Tengo pendiente una visita a la casa de Ernesto Sábato, el escritor argentino que murió a los cien años y de quien ayer se cumplieron 109 de nacimiento. Llegar hasta allí es uno de esos pendientes que me había planeado antes de vivir en Buenos Aires. Sabía de su residencia en Santos Lugares, un pueblo ubicado al oeste y donde aún permanece cuidada y abierta al público, como fue su voluntad, la residencia en la cual radicó desde finales de los años cuarenta hasta su fallecimiento.
He visto muchas fotografías de esa casa. En ella, Sábato escribía, pintaba o paseaba por los jardines con arbustos crecidos según la espontaneidad de una naturaleza que el escritor no quería corregir porque le gustaban así esas cosas. Una de las muchas personas que llegó a cruzar ese portón para saludarle fue el escritor José Saramago, quien en su visita, allá por los años noventa, describió la entrada como un viejo y oscuro jardín que defendía la casa de los curiosos.
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La oscuridad, la amargura, la obcecación social e individual también fueron frecuentes en la obra de Ernesto Sábato. Yo, que para la fecha en que Saramago cruzaba el jardín aun no había leído sus libros, conocía solo de su nombre por las palabras escritas para Silvio Rodríguez en su disco Descartes, de 1998. Es un gran disco que me recuerda a esos años y, de vez en vez, lo escucho en parte para volver a ellos. Ahora reviso ese pequeño texto y encuentro que uno de los temas de Sábato fueron expresados allí: “Vivimos en medio de una gran confusión”.
Pese al vínculo con el trovador cubano, Sábato nunca llegó a visitar Cuba. Casi concreta una invitación en 1963, pero no sucedió. Casa de las Américas le pedía que ejerciera de jurado en su premio literario recién estrenado; sin embargo, obstáculos económicos y políticos le impidieron llegar a La Habana.
La relación con Casa de este “amigo con diferencias”, como él mismo se definió mucho antes de acentuar sus críticas al gobierno cubano por sus limitaciones a la libertad individual, fue de a poco fortificándose, al punto que un día le anunciaron que su novela de 1961, Sobre héroes y tumbas, sería editada bajo el sello “Literatura Latinoamericana”, aviso que entusiasmó al escritor de textos ya conocidos como El Túnel o Uno y el universo. Así estuvo, entusiasmado hasta conocer que su texto tendría por prólogo una interpretación de la novela que nada le agradaba.
Si ese prólogo que no llegó a serlo fuera el artículo publicado por la revista Casa de las Américas en su número de octubre-noviembre de 1964, edición coordinada por el uruguayo Ángel Rama, podrían suponerse las razones del enojo de Sábato, quien calificaba la crítica como “indignante”, y a través de su esposa exponía su inconformidad.
Fue ella, Matilde Kusminsky, quien en carta a Roberto Fernández Retamar, director ya de la revista, asegura que el autor de ese texto no había entendido el libro, y añade: “me duele terriblemente que después de la ignominia que cometió Rama en Montevideo, y en una revista de izquierda, se repita el mismo fenómeno en otra revista que al menos debía tener una actitud cordial hacia alguien que aquí jugó todo en defensa de Cuba, hasta el punto de abandonar la revista Sur”.
El artículo que motivó la queja se titula “Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato” y fue escrito por Jaime Sarusky, quien considera que esta novela es una “ambiciosa tentativa literaria”, sí “una importante novela de nuestro continente” enaltecida por el autor, a no ser por lo que supone un “parpadeo crítico” de su parte: el no haber eliminado el “Informe sobre ciegos”, tercer capítulo de la historia que, según Sarusky no le interesa a nadie “ni a los propios ciegos”, y la poca luz que arroja sobre el tema central de la novela deja en el lector la sensación de largas, inútiles páginas escritas…”
Los giros críticos en el texto de Sarusky disgustaron a los Sábato, sobre todo porque el propio escritor consideraba al libro como “la obra más importante de mi vida”, según puede advertirse en una carta enviada a Haydee Santamaría en mayo de 1964, cuando también se quejaba de que sus libros no llegaran a La Habana y, cuando son citados, lo hacen mal. Tanta era la desconfianza que llegaba a decir: “En cambio, veo que llegan los libros de nuestros escritores comunistas, escritores en su casi totalidad de tercer orden”.
“Me pregunta qué puede hacer para que se lean sus obras en Cuba, nosotros le respondemos que editarlas y queremos su autorización.”, responde la presidenta de Casa poco después. Mas, nada es tan fácil en la Cuba de esta época.
En julio, el libro estaba para pruebas de galera y Sábato asegura desconocer que la edición cubana hubiera estado tan adelantada. El hecho parece entusiasmarlo, aunque hay otra novedad para los editores: “descuidé decirles que deseaba hacer la edición cubana reproduciendo no la primera sino la segunda edición argentina. Hay algunos pequeños cambios (que pueden introducirse en las pruebas de galera, sin mayor dificultad) y sobre todo muchas supresiones.”
Desde la institución le envían telegrama poco después: “Libro en pruebas de planas. Sin recibir respuesta proposición a editorial Sudamericana sobre derechos. Favor conteste urgente.” Dos meses más tarde le escribe Ada Santamaría, quien mantiene la correspondencia con él desde Casa. Le informa que dada la cantidad de cambios advertidos en la segunda edición no será posible sacar la novela para la fecha prometida. Pero el libro saldrá.
En febrero del 66 todavía se encuentra Sábato con las pruebas en sus manos e ignora si sobre ellas puede hacer enmiendas. “Hay muchas supresiones”, dice: “¿qué hacer?” En marzo le responden por telegrama: “Haga correcciones necesarias. Envíe juego completo. Entrega primero de julio.”.
El 28 de marzo el escritor informa que las pruebas han sido enviadas por barco, que el prólogo está muy bueno aunque desea algunos pequeños cambios. De ser necesario lo enviaría por avión.
En abril se sincera con Retamar: “Te agradezco tu intervención para que no apareciera aquel increíble prólogo, que parecía más destinado a castigar mi aparición en Cuba que a celebrarla (…) En cuanto a lo que ponen del señor Portantiero (Juan Carlos) debo decirte que es otro caballero inexistente, si se exceptúa el movimiento comunista argentino. Como ves, tengo la habilidad de concentrar sobre mí el ataque de los teóricos bolches, acaso por toda mi historia de lucha contra sus sectarismos e imbecilidades (tanto políticas como filosóficas) sectarismos e imbecilidades que harían morir de vergüenza a Marx si resucitara, ese hombre que recitaba a Shakespeare de memoria”.
Matilde, por su parte, se comunica nuevamente con Casa, esta vez para agradecerle también al director de la revista: “Veo que te has portado como un amigo de verdad evitando que saliera aquella indignante nota de este señor Sarusky”. Esta correspondencia permanece archivada en Casa de las Américas. La novela fue pública en 1967, por la editorial de la institución. El prólogo que vio la luz corresponde a José Triana.
Por mi parte, aunque una vez entrevisté a Jaime Sarusky, no sabía de este dato para preguntarle respecto a su affaire con Sábato, por lo cual más detalles no puedo ofrecerles ahora. Solo agregar que a los pocos meses de aterrizar en Buenos Aires uno de los primeros sitios que visité fue el Parque Lezama, una plaza próxima al río y al barrio de La Boca donde el escritor situó a los personajes de su novela Sobre héroes y tumbas para la primera escena.
Por las fotos, Sábato parecía un tipo tendiente a la depresión; algunas veces quiso suicidarse, lo dijo. Había sido científico y trocó ese destino por la literatura. Era un hombre literario, el más perturbado por momentos, pero el más duradero. Abelardo Castillo, que caminaba junto a otros escritores durante una de esas feria del libro, mirando una foto promocional de todos ellos, dijo: Mírenlo, ustedes lo ven con toda y sus depresiones, ese nos va a enterrar a todos. Y casi que los enterró.