Por alguna azarosa coincidencia, esta semana leía una carta en la cual su destinario pedía a un amigo que, dado el inminente viaje al lugar donde se reunirían, la ciudad de Nueva York, no dejara de llevarle el libro Algebra de Baldor.
La carta fue redactada por un escritor cubano, en los años cincuenta, y su lectura me hizo recordar ese libro, un verdadero libraco que de niño me había impresionado bastante.
Contaba con una buena cantidad de conceptos para memorizar o entender las matemáticas, presentaba decenas de problemas y cientos de ecuaciones a resolver. Hablaba de binomios y polinomios, de fracciones…
Cada ejercicio o comentario lo recuerdo respaldado por un diseño eficaz para apoyar el sentido educativo de aquel material que aún me parece de alto valor educativo y por lo que he leído en algún que otro blog sigue siendo material de consulta en algunos países de Hispanoamérica.
Sin embargo, no era su contenido lo que me impactó la primera vez que lo tuve delante, aquellos días en que lo descubrí durante mi infancia. En su portada vi el retrato de un señor barbado con gran turbante en la cabeza. Era el primer atractivo del libro y buena parte del misterio que ejercía sobre mí.
La manera de mirar de aquel árabe y el ambiente en el que había sido colocado, de espaldas a un Bagdad en perspectiva donde apenas sobresalía el minarete de alguna mezquita, suscitaban toda clase de imaginerías.
Después supe que el hombre no era otro que Al-Jaurismi, el famoso matemático, astrónomo y geógrafo persa al que la humanidad y la comunidad científica debe vocablos y conceptos como el de algebra y algoritmo. De hecho, en el dibujo, debajo de aquel hombre adelantado, escrito con una caligrafía a tono con los rasgos arábigos puede leerse: “Al Gabr”, “Al-mugabala” y “Al goritmi”
Tenía yo unos ocho años entonces. El libro estaba en un rincón de la casa de mi abuela, junto a otros materiales de historia y novelas como La Guerra de los mundos, de H. G. Wells, cuya lectura fragmentada me iría dando entrada a la literatura que ya no corresponde a la infancia y te pone delante temáticas como la ciencia ficción.
También en aquella casa había otro libro de Baldor, pero no resultaba tan misterioso para mí como “Álgebra”. El título era “Aritmética”. En la portada dos hombres bastante modernos para su época charlaban. Uno de ellos llevaba un cervatillo al hombro y al parecer sacaban cuenta de su costo mientras un diente de sables parecía acecharlos.
Mucho después supe que Baldor era un cubano (cuyo apellido era el mismo de otro pedagogo, José Antonio Portuondo Baldor, aunque no tengo conocimiento de que fueran familia), el hombre que había sentado precedente en la enseñanza de las matemáticas tras la publicación en 1941 de aquel material por el que pasó a la historia de la pedagogía. Aunque sus aportes no quedaron ahí.
Había fundado un centro de enseñanza que se convirtió en referencia en Cuba y en Hispanoamérica: el Colegio Baldor. La sede estaba en el Vedado y contaba con tanta eficacia en su estilo educativo como en su estructura, por la cual la matrícula dicen superaba los tres mil alumnos.
En mi etapa universitaria pasábamos por lo que fuera la sede, y alguien recordaba siempre el pasado del edificio sin que tuviéramos conciencia del legado de Baldor. Solíamos hacerlo con todo lo que estaba alrededor, aunque no hubiéramos atestiguado nada de ese pasado más que en libros, novelas, ficciones, cada lugar era pasado por el tamiz del recuerdo y los fantasmas.
Poco después de la Revolución el Colegio Baldor fue nacionalizado y en los sesenta su director y propietario, Aurelio Ángel Baldor de la Vega y su familia, compuesta por su esposa, Moraima Aranalde, sus siete hijos y la nana de estos, salieron del país vía México para instalarse luego en los Estados Unidos donde murió en 1978.
Por lo que tengo leído, en el exilio supo recomponer su carrera y se ganó un espacio en la Universidad de San Pedro, en Nueva Jersey. Vivió en New Orleans, New York y Miami, donde murió.
Hoy algunos recuerdan a Aurelio Baldor por sus aportes a las matemáticas y por el Colegio que fundó y dirigió, y del cual no pocos se graduaron y conservan aquel recuerdo; pero también por aquellos libros reeditados, no puedo precisar cuántas veces, y a los que sería imposible precisar cuántas personas deben parte de su formación o, al menos, el acercamiento a las matemáticas.
¿ALGUN ARTICULO ACADÉMICO SOBRE SU VIDA Y METODO?
Esto complementa este trabajo: Vivía en la Calle 7ma, en el número 33614, entre las calles 4ta y 6ta, junto a la iglesia de Santa Elena en la barriada de Tarará a las afueras de La Habana. Ciertas desavenencias con la dirigencia de la recién triunfante revolución cubana casi lo llevan a prisión. Fue gracias a la intervención de otro vecino del lugar, de nombre Ramón Barquin, residente en la Calle 3era, en el número 33404, entre las calles 2da y 4ta, en la misma barriada que logró evitar el encarcelamiento. El Coronel Barquin era amigo personal del Comandante Camilo Cienfuegos y le pidió a este último que intercediera por Baldor. A la muerte del Comandante Cienfuegos, ocurrida en el mes de octubre de 1959, Aurelio Baldor decidió salir de Cuba, estableciéndose en primer lugar en México.