Julio César Guanche (La Habana, 1974) posee una maestría en Derecho Público y un doctorado en Ciencias Sociales. Ha impartido cursos, seminarios y dictado conferencias en la Universidad de La Habana, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede Ecuador, en la Universidad de Barcelona, en las universidades de Massachusetts-Amherst, Northwestern y Harvard, Estados Unidos, en la Universidad Alberto Hurtado, de Santiago de Chile, y en otros centros docentes de alto nivel de México, Brasil y Argentina.
Basta una mirada a su hoja de vida para notar los diversos campos del saber, dentro de las ciencias sociales, en los cuales puede considerarse un especialista de prestigio; simplificando, con trazo grueso, cito solo algunos: historia del estado y del derecho, republicanismo y corrientes de pensamiento en América Latina.
Entre sus libros publicados destaco La imaginación contra la norma. Ocho enfoques sobre la república de 1902, La Habana, 2004; El continente de lo posible. Un examen de la condición revolucionaria, La Habana, 2008; El poder y el proyecto. Un debate sobre el presente y el futuro de la revolución en Cuba, Santiago de Cuba, 2009; La verdad no se ensaya. Cuba: el socialismo y la democracia, Santiago de Chile, 2012; La libertad como destino. Valores, proyectos y tradición en el siglo XX cubano, La Habana, 2013; y Estado, participación y representación políticas en Cuba. Diseño institucional y práctica política tras la reforma constitucional de 1992, Buenos Aires, 2013.
Además, Guanche ha ejercido los oficios de periodista y editor, y entre 2011 y 2013 codirigió el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Pero lo que nos interesa destacar en este espacio es su veta artística, pues estamos en presencia de un fotógrafo de mucho mérito, que entiende el trabajo de dibujar mediante la luz como parte de su condición de pensador y ser actuante. En dos palabras: que lo que constituye en su caso una herramienta más para la exploración de nuestro complejo entramado de relaciones sociales, lo toma, también, como fuente de goce estético. Aquí nos cuenta sus propósitos, y los qué y los cómos de cinco imágenes seleccionadas por él mismo. Las que siguen son sus propias palabras:
Lo imprescindible es mirar. Miras a través de los libros, las personas, las cosas, las imágenes. Mirar el mundo es la forma de estar en él. Escribo y fotografío sobre lo mismo: el ser humano no tiene naturaleza, sino historia. Miro la situación del ser, sus fragilidades, las injusticias que lo acosan y la belleza de la que es capaz. Ve, y mira, me repito. La fotografía le añadió profundidad de campo, y multiplicidad de planos, a la mirada que es mi escritura. Intento darle a una imagen el encuadre de un concepto.
Un mundo propio. La Habana, Cuba, 2018
El primer concierto de Habana Abierta en Cuba —después de su recorrido por España— ocurrió en los Jardines de la Tropical (2003). Fue apoteósico. Boris Larramendi gritó: “¡caballero, candela, la trova en La Tropical!”, aunque Habana Abierta son muchas cosas a la vez en cuanto a géneros musicales. Fui a otros conciertos suyos, en la Habana o en Gibara, pero no me impactaron como ese primero.
Nada iguala a los inicios, o al menos, a la memoria que tenemos de nuestros inicios. De Orishas, tengo el recuerdo de sus primeros discos. Su participación en el “Concierto por la Paz” (2010) me pareció bien, pero nada del otro mundo, como el propio concierto. Cuando escuché del regreso de Orishas a La Habana —“regresar” es una marca de exilio, que el concepto “diáspora” no captura— yo estaba en otro lugar emocional. A ese concierto (2018) fui con mis hijos de —entonces—16 años y con un montón de sus amigos.
Esta foto la tomé caminando en medio de un tumulto, debajo del puente del río Almendares, a la mitad del concierto. Ciertamente, nada se compara con la memoria de los inicios —del concierto propiamente dicho tengo pocos recuerdos— pero si un espacio produce este tipo de gestos, la obsesión por los comienzos quizás sea apenas paternalismo, ese ademán tan autoritario.
El arquitecto. Real Alcázar de Sevilla, España, 2019
En Sevilla, a donde llegué de la mano de un amigo querido, primero recorrí el Archivo de Indias. En sus inmediaciones, pregunté algo a una mujer que reconoció mi acento. Con gran cordialidad me habló de sus amigos en Cuba, y me dio su teléfono por si necesitara algo.
La arquitectura del Real Alcázar, el palacio en uso más antiguo de Europa, es una sucesión de capas históricas, que expresa en estilos: musulmán, gótico, renacentista, barroco, romántico. El mudéjar tiene allí una de sus catedrales. Todo ello es metáfora profunda de España y así lo comprende “la mitad de España” —para usar una frase que gustaba de citar Antonio Machado—. El mestizaje, cuando no miente sobre la desigualdad de quienes participan en sus cruces, afirma rotundamente la capacidad humana de adaptar, crear, reinventar y fundar.
Ya había fotografiado gran cantidad de motivos, ángulos, estructuras y colores. Sin embargo, en uno de sus jardines encontré esta imagen, que resume las fotos anteriores. El señor que aparece en la imagen no levantó una sola vez la mirada en el largo rato que estuve observándolo arreglar “su” jardín. Cuando salí, una marcha universitaria recorría la calle en demanda de derechos estudiantiles. El contraste entre los gritos de los jóvenes y el silencio del jardinero del Álcazar fue una metáfora que no supe capturar.
Mujer en pleno. Otavalo, Ecuador, 2017
Viviendo en Quito, hacía las compras de vegetales en el local de una “veci”, una joven indígena llamada Carmen, con una hija pequeña, a la que vi crecer corriendo entre sacos de choclos y papas “cholas”.
Carmen es muy expresiva, y, como se diría en Cuba, “echá pa’lante”. Toda ella mostraba contrastes muy elocuentes con cualquier visión estereotípica sobre el indígena “triste”, de ademanes “obedientes”. Carmen me “retaba” todo el tiempo, para saber si yo era “buen marido”. Varias veces pidió consejo sobre temas de su vida. Hablábamos en castellano, pero casi nunca nos entendíamos por completo. Muchas de las conversaciones eran diálogos “en paralelo”, en los que ella decía algo y yo respondía una cosa diferente, y viceversa. Ambos lo sabíamos, pero aprendimos a reconocerlo, a reírnos de ello, y a comunicarnos.
Carmen trabajaba, al menos, doce horas por día, todas con su niña alrededor. Tenía una sonrisa clara y hermosa. Hace años que no la veo. No estoy seguro de que la niña esté asistiendo a clases online, aún en medio de la pandemia, cuyo manejo por parte del gobierno de Lenín Moreno clasifica entre los peores del mundo. La foto no muestra a Carmen, sino a otra mujer trabajadora en un mercado indígena en la zona de Otavalo.
Old and Alone. Rogers Park, los Estados Unidos, 2019
En la primavera de 2019 estuve impartiendo clases en Northwestern University, en Evanston, Chicago. Allí tengo una gran amiga, cubana y feminista, que me aconsejó vivir “cerca pero no tan cerca” de Evanston, por el costo del arriendo. Me sugirió Rogers Park, la primera de las 77 “community areas” de Chicago, multicultural y con mentalidad progre.
En mis primeras búsquedas para encontrar lugar, me aparecían las noticias del serial killer que poco antes había aterrorizado la zona. Encontré un pequeño apartamento en un edificio de madera. El primer domingo que permanecí allí, salieron al pasillo mis vecinos, una pareja de afroamericanos de edad cercana a la mía, a tomar cervezas, de las que me ofrecieron. Luego, comenzó el trasiego de comida y otras cervezas entre un apartamento y otro por varios domingos.
A pedido mío sobre lugares recomendables, me hablaron de blues y jazz, y yo les puse a escuchar música cubana. La desconocían, pero repetían “that is very, very good”.
En la foto, aparece una persona en situación de calle al cruzar una acera. El vecindario es un botón de muestra de una ciudad tan hermosa y desigual como Chicago, en la que la COVID-19 ha cobrado un número muy desproporcionado de víctimas entre los afroamericanos.
El plan. Quito, Ecuador, 2017
En 2017 estaba empezando a tomar fotos. Tenía entonces solo una Nikon D3300, guerrera, pero muy sencilla. Viajaba en un bus (una “guagua”) en Quito, y vi a este señor sentado en ese escenario: una parada de buses. Me bajé, corrí y me puse en medio de la avenida, con muchos autos “pitando”. En momentos así identificas cuando la fotografía es algo importante para ti: ves una imagen y no puedes perdértela. No es la más “riesgosa” que he tomado, pero la entendí como una advertencia.
La fotografía va de dejar constancia, de disputar la realidad, de construir discursos, de mirar más allá siempre de lo que se tiene delante de los ojos. Y de dejar lo que estés haciendo si una imagen se te pone delante.
Constaté también lo que me dice siempre un amigo y maestro fotógrafo: la cámara, como el hábito, no hace al monje.
nota al margen : a los cubanos,enfermos de culturosidad,les impresionan mucho los titulos,masters,doctorados,titulos publicados,etc,etc….En verdad,la vision acerca del mundo y sus relaciones,nada tienen que ver con estudios y experiencias…cualquiera se equivoca en su juicio.Hay equivocos muy negativos en la historia de la humanidad formulados por eminencias”””’no solo hay que ser Academico……El sentido comun,esta al alcance de todos y es fundamental….Aunque dicen que “es el menos comun de los sentidos “…..