La antología personal que ha entregado Pablo Milanés (Bayamo, 1943) en las últimas semanas, distribuida por Universal Music Spain, S.L.U. y con un diseño que ya en sí mismo nos advierte dónde se coloca el dedo del maestro, constata, además, una de sus mayores preocupaciones: el peso de la existencia, las relaciones de pareja y la carrera contradictoria que supone existir.
Con una prematura madurez había advertido el trovador sobre lo que significa este girar perpetuo que define nuestra permanencia en la tierra. Ahora puede juntarse cada una de sus ideas gracias a una selección que apunta a los momentos más esplendorosos de su carrera. Se corresponden mayormente con los tiempos en que su voz empezaba a ser definida como de las más potentes y claras de la canción de habla hispana, y la experimentación emergía como elemento por el cual pasó a conocerse como uno los más originales músicos de su generación.
Esta antología se inclina por al menos 17 de su medio centenar de discos, pero de estos el mayor número de canciones se concentra en ocho: dos grabados en los setenta, tres en los ochenta, dos en los noventa y uno en el 2000. Sus títulos, siguiendo el orden de mayor a menor número de temas elegidos: No me pidas (1978), Orígenes (1994), Yo me quedo (1982), Comienzo y final de una verde mañana (1984), Despertar (1997), Como un campo de maíz (2005), El guerrero (1983) y La vida no vale nada (1976).
El periodo es amplio y definitorio, comprende la producción musical escrita entre los 35 y los 62 años. En el lapsus, un joven irreverente y brillante graba su tercer disco mientras forma parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, tras cuya disolución se hace acompañar de varios de sus compañeros en un grupo cambiante con el que se presentaría desde entonces. Luego, será el trovador maduro con incuestionable y bien ganado espacio en la historia de la Música.
Anfitrión de un importante programa de la televisión cubana, ligado al gusto popular además por giras que lo llevaron de un lado al otro del país y por todos los barrios de La Habana, la voz de Pablo Milanés acompaña a los cubanos desde entonces, como una de las más críticas y vehementes. Su música, en tanto, iba de la apología a la crítica, del realismo cotidiano a la poesía intimista.
Un quiebre en su relación con el entorno fue la disolución de la Fundación que llevó su nombre, un hito cultural y empresarial en la Cuba posterior al 59, que parece haberlo dejado en una angustia tan profunda que reflejó en versos como los de “Plegaria”, cuya versión acústica recoge entre sus preferidas: Qué es lo que falta para creer que Dios murió,/ qué es lo que falta para creer quién lo mató. / El libro blanco, rojo y azul se me perdió /sólo me quedan mi mente y tú, qué voy a hacer.
No me pidas que a todo diga que sí, que te cansarás, es el comienzo de “No me pidas”, tema que da título al disco. Parece una canción de amor, pero era una canción de principios. Ese material de 1978 se encuentra representado por igual número de temas que Orígenes, aquella grabación que nos llegó en plena crisis con canciones como “La soledad”, “El Pecado original” o “Sueños” entre las elegidas. También ese disco contiene “Canción de cuna para una niña grande”, que no se incluye, pero que a mí me gusta mucho.
Milanés ha sabido mantener un rumbo propio, salió ileso de los contradictorios favores de la propaganda política que tanto se apropió de su obra; alcanzó la madurez coronado por el favor del público y la crítica cubana, y de premios internacionales como el “Grammy Latino al Mejor Cantautor”, que en 2006 obtuvo por su Como un campo de maíz. Del disco destaco otro tema aquí seleccionado y que manifiesta esa obsesión de la que hablaba antes, pues no se lo piensa dos veces para decir: Y al final, desesperado, sin aliento, te diré/ que ya no me quedan fuerzas para seguir./ Llévame contigo, muerte.
Pero, es solo una obsesión, un pretexto poético, una necesidad de expresar el sentimiento angustioso de un hombre que, al parecer, es de carácter amistoso y alegre. Han pasado quince años y la obra de Milanés no ha hecho más que enriquecerse. A su misma “mala salud” se ha sobrepuesto por su propia fe y entrega a la música, cuya fuerza lo mantiene con un imparable ritmo de presentaciones en escenarios de todo el mundo y tan creativo como para entregar nuevas canciones cada cierto tiempo. Recuerdo “Páginas del diario de Mauricio” o “Recuento”. Ninguna de las dos, en su lista de ahora.
Quiero imaginar que todo se quedaba así/ que no hubo un tiempo que pasó para vivir, dice luego de haber escrito En fin el tiempo pasa y van llegando/ los años de asentarse con holgura/ mas sigo prefiriendo tu locura /antes que lo pasado ir añorando.
Se trata de uno de los creadores a quienes les obsesiona el tiempo: lo desafía, carga con él como un fardo, es su Némesis y, como una ola, sobre el asunto va y vuelve. De reparar en esta selección que nos deja ahora, habría que hacer un repaso de los productores que le acompañaron de una u otra manera en cada uno de estos discos. Rafael Somavilla, Germán Piniella, Tony Taño, Orlando Hechavarría, Guido López-Gavilán, Eduardo Ramos… De todos, Eduardo Ramos es el nombre que más se reitera, ratificando la importancia que ejerció en trabajos donde Pablo muestra un genio particular para apropiarse de sonoridades foráneas o cubanas y mostrar su potencialidad vocal.
De ese modo, sobre una base jazzística podía interpretar una canción como “Ya ves” con increíble resultado. Se escucha hoy y sigue siendo increíble, pero antes lo era más porque se estaba abriendo camino, se estaba imponiendo su estilo en una época difícil. Del mismo modo, en trabajos producidos por Ramos se encuentran canciones peculiares como “Quien me tienda una mano al pasar”, en la cual el tema del paso de los años o la relación de pareja adquiere matices extrañamente épicos precisamente gracias a los arreglos. Este caso apenas es comparable para mí con aquel “Quiero poner en la tierra mis pies”, que tanto me hubiera gustado tener en la antología. La mía incluiría, por ejemplo, el infaltable “Sábado corto” grabado en 1978.
Un niño que nació adulto, con una sabiduría que le permitía comprender que en la vida todo es cíclico y que esa realidad nos pone ante las cosas que dejamos o quisimos dejar atrás. Todo se va, al final del viaje todo vuelve para comenzar. Lo cíclico. Lo cotidiano. Lo pequeño que hace grande la vida. La muerte. Muero al vivir, resucito al pensar. Para algunos, Pablo sigue siendo aquel muchacho que marcaba tendencia con su espendrú, sus camisas a rayas y aquella manera de ser entre tierna y vibrante, madura, infantil y apasionada. Para otros, es, como todos, lo que los golpes y los años van formando. La libertad como todo en la vida nació para morir.
Cerca de los ochenta muchos le dicen Pablito, y Pablito Milanés hace cada día lo que mejor sabe un artista como él; en su caso: componer, cantar, entregarnos estos discos y no bajarse de los escenarios desde los que promueve su obra, que es también su pensamiento. Y sigue cantándole al tiempo; que, en definitiva, ya lo tiene ganado. Es seguro que entre más días pasen sobre su cuerpo, la obra amplia que tiene gana ya en inmortalidad.
¿Qué podría decirse de alguien que está presente de bien y de sobra en nuestra memoria?
¡Qué es un Caballo!