Getting your Trinity Audio player ready...
|
No es lo mismo lo sencillo que lo simple. Ambos se parecen, y a la vez son casi opuestos. En términos químicos, la simplicidad sería una solución, y la sencillez un concentrado. Esta sutileza es endémica de la lengua española, lo cual viene a explicar dos cosas: en primer lugar, el hecho de que hasta ahora no haya sido posible traducir fielmente los Versos sencillos de José Martí; y en segundo lugar, el que algunos de ellos sean tan hermosamente oscuros. La simplicidad no tiene hondura, mientras que la sencillez es insondable; por eso lo sencillo, inesperadamente, puede no resultar fácil de entender.
No es lo mismo fiero que feroz. Fiereza es sinónimo de vehemencia, y ferocidad es apenas un segmento de esa escala. Si llamamos fieras a los animales salvajes es más por su naturaleza indómita que por su eventual ferocidad. El corazón, el carácter, la mirada, el dolor, y todo aquello que comporte intensidad puede ser fiero, sin necesariamente volverse feroz. Por el contrario, un combate profesional, los ataques de un depredador, o la política de exterminio dictada desde un despacho, suelen ser epítomes de ferocidad y, al mismo tiempo, cosas supremamente desapasionadas. (Nothing personal). La fiereza, de signo positivo, es hija de la libertad, y como tal puede estar llena de matices; la ferocidad, de signo negativo, es hija de la necesidad, por ello tiene sólo una expresión.
Consideremos ahora el dogma y el progreso, dos vocablos con evocaciones contrapuestas. ¿Quién ha asentado el dogma? Lo han asentado los menos dogmáticos entre los seres humanos, los de vista de águila, los que no alcanzamos a comprender, o los que no pueden pararse a explicar sus visiones. Cuando sus seguidores pecan de dogmáticos esas visiones pueden anquilosarse, indudablemente. La culpa, sin embargo, no es del dogma; son siempre los otros —y a veces nosotros mismos— los dogmáticos. Y así como el dogma dista de ser dogmático, el progreso no es progresista, ni puede serlo. (¿Han notado cómo se desnaturaliza el sustantivo al adjetivarse?) Nuestras victorias y fracasos en la senda del progreso sólo tienen valor en tanto nuestro criterio de progreso no varíe; si este se transforma constantemente, nuestras victorias y fracasos pierden su sentido.
No es lo mismo un secreto que un misterio. Un secreto es algo que elegimos no contar, mientras que un misterio es algo que no podríamos contar aunque quisiésemos. Las llamadas “novelas de misterio” giran más bien en torno a un secreto. El misterio pertenece a otro orden y a otra jerarquía, junto con el amor, la muerte, la adoración, la creación, la fe, y el sufrimiento. Es verdad que un misterio es también un secreto, pero uno inefable e iniciático, que, paradójicamente, puede estar en principio al alcance de todos, a diferencia del secreto, que de entrada es algo oculto. La revelación de un secreto, así genere un cataclismo, es menos trascendente que la revelación de un misterio; porque la primera supone tan sólo el descubrimiento de algo desconocido, mientras que la segunda devela sobre todo “una dimensión desconocida de lo evidente”1.
La palabra secreto tiene un sentido más directo, en tanto que la palabra misterio posee bifurcaciones, oscuridades, esplendores, y un doble o triple fondo; es uno de los vocablos con más carga semántica sobre sus hombros.
Otro vocablo que intenta abarcar demasiado es “libertad”. (Ningún atrevimiento tendría que sorprendernos, viniendo de ella). Son muchas cosas las que corren con el nombre de libertad. Se nos queda corta la palabra incluso si intentamos ampliarla y hablar de “libertades”.
No es lo mismo, por ejemplo, la libertad que otros pueden darnos o quitarnos, y la libertad que uno mismo se quita, o se da. Diversos personajes a lo largo de los siglos nos han ido dejando definiciones acordes a sus respectivos temperamentos y mentalidades, haciendo de la libertad, en cada caso, el vehículo de su propia realización. Para un filósofo, la libertad “es el conocimiento de la necesidad”. Para un guerrero, esta “se conquista con el filo del machete”. Para un viajero, la libertad es viajar (homme livre, toujours tu chériras la mer). Para un humanista, “es el derecho de todo hombre a pensar y hablar sin hipocresía”. Y para un amante, “es la capacidad de hacer cosas por amor”.
Asimismo, saberse libre no es equivalente a sentirse libre. Saberse libre es, como suele decirse, “sentirse persona”; los derechos civiles se encargan, en general, de aportar esa experiencia, en nombre de la cual se han vertido ríos de sangre. Pero la sensación de libertad no se reduce, en fin de cuentas, al establecimiento de los derechos civiles, ni a sentirse uno persona; es otra cosa: equivale más bien a sentirse joven, y esa plenitud liberadora sólo el amor puede enseñárnosla. Por esta razón, me quedo con la última definición que mencionamos: “la libertad es la capacidad de hacer cosas por amor”.
No creo que estos sean grandes hallazgos. Apenas un puñado de palabras cuyos significados son bien conocidos, aunque quizá el lector no había reparado en todos ellos. He reunido por parejas algunos vocablos que a veces empleamos como si fuesen sinónimos cercanos, cuando en realidad, como hemos visto, pudieran ser casi antónimos. Si me he animado a compartir esto es porque el hábito de acechar tales distingos me mantiene alerta contra mi propia torpeza o laxitud conceptual. A riesgo de postular otra obviedad, insistiré en que la atención que ponemos a los significados de las palabras es la única garantía de que un debate o una reflexión lleguen a buen puerto.
No me defenderé si alguien ve en estas líneas un ejercicio de pedantería. Sin mover un músculo permanezco al acecho, atento a las sombras y matices de las palabras cotidianas. Mirad cómo salta por detrás de una de ellas el enemigo de la humanidad: no es lo mismo ignorancia que desconocimiento. El desconocimiento es homogéneo; la ignorancia, heterogénea. El desconocimiento es igual para todo el mundo. De ahí que un mismo mensaje, una misma lección, o una misma campaña, pueda erradicarlo con mayor o menor dificultad. Justamente por causa de su homogeneidad, el desconocimiento no es la madre de todos los males; esa sería la ignorancia, como bien dijo Sócrates.
Con la ignorancia es otra la historia. Ella es la pandemia perfecta que sin tregua nos diezma y amenaza, la mejor pertrechada para exterminarnos. Muta de un paciente a otro, causando toda clase de estragos, y al mismo tiempo permaneciendo asintomática para su portador, a quien jamás hace sufrir de manera directa. Su modus operandi es siempre fortalecer un rechazo al conocimiento, pero sus razones son variadas, personales, distintas en cada caso. Si se emplean contra ella armas genéricas la batalla estará perdida de antemano, ya que la principal defensa de la ignorancia es su minuciosa capacidad de personalización. Este rasgo de la ignorancia es tan apabullante que desanima cualquier intento de combatirla a gran escala. Así ha sido hasta ahora. Toda revolución pedagógica, todo esfuerzo por civilizarnos sin deshumanizarnos, habrá de enfrentarse a esa hidra.
1 Fina García Marruz en su ensayo “Hablar de la poesía” señala que esta suele ser también la función del poema.
La sentencia martiana sobre la libertad, con su primera parte que faltó: “derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía”, que para este servidor, esa primera cláusula del derecho a ser honrado es sublime e imprescindible a la hora de definir.
Ahora, interesantísima y crucial ese distingo entre desconocimiento e ignorancia.