del otro. Los objetos no son materia orgánica, por lo cual no pueden curarse a sí mismos, necesitan de un humano para recobrar la vida. En ese intercambio estoy sanando una historia y al mismo tiempo me reconstruyo junto a ellos.
Cito a César Vallejo: “El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado”. Algunas de tus piezas me remiten a ese fragmento. Son aquellas obras que nacen a partir de los objetos de uso cotidianos que han sido desahuciados. ¿Es que pretendes restarles soledad?
Muchos de mis objetos pertenecen al olvido, la gran mayoría dejó de funcionar, están quebrados. Una vez en el mundo del arte se les otorga algo de vida útil, aunque sea estéticamente, pero también renacen en las sensaciones de cada espectador cuando se enfrenta a ellos.
¿Estás familiarizada con el kintsugi, esa práctica japonesa de reparación de objetos que no intenta disimular el lugar de la fractura, sino más bien resaltarla, buscando, incluso, conferirle una belleza mayor? ¿Se relaciona tu obra con la filosofía de ese procedimiento?
Mi obra bebe del kintsugi en cuanto a la idea que ellos proponen. De hecho, conocí sobre este arte después de empezar a trabajar con la energía de lo roto. Me interesa, al igual que a ellos, metaforizar con la idea de abrazar la herida y transmutarla, convertir el trauma en algo de aprendizaje positivo, y a través de él fortalecernos. Es justo lo que comentábamos, de reutilizar el sentimiento y ser resilientes.
¿Puedes comentar brevemente tu genealogía artística, aquellos artistas desde los que parte tu poética, paradigmas en el arte cubano y a nivel internacional?
En el campo de las artes visuales tengo varios referentes. Dentro de los cubanos estarían Tatiana Mesa, Amelia Peláez, Carmen Herrera, Ricardo Rodríguez Brey, Loló Soldevilla, Pedro de Oraá, Sandú Darié, Salvador Corratgé y Mario Carreño.
En el ámbito internacional, me siento cercana a Adriana Minoliti, Hilma af Klint, Beatriz Milhazes, Liliana Porter, Marcel Duchamp, Joan Miró, David Hockney, Gabriel Rico y Abraham Cruz Villegas.
Gabriela es también una artista muy destacada. Se dice que entre las hermanas gemelas existe una comunicación especial. ¿Crees que esa condición haya decido la vocación de ambas?
Ser gemelas no determinó que ambas estudiáramos lo mismo, la determinación de esto fue descubrir el arte juntas. Fue algo orgánico, al decidir no hubo oposición ni recelo por parte de una o de la otra; al contrario, disfrutábamos compartirlo.
¿Colaboran en sus respectivos trabajos?
Comenzamos trabajando juntas. Siempre hemos sido muy respetuosas con nuestras decisiones en conjunto y por separado. Nos retroalimentamos todo el tiempo y somos muy críticas mutuamente. Esto nos ayuda a repensar las ideas y llevarlas a buen término. Para ambas es sumamente importante la opinión de cada una para con las obras.
En la muestra Évame —título que, me parece, habla de cierta militancia de género—, ¿cómo crees que dialogan las obras de ustedes? ¿Están perfectamente delineadas las poéticas de cada cual?
Évame es el título de un poema del español Carlos Oroza. Vendría siendo algo así como conviérteme en mujer. Para mí es más como ámame o enamórate de la mujer que soy. Disfrutamos ser mujeres, y defendemos todo lo que eso implica desde un espacio de paz.
En la muestra las obras dialogan de una manera armónica y sin jerarquías. Cada una, desde su propio universo, converge del mismo modo en que lo hacemos nosotras: dos polos diferentes y, a la vez, complementarios que se aman por encima de cualquier circunstancia.
¿Es la primera bipersonal que realizan?
Sí, y nos sentimos conformes con haber logrado representar lo que somos como artistas y hermanas.
¿Habrá más exposiciones con esa tónica?
Siempre estamos dispuestas a colaborar, se nos da muy bien. Así es que estamos abiertas a más proyectos a realizar en conjunto.