A las tres de la tarde Buenos Aires hierve en sus 35 grados. El verano es crudo en la ciudad y desando el Microcentro en busca de información sobre determinado artefacto tecnológico. Como voy por la calle Corrientes me percato que también hay estrellas en la acera con el nombre de algunos personajes famosos; pero advierto que, contrariamente a la que acababan de enviarme por WhatsApp desde Hollywood, algunas padecen la desidia de estos mundos.
Un tacho de basura esconde la mitad de la que le dedicaron al cineasta argentino Eliseo Subiela. “El lado oscuro del corazón”, pienso. No es mejor la suerte de la estrella de algunos artistas vivos y casi de cumpleaños, como Joan Manuel Serrat. A la suya casi le alcanza una alcantarilla situada a pocos centímetros de una punta, y ya me surge la duda porque tal vez no sea certero en lo que afirmo: ¿quién estuvo primero, la alcantarilla o la estrella dedicada a Serrat casi frente al mítico Grand Rex?
No reparo en alguna más porque temo me confundan con un inspector del Gobierno de la Ciudad —hago mis fotos a las que encuentro en peor estado—, y porque giro por la calle Florida, llena de sus típicos arbolitos. “Cambio, cambio”, dice uno con una entonación especial y pienso yo en Mercedes Sosa que tanto nos dijo: “cambia todo cambia”. Como no le hago caso, el mismo personaje recita después: “Reales, dólares, euros…” Antes de entrar en lo que fuera la primera calle peatonal de la ciudad había visto otro arbolito, completamente de saco y con la cara maquillada como un actor de los años sesenta. “Tiene estilo”, pensé.
En Buenos Aires, tal vez como en pocos lugares, hay que tener estilo para imponerse; tanto para entrar a un restaurante como para juntar ropa entre los vecinos y vivir de esa recolección. Es otra de las escenas que suceden, aunque no se mencione demasiado. Suena un timbre y detrás una voz te pregunta si tienes ropa “para dar”. Quienes hacen la pregunta suelen verse casi siempre acompañados de niños y un carrito para bebés cargado de atuendos que han ido acopiando entre los vecinos mediante esta manera de ganarse la vida.
El sol se come la calle y los edificios de Florida, tanta luz le saca sus tripas de cables y expone los fondillos de aire acondicionados que no muestra igual el invierno, como si la estación le quitara la ropa a la ciudad para abochornarla, dejando al descubierto lo más feo, o mejor dicho, lo menos visible y poco comercial en ella. A una cuadra de donde me hallo estuvo la revista Martín Fierro, sede del famoso “grupo Florida” integrado, además, por Borges, Leopoldo Marechall y Oliverio Girondo: “La impúdica mentira exhibiendo el trasero/ en todas las posturas, /en todas las esquinas.”
Antes, en la intersección de Florida y Lavalle me encuentro a un ciego. “¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato?”. Me detengo, observo sus ojos y encuentro dos cuencas secas que también descubre, imprudentemente, este sol. Un micrófono lleva su voz hasta una maletica de la cual sale multiplicada y con música, se esparce entre los que avanzan, abriéndose paso en el resplandor. Tú, amigo tú, pobre diablo… Era un éxito de Emmanuel hace muchos años, con los que ahora el cantor intenta conmovernos para aganarse su pan.
Cerca, veo una mujer que también hace su trabajo. Consiste en ofrecer destinos turísticos a distintos puntos de la ciudad, ya sea el restaurante donde puede comerse la mejor carne asada o un paseo en barco por el río Tigre. Se aprovecha de la melodía para lograr sus propósitos con ingenio. De manera que cuando vuelve eso de tú, amigo tú, pobre diablo, siempre ella se junta al estribillo en una segunda voz que se impone sólo al final para encarar a los paseantes y decirles, mirándoles a los ojos y aún a la espalda si decide seguir: tú, amigo tú, show de tango.
Y basta de este recorrido en el que me han salido escenas de catálogo para forasteros, gente ajena a la ciudad que quiere saber de ella, porque así es de magnética. Hasta me parezco al maestro Tomás Eloy Martínez en aquel libro suyo, El Cantor de Tango, donde decía: “En ningún otro lugar del mundo las cosas han conservado tanto el sabor que tenían en el pasado como en esta Buenos Aires que, sin embargo, ya no era casi nada de lo que había sido”.