Como los diarios, los libros de viajes nos muestran el sometimiento que ejercen los lugares y los contextos sobre quien escribe, sensibilidad derribada ya por emociones ante el arribo a un espacio novedoso que tal vez no lo fuera tanto porque lo tenía visto, leído y acaso soñado el viajero. Por estos días precisamente estoy leyendo un impresionante registro de Alejandro de Humboldt a quien deslumbraron estas regiones de América. Se titula Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Estaba en eso cuando tuve referencias de estas otras crónicas, escritas por una antigua profesora.
Cada viaje, lo decía el poeta Kavafis, nos vuelve más sabios; y cada libro de viajes nos ofrece la posibilidad de sentirnos un poco más turistas. No de esos que conforman filas implacables y demoledoras, sino de los que solitarios se disponen a recorrer ciudades, y sentados en el banco de una plaza antigua descubren a esos fantasmas merodeadores que se mezclan con las personas a quienes observaban aquellos para comprender. La exprofesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana que me envió partes de este libro suyo, del cual ya tenía referencias, se llama Iris Cepero; su libro: Viajes de una guajira.
Iris Cepero es periodista y, al menos por lo que recuerdo, haber nacido en la localidad camagüeyana de Piedrecitas la llenaba de un orgullo tierno, tanto que recurría al nombre en ciertos contactos personales, pues, como ahora escribe en la introducción de estas crónicas: “lo mejor de mi pueblo es su nombre”. También pertenece a esa extraña estirpe de personas que, por haber nacido junto al ferrocarril, están marcadas por el monstruo de metal. Para ellos el hecho de viajar emergió como el primer anhelo, y jamás logran olvidarse del chirrido del hierro sobre el hierro, del pitido de la locomotora en la medianoche y de muchos otros sonidos traducidos en sensaciones que no puedo describir.
La autora es ahora un poco más sabia y siempre feliz guajira; desde hace años, al menos desde 2004 definitivamente anda por el mundo en busca de eso que de niña tal vez pensara que iban buscando los trenes. Lo que en la actualidad sé de la autora llega por este libro que publica la editorial Hurón Azul, cuya página en Facebook dice que se trata de un proyecto editorial nacido en 2019 salido de la experiencia editorial de colecciones cubanas en Ediciones La Palma. Voy a la página y encuentro un amplio catálogo de escritores cubanos. El libro en cuestión está allí; de abrirlo veremos que contiene una veintena de crónicas sobre recorridos diversos que han llevado a Cepero de Portugal a Quito, de Jerusalén a Pekín.
Por lo que tengo leído cada palabra contiene cierta melancolía. Como si la viajera intuyera que no volverá a los lugares que recorre, o como si hubiera deseado estar tanto en ellos que al caer allí el hecho mismo de presenciarlos la vuelve melancólica. No sé cuál ha sido la técnica, si tomar anotaciones y luego desarrollarlas pasado el tiempo, o escribir párrafos completos mientras descubre nuevos mundos que no deja de conectar con la historia y la cultura.
Mayormente prefiere describir; no sumergirse en meditaciones profundas: pinta lo que ve y agudamente encuentra contrastes para ponerlos ante el lector en pasajes como los que descubro en su visita a Sarajevo, donde los cristales, fragilidad, cobran una importancia desde el título. A través de ellos observa una ciudad ligeramente matizada. Desde las alturas de un moderno rascacielos, sin “rozar con los locales”, mira lo que miran todos, pero no todos tienen ese punto de observación. Es un bar “donde los cocteles y los lates cuestan la mitad que en Londres y Berlín” debajo del cual los reporteros del diario más leído escriben sobre la vida verdadera, la realidad que los turistas no llegan a ver. Cada lugar tiene una traza de vida y muerte, de amor y odio, y buena carga de rutinas.
Aun en tiempo de COVID, ha viajado esta cronista, y yo espero seguir leyendo las crónicas de su firma. Su viaje devela el ritmo de su oficio y sirve para constatar que el mundo es tan diverso como para esencialmente ser el mismo, que los lugares sagrados pueden ser ordinarios, que la magnificencia se la puede comer el tiempo, que la existencia se mueve en círculos viciosos y que la modernidad no solo tiende a estilizarlo todo, sino también a confundirlo: Morgan Freeman en lugar de Mandela. El muro de las lamentaciones con un grafitis: “Sabemos que nuestra libertad será incompleta sin la libertad de los palestinos”.
Entre los gratitudes confesadas en su libro, Iris Cepero agradece a Juan Orlando Pérez por la haberla acompañado en sus periplos, y yo, dado que Juan Orlando Pérez, a quien los alumnos decíamos J.O., fue también buen profesor para nosotros, le agradezco a los dos por haber viajado con ellos. O, al menos, por haberme colado por un momento en alguno de estos trayectos que siguen haciendo juntos.