Entre los monumentos personales que de la Argentina guardaba antes de llegar al país, uno eran el de Les Luthiers. Me habían acompañado en noches de soledad, en tardes soporíferas, en días largos e infinitos como una galaxia. Había disfrutado de ellos junto a familiares, amigos o muchachas que tenían por preferencia el humor de estos hombres singulares.
No puedo precisar cuántas veces vi sus grabaciones antes de tenerlos frente en el escenario de un teatro inmenso de arquitectura brutalista. Fue en noviembre de 2014 cuando acudí a su encuentro, presentaban el espectáculo “Viejos Hazmerreires” y sus presentaciones se anunciaban por ahí como “la última” o “una de las últimas”.
Los actores, músicos, humoristas que tuve allá delante eran, cierto, todos setentones; sin embargo, tenía una vitalidad adolescente. En números como “Los jóvenes de hoy en día” esa energía resultaba necesaria, en especial para Jorge Marona y López Puccio, protagonistas del sketch, cuyo tema estaba compuesto por el célebre y celebrado Johann Sebastian Mastropiero, que es capaz de escribir un madrigal o un rap, como es el caso.
Esa noche me reí mucho con aquellos cinco artistas, tres de los cuales eran fundadores del grupo o conjunto, como también se le ha llamado a Les Luthiers, conocido desde 1967, fecha en que fuera fundado en Buenos Aires.
Rabinovich moriría al año siguiente, pero aquella noche ni sus achaques, nada, anunciaban que estuviera viviendo el final de su existencia, aunque todos entendiéramos que había mucho de cierto en el rumor, tal vez soltado por ellos mismos: tal vez, sí, en efecto, aquel espectáculo fuera el último para cualquiera de ellos, como podría haberlo sido para cualquiera de nosotros.
Como siempre, después de salir del teatro de La Plata repetíamos sus mejores chistes, pero una voz se quedaba rondándome para en cada evocación sacarme más sonrisas. Era la voz rotunda de Marco Mundstock, poseedor de una tesitura que recordaba a un pasado en la radio, a aquel tiempo en que la radio se caracterizaba por esas voces rotundas, casi engoladas, baritónicas que se prestan también, y así mismo tan bien, para esos juegos de ironías y dobles sentidos.
Mundstock era el creador de Mastropiero, aunque, alguna vez dijo que era en verdad su padre. Este personaje consolidó su personalidad y biografía gracias a la colaboración de otros integrantes del grupo, pero Mundstock y Mastropiero deben haber tenido una íntima conjunción.
Mastropiero no solo fue ganando fama por sus composiciones, sino por los detalles de su vida, que siempre traía a colación en cada espectáculo el fallecido Mundstock, su padre-hijo.
El célebre compositor romántico tuvo una vida llena de aventuras amorosas y descarados plagios que, no obstante, lo convirtieron en una celebridad universal y venerada, al punto de contar con su propio certamen, otro guiño de sus creadores: “Los premios Mastropiero”.
De Mundstock uno se reía nada más de verlo. Surgía en la tiniebla del escenario vestido de frac, espigado, serio, sosteniendo sus papeles, tan perfectamente ordenados como los de un maestro de ceremonias oficiales, a no ser que terminasen en caótico desorden como el que se produce en aquel inolvidable “La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa”.
Lo recuerdo, por ejemplo, leyendo la presentación de un bolero compuesto, claro, por Mastropiero. En esa entrada al número en cuestión, a la vez que atribuye datos memorables del autor y creador de la pieza, desdice todo lo apuntado con apostillas aparecidas en periódicos que dan cuenta de algo: el músico no era un artista “de inspiración arrebatada, como otros compositores románticos”, sino que era alguien que arrebataba las composiciones a los compositores románticos para hacer las propias. Y así por el estilo.
“Nuestra mayor satisfacción es habernos ganado, con la ayuda de la música, unos raros instrumentos y la exuberancia y las ambigüedades del idioma castellano, un lugar en el humorismo”, leyó, con esa misma voz asociada al doble sentido, Marco Mundstock el día en que le tocó, junto a sus compañeros, recibir el Premio Princesa de Asturias de 2017, en Comunicación y Humanidades.
“En los fundamentos de este Premio el jurado considera que nuestro grupo es: “uno de los principales comunicadores de la cultura iberoamericana”. Aparte del enorme halago que eso significa, estamos un poco sorprendidos. Y no por modestia, sino porque nunca nos habíamos propuesto llegar a tanto. Pero en fin, si el jurado lo dice… quiénes somos nosotros para oponernos a sus sabias decisiones.“
Para esa ocasión lo volvimos a ver bien vestido, espigado, serio; hasta los reyes tuvieron que reír, porque nadie sabía que podría suceder cuando abriera la boca. Y así fue, medio en serio, medio en broma, hizo su defensa del arte por el cual ellos estaban parados allí, recibiendo un homenaje, siendo distinguidos no solo por el principado de Asturias, sino por todo el mundo hispanohablante: “El humorismo permite contemplar las cosas de otra manera, lúdica, pero sobre todo lucida”, dijo.
Esa lucidez que transmite la obra de Les Luthiers es lo que hace de ellos un clásico, o, como dijera antes, un monumento. No importa cuántos fundadores queden en pie; al final, siempre estarán todos vivos en el recuerdo para sacarnos una sonrisa, o para hacernos resucitar o, al menos, reactivarnos, con tanta risa.