Juan Antonio García Borrero: “Dios se ríe de nosotros cuando nos ve pensar”

Juani es tipo querible, de fácil acceso y, al mismo tiempo, un intelectual sólido y un pensador de la realidad nacional.

En el XIII Coloquio Internacional “Nicolás Guillén”, presentando la página de la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano dedicada al poeta. Camagüey, Julio de 2022.

Juan Antonio lo sabe todo sobre cine cubano. O casi todo: por ejemplo, no recuerda el nombre de cada uno de los proyeccionistas que han pasado por el cine Yara desde su fundación, ni el precio de las rositas de maíz en los años cincuenta, cuando esta imponente instalación se llamaba Radiocentro. Por todo lo demás, pueden preguntarle.

Entre 1993 y el 2015 coordinó los Talleres Nacionales de la Crítica Cinematográfica, el evento teórico más importante de cuantos ha habido para los especialistas del sector. En su síntesis curricular se consigna que la Guía crítica del cine cubano de ficción, de su autoría, “está considerada por el momento la investigación más ambiciosa sobre el séptimo arte en la isla, al registrar por primera vez en un volumen la producción silente, sonora pre-revolucionaria y revolucionaria, incluyendo las realizaciones de los cineclubes de creación, el Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz, la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, los Estudios Cinematográficos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, los Estudios Cinematográficos de la Televisión, entre otros.” Este volumen le valió en 2002 el Premio de la Crítica Literaria, galardón que recibiría nuevamente en el 2004 por el libro La edad de la herejía; y en 2010, por Otras maneras de pensar el cine cubano.

Juani es tipo querible, de fácil acceso y, al mismo tiempo, un intelectual sólido y un pensador de la realidad nacional. La Fundación Carolina de Madrid le otorgó en 2006 uno de los premios que destina a América Latina para apoyar sus investigaciones. Por su parte, la Fundación Alejo Carpentier le concedió el Premio “Razón de ser” por su proyecto de biografía de Tomás Gutiérrez Alea, texto que, perfeccionista como es, no termina de entregar a imprenta.

Por lo demás, Juan Antonio García Borrero (1964) vive y trabaja en Camagüey, su ciudad natal. Entre apagones y colas de muchas horas, ambos, intenta continuar sus tareas ingentes, convencido de que salvaguardar la historia del cine cubano es su misión en la vida.

¿Cuál es tu formación profesional?

Soy Licenciado en Derecho por la Universidad de Camagüey. Me gradué en el año 1987, pero ejercí poco la profesión de abogado, toda vez que a partir de 1990 comencé a trabajar en el Centro Provincial del Cine de Camagüey, institución donde todavía laboro. Me parece mentira que haya permanecido más de treinta años en el mismo lugar, sobre todo en estos tiempos donde el nomadismo laboral se naturaliza cada vez más. De todos modos, nunca he renegado de la carrera que estudié. Al contrario. Me ha servido mucho para defender mis ideas y los que considero mis derechos.

En Santa Clara, circa 2019. Todas las fotos han sido tomadas de la Enciclopedia digital del audiovisual cubano (ENDAC).

¿Cómo descubres el cine? ¿Cómo éste llega a ser pasión, primero; y luego, campo para el ejercicio de la historiografía y la crítica?

El descubrimiento lo asocio a mi madre, que me llevaba al Teatro Principal de mi ciudad para ver la película Los vikingos, de Richard Fleischer. Supongo que hay mucho de fantasía en eso, porque antes debí encontrarme con los muñequitos de matiné en el cine América. Pero es recurrente la imagen de mi madre acompañándome a ver esa película de Kirk Douglas y Tony Curtis. A partir de allí, todo lo recuerdo como si estuviera viviendo mi propia vida sentado en un cine. Me evoco copiando en las libretas que usaba en la Vocacional Máximo Gómez Báez los títulos de las películas que veía, con los nombres de los actores y actrices, los cuales me aprendía de memoria. Un día descubrí que en la ciudad había una persona nombrada Luciano Castillo, que estaba al frente de algo que llamaban “cine club”, y que escribía en el periódico Adelante los comentarios sobre las cintas que proyectaban en el cine Guerrero, como parte de los ciclos programados por la Cinemateca de Cuba. Eso fue fundamental para mi formación, ya no como cinéfilo (que lo llevaba en vena), sino como alguien que se interesa por descubrir justo qué es lo que hay detrás de eso que la simple cinefilia no deja ver, porque es apenas emoción. Cada vez que tengo ocasión lo repito, porque es mi manera de mostrar gratitud: he tenido cuatro grandes maestros en este interés personal por construir mi propio mundo a la hora de aproximarme al fenómeno audiovisual: Luciano Castillo, que me introdujo en el universo del cine como arte; Julio García-Espinosa, que sembró en mí el vicio de replantearlo todo desde el pensamiento crítico; Ana López, que me enseñó que, más allá de la isla, existe una Cuba mayor, y Desiderio Navarro, la persona que definitivamente más me impulsó a tomar en serio el uso creativo de las nuevas tecnologías en función de la promoción cultural.

¿Cómo eran las salas cinematográficas de tu infancia? ¿Alguna preferida?

Esa pregunta es cruel, porque me recuerda que nací en un mundo que ya no existe. Podría describir cómo eran las salas cinematográficas de mi infancia en el orden físico, pero es que “ir al cine” (como lo hacía mi generación) era mucho más que sentarse en una sala oscura para disfrutar de una historia. El cine, y esto es algo que estudia la “New Cinema History” y todo lo que tenga que ver con la “cultura de la pantalla”, era el gran pretexto para encontrarnos los amigos y enemigos en un mismo espacio, y, con la excusa de ver una película, enamorarnos, o mostrar las antipatías por aquello que no nos gustaba. Siento que éramos más “reales”, y, por tanto, más cercanos a los verdaderos dramas que nos acosan como individuos. En Camagüey, en los tiempos en que entré a trabajar al Centro Provincial del Cine, todavía funcionaban nueve salas cinematográficas. Mi preferida era el cine Guerrero, porque era donde se programaba la Cinemateca y, en sentido general, el cine de arte y ensayo. Aunque ir al Casablanca, en el momento en que se estrenaba una película, era una verdadera fiesta, sobre todo cuando las colas llegaban hasta la otra esquina, como ocurrió con La Bella del Alhambra, o antes con La vida sigue igual, que tal vez sea la película más taquillera que han pasado en Camagüey.

En el Callejón de los Milagros, Camagüey, 2022.

¿Cuándo participaste por primera vez en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano? ¿Cómo viviste esa experiencia? ¿Algo en particular que haya tenido una notable significación para ti?

Para los que vivimos en provincia, el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano sigue siendo algo excepcional. No solo por las películas que puedes ver en un ambiente único, sino por las oportunidades de intercambiar con profesionales que de otro modo nunca vas a tener cerca. Ahora no podría precisar cuál fue mi primer festival. Quizás coincidió con mi entrada al Centro Provincial del Cine en Camagüey, como jefe del Departamento de Promoción, lo cual me permitía recibir ayudas para el alojamiento, transportación, etc. El Festival desde un inicio me pareció mágico, pero yo aún no había tenido la oportunidad de visitar otros festivales del mundo, y descubrir que con este de La Habana existía algo excepcional en cuanto a la respuesta del público. Un montón de salas donde, incluso contando con una credencial de periodista, te la tienes que ingeniar para entrar a determinadas proyecciones. Era algo realmente extravagante.

Fotograma del documental Simulacro (2018), de Laura Batista.

Has participado en universidades y congresos internacionales con conferencias y ponencias sobre cine cubano. ¿Existe un real interés por la categoría estética de nuestro cine o el público que asiste a esos eventos está más motivado por conocer cómo se vive en Cuba?

Hay de todo. Hay personas que apelan al cine hecho por cubanos para hacerse una idea de cómo se vive en Cuba. Pero también hay un notable grupo de estudiosos que han conseguido crear un gran cuerpo de ideas. Recuerdo que en algún momento comenté que el cine cubano se estudiaba mucho mejor fuera de Cuba que dentro de Cuba. En países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia, por ejemplo, puedes encontrarte un montón de investigaciones que, lamentablemente, todavía no se conocen o discuten en nuestro país. Hoy las cosas han cambiado, y ya puedes encontrarte dentro de Cuba una vasta bibliografía en la que se pone de manifiesto una creciente madurez teórica, pero queda pendiente el debate de las ideas que nos antecedieron. Sobre todo, las ideas que circulan en los circuitos académicos, que son las que se originaron en estos países que te mencioné.

Veo que uno de tus libros se titula Cine cubano de los sesenta: mito y realidad. ¿Es un mito que los años sesenta dieron algunos de los filmes más notables de nuestra historia: Las doce sillas (Titón,1962), Ciclón (Santiago Álvarez, 1963), Hanoi, martes 13 (Santiago Álvarez,1965), Now (Santiago Álvarez,1965), Muerte de un burócrata (Titón, 1966), Manuela (Solás,1966), La hora de los hornos (Santiago Álvarez,1966), Las Aventuras de Juan Quin Quin (Julio García Espinosa,1967), Memorias del subdesarrollo (Titón, 1968), Lucía (Solás,1968)… ¿Cómo explicarse tal explosión creativa en tan corto plazo, cuando la cinematografía nacional estaba en los albores de la industria?

Justo esa es una de las paradojas que he intentado discutir en ese libro que mencionas. El cine cubano de los sesenta realizado por el ICAIC estaba acompañando a uno de los procesos políticos que más ha impactado al imaginario de ese siglo XX: la revolución encabezada por Fidel Castro. Y se supone que al nacer el ICAIC tuviese mucho de experimento, como la propia revolución. Como resultado, la escuela documental pudo sobresalir, no así el cine de ficción, que solo hacia las postrimerías de la década (concretamente alrededor de 1968) es que logra lo que todavía son nuestros grandes clásicos: Memorias del subdesarrollo, Lucía, Las aventuras de Juan Quin Quin, y La primera carga al machete. Ahora bien, empeñarse en concederle el carácter de “década prodigiosa” a lo que, por obligación, tenía que responder al aprendizaje, es casi una petición de principios donde lo providencial estaría explicando la magnitud de lo realizado. Y eso no me deja satisfecho, porque se supone que el acercamiento al cine tiene que ser multidimensional, y no desde el idealismo y la teleología, sino desde la observación rigurosa.

Con Tomás Gutiérrez Alea (Titón) durante el rodaje en Camagüey de algunas secuencias del filme “Guantanamera” en 1995.

Háblanos brevemente de la Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano (ENDAC). Su gestación, sus avatares, su estado actual. ¿Piensas que podría llegar a ser el trabajo de tu vida?

La Enciclopedia Digital del Audiovisual Cubano, como plataforma, está en un buen momento. Está mal que lo diga yo, pero creo que es el único sitio donde puedes encontrar información lo mismo sobre el cine silente en Cuba, el cine pre-revolucionario, el realizado después de 1959, dentro o fuera de la isla, o información sobre las salas cinematográficas, las publicaciones, las tecnologías usadas, los espacios de socialización como pueden ser los cine-clubes o los festivales. Lo que está marcando la diferencia en cuanto a la ENDAC, es la propuesta que hace de lo que llamo “el cuerpo audiovisual de la nación”, que sería mucho más que esas historias del “cine nacional” que hasta ahora han dominado y siguen dominando en nuestros estudios sobre el audiovisual cubano. Para mí el “cuerpo audiovisual de la nación” es una suerte de Aleph borgeano que permite aglutinar, y al mismo tiempo irradiar, toda esa diversidad infinita de prácticas asociadas a la producción y consumo de imágenes en movimiento vinculadas a Cuba. En lo personal, ha sido una suerte de revolución copernicana, en tanto me ha permitido apreciar esta producción (con todas sus modalidades) a través del enfoque transnacional, articulando lo diverso en una plataforma única que, sin embargo, más flexible no puede ser. Mientras que en otros sitios se van estableciendo fronteras férreas (ICAIC, Cine Joven, Cine de la diáspora, etc.), acá lo que pretendemos es abolir esa sensación de que, para pasar de un lado a otro, tienes que atravesar una aduana, con los policías culturales pidiendo la documentación que te identifique (es decir, te etiquete). Por otro lado, lo más interesante de la ENDAC es que siempre estará en permanente construcción. Creo que más que una base de datos es una base de conocimientos. Claro, funcionará mejor en la misma medida en que otros contribuyan a su crecimiento; pero, lamentablemente, todavía nuestra relación con las Humanidades Digitales, es precaria. Este es un proyecto que está en línea gracias al apoyo de Alex Halkin, rectora de Americas Media Initiative, que un día decidió respaldarlo, porque aquí en Cuba nunca encontré respaldo institucional, y hoy lo sigo actualizando de modo independiente desde Los Coquitos, una comunidad alejada del centro urbano camagüeyano. Ojalá pudiese encontrar en algún momento el apoyo que me permita dedicarle todas mis fuerzas, porque, obviamente, un proyecto de este tipo no se puede sostener solo con las buenas intenciones.

¿Cómo participa el cine en la construcción de la identidad? ¿Qué es lo estable y que es lo mutante en la construcción de la identidad? ¿El cine cubano se puede parangonar con el mexicano o argentino, que en el pasado siglo contribuyeron a crear estereotipos nacionales que aún hoy se manejan?

Aquí podría retomar algunas de las cuestiones que mencionaba en la respuesta anterior. Para mí. la identidad es algo que está en permanente construcción, porque hay cubanos que en medio de la nieve siguen asumiendo que pertenecen a esa comunidad imaginada que llamamos Cuba. Para mí El Super (1979), de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, es tan cubana como Memorias del subdesarrollo. Y aunque estos cineastas han debido insertarse en un contexto ajeno, lidiar con un idioma que no dominan de inicio, y con prácticas culturales que nada tienen que ver con las propias, siguen construyendo esa cubanidad que prefiero asociar al misterio, en vez de ofrecer definiciones que la empobrecen o aprisionan conceptualmente.

¿Ha perdido el público cubano la predilección por su cine?

Prefiero ser cauteloso a la hora de responder eso. Me faltarían herramientas científicas para demostrar una cosa o la otra, pero si me dejo llevar por el impresionismo, me parece que no. Aunque algo sí es real: ahora el público cuba no tiene una mayor autonomía para acceder al cine que desee, y obviamente, el audiovisual que hacen los cubanos cuenta con muy pocos recursos comparados con los que usa el cine dominante a la hora de promoverse.

¿Continúas trabajando en la biografía de Tomás Gutiérrez Alea? ¿Obstáculos? ¿Incitaciones?

Terminé una primera versión que tiene 800 páginas, pero todavía no me deja satisfecho. Nunca quise que fuera una biografía al uso, sino más bien una biografía de corte intelectual que permita examinar la época que le tocó vivir a Titón, desde los más diversos ángulos. He publicado una primera parte gracias a la Editorial Oriente, y algunos fragmentos en mis redes sociales. Pero todavía no me decido a entregar lo que ya está. 

Carátula de libro.
Carátula de libro.
Carátula de libro.

En el futuro, ¿se podrá entender plenamente cómo fuimos los cubanos de estas últimas seis décadas sin desempolvar los archivos audiovisuales producidos en el país?

Pero yo no hablaría solo de seis décadas. Toda la historia de ese cine realizado por cubanos desde que llegara el cinematógrafo a la isla de la mano de Gabriel Veyre, ha estado describiendo cómo hemos sido, o cómo hemos querido ser. Incluso a veces por omisión. Toca entonces preservar todo ese conjunto de imágenes, y fomentar el pensamiento crítico que las examine en profundidad.

¿Cómo te imaginas de aquí a diez años?

Bueno, siempre me he considerado un optimista trágico. Eso significa que todos los días me levanto con la sensación de que he amanecido vivo por puro milagro, y de inmediato, agradecido, me pongo a trabajar en lo que me gusta, que es escribir, sobre todo de cine cubano. Así que, si llego allá, probablemente me sorprendan en lo mismo: escribiendo. No sé dónde, pero lo que no me imagino es haciendo otra cosa. Claro, está ese viejo proverbio que tanto me gusta: “Dios se ríe de nosotros cuando nos ve pensar”.

 

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