Mis amigos en Cuba habían visto Bohemian Rhapsody gracias al resucitador de teleaudiencias allá llamado Paquete Semanal. Yo, sin embargo, aun con el servicio de Internet dispuesto en Buenos Aires, no lograba el momento para plantarme dos horas y constatar la efectividad del filme.
A ellos les sobre tiempo y, en ese sentido, son todos millonarios. En cambio, tengo la impresión de que el calendario al salir de Cuba se comprime como los archivos en WinRAR; contrario a sus realidades, estoy en las calles, mendigando… tiempo.
También soy la antítesis de mi esposa, que siempre encuentra un espacio para actualizarse en materia audiovisual. Cansado de la pantalla, al final del día prefiero seguir las lecturas pendientes hasta quedar despatarrado en el asiento como si le hubieran hecho añicos las balas de alguna metralla.
Pero, es obligatorio gestionarse mejor las horas, sacudirse en busca de actualidad, aspirar el aroma de los aires que corren.
Hace unas semanas por fin vi Bohemian Rhapsody, la película estrenada en noviembre del año pasado, dirigida por Bryan Singer, que recupera la historia de Queen. El grupo sigue marcando a muchos melómanos, tengan o no una relación sentimental o temperamental con el rock.
No he sido gran seguidor del género, y si alguna simpatía me producen ciertas bandas y canciones es, precisamente, gracias a los amigos. Alguno me pasaba casettes o discos con temas precisos, otros me han hecho escuchar discos completos mientras hago yo otra cosa y ellos ensayan con imaginarias guitarras. Hubo quien, incluso, me invitó a recitales donde se juntaban muchachos para zarandear sus pelos durante horas o permanecer como estatuas de mármol negro escuchando.
De haber seguido la herencia, vaya a saber la música que me hubiera tocado hasta el final de mis días: las rancheras de aquella vecina, la popular bailable de las tarimas, los trescientos cuarenta y cuatro casettes que uno de mis tíos guarda como único tesoro dentro de una maleta de madera destartalada. En verdad es lo único que tiene ya del pasado, por no hablar del presente y el futuro.
Pero, resulta que al interior de la maleta de ese tío también permanece Queen. Ahora mismo, quizá, podría estar escuchando cualquiera de los éxitos de los ingleses, tragado también por ese monstruo del sin-tiempo, refugiado en su cuarto derruido con los brazos encima de la maleta y la mirada en el techo, como tantas veces lo he visto en los peores tiempos.
No sé, en cambio, si mi tío anda al tanto de la película inspirada en la trayectoria de esos cuatro músicos geniales, porque cada uno de ellos ha sido virtuoso a su modo; y el más célebre de todos, seguirá siéndolo, Freddie Mercury.
Si el año pasado, cuando Netflix estrenó la serie del mexicano Luis Miguel, en Buenos Aires se tarareaba en masa aquellas baladas de los ochenta y los boleros que salieron después, he visto ahora a peatones cruzar una calle tarareando a Queen. En especial, alguna de las letras popularizadas por su vocalista. Mucho antes de la ceremonia de los Oscar observé en plena calle a jóvenes aullando al estilo de Mercury su Bohemian Rhapsody.
El efecto del filme en la ciudad, me lo ha confirmado un vecino que imparte clases de canto en el apartamento de arriba. En la sesión vespertina tenemos ahora una clonación de Freddies Mercurys desgañitándose en este karaoke austral. Son muchos, buenos y malos; más malos que bueno, la verdad.
Por cierto, antes de la ceremonia del domingo pasado estaba convencido de que uno de los Oscar sería para el actor Rami Malek. Creo que pocos pusieron en dudada que iba a ganar el Premio al Mejor actor. No solo porque casi siempre que se presenta a competencia una película biográfica -biopic, le dicen ahora- el actor que encarna al personaje se lleva los laureles, sino porque Malec ha encarnado a Mercury de manera impresionante.
Hay que advertir cómo el verdadero Bryan May, guitarrista del cuarteto, lo observa durante la filmación. Parece dudar que estuviera delante de un actor y no de aquel viejo amigo con el que empezó el grupo cuyo álbum Greatest Hits, de 1981, que sigue siendo el más vendido en el Reino Unido. Su historia comenzó en los años setenta, en una ciudad de Londres, que no ha sido a la música menos que a la literatura.
Mirando el filme, sobre todo al final, cuando sucede la presentación en el Live Aid, por la fuerza dramática, por lo que representa en el filme y lo bien que ha sido recreado, llegué a creer por momentos que Malec era el verdadero Mercury y que, incluso, a él correspondía la interpretación de las canciones y no al canadiense Marc Martel, otro talento en la cinta.
Lo más curioso es que, como se supo, esta escena fue la primera del rodaje, de manera que es una prueba evidente de cómo desde el principio Malek le agarró los matices a la personalidad de un hombre lleno de contracciones, con una vida sexual intensa y desbordada, movida por el genio gracias a la cual irrumpió en la historia musical y sentimental de tanta gente.
Si mal no recuerdo, yo vine a tomar conciencia de la calidad de Freddie Mercury durante las Olimpiadas de Barcelona, en 1992, cuando su voz, junto a la de la soprano catalana Monserrat Caballé, nos avisaba cada cierto tiempo que la televisión cubana pondría el medallero de los juegos.
Entonces Mercury ya estaba muerto, pero resucitaba en las pantallas y, si acaso alguien lo sabía cerca de mí, escuchaba relatos de la vida de aquel hombre, de su sexualidad, del Sida que había terminado precipitando su muerte.
Ese nosotros mismos no nos habíamos agravado totalmente, pero ya estábamos en las últimas: se hablaba de la “opción cero” aunque nadie sabía a ciencia cierta de qué se trataba en verdad. Que no habría nada, absolutamente nada. Sería la prueba de fuego, el momento en el que de verdad habría que apretar los dientes y resistir. Seríamos solo apagones, deliciosos olores retenidos en la memoria, libros, fornicaciones y alguna que otra melodía.
Para mí, la efectividad de este filme, es ahora mismo la de hacer renacer una época en la que también mi tío se abrazaba a su maleta como si fuera un salvavidas. Porque todos, al igual que nos ha dicho Queen, nos preguntábamos si era aquella la vida real o acaso una fantasía.
Hermoso!
El próximo artículo debería ser,El reguetón y la escasez de nunca acabar.