“Si tan solo Justin Trudeau fuera nuestro presidente” ha dicho en Twitter, y en inglés, la escritora Joyce Carol Oates, una de las voces más seguidas de la literatura norteamericana desde hace años. Sobre ella se han dicho frases fantásticas -quién sabe si son leyendas-, como la que se le adjudica a Truman Capote: “Carol es el ser más abominable de Estados Unidos y debe ser decapitada”.
Con tal presentación a cuestas, de la cual se ha reído tantas veces, no hace otra cosa que seguir contando historias tan compulsivamente que sus libros superan los 160, entre novelas, relatos, poesías, obras de teatro y libros de no ficción. Es, en verdad, una cabeza peligrosamente en ebullición; no una máquina de escribir, sino un artilugio de fabular al que una vez observé en un video realizado para The New Yorker.
“Básicamente, puedo escribir casi todo el día, con interrupciones. Me siento a hacerlo, no porque sea una actividad extraordinaria, sino porque simplemente es lo que hago”, dice una voz en off mientras se observa a una espigada mujer, cuello largo, blanca piel, espejuelos. Teclea imparable en la laptop dispuesta frente a una gran ventana. Desde allí se observa un patio de césped verde y árboles medianos a donde ella va a veces a descansar con sus gatos.
Cuando se mueve de un lugar a otro lo hace lento, con los brazos y las largas piernas ligeramente abiertas, casi dando tumbos como la versión humana de una mantis religiosa. Lleva pantalones hasta las rodillas y blusa rosa. No ha escogido atuendo, presenta el interior de su casa y se presenta ella en su intimidad.
Pero, con toda esa apariencia, subrayada por los años que en verdad no aparenta, sigue también siendo moderna en su interacción con los jóvenes, en el uso de las posibilidades que ofrece la Internet sobre todo; en las redes sociales, especialmente en Twitter, el otro hilo de creación al que llega mientras escribe, cualquiera sea lo que proyecte desde la ficción; novelas, relatos cortos o las clases sobre escritura creativa que imparte hace años en Princeton.
Desde 2012 los muchos tuis que genera en un día le permiten dialogar con alumnos y lectores desconocidos; pero, del mismo modo, le ofrecen el espacio idóneo para juzgar personalidades e intervenir en temas que se encuentran a debate en la opinión pública.
Habría que imaginar las frases de Capote si la viera valorando esto y lo otro, o sea: la literatura y la política, que parecen ser sus dos grandes inquietudes. El ejemplo no es solo la ironía referente al trueque de Trudeau por Trump, sino los muchos que manifiesta de manera directa sobre la situación política actual en su país, sentencias que vienen en la cuerda de un “Estados Unidos ha sido infectado por políticos cínicos y falsos “líderes”, con un problema de “resentimiento”, una cultura de agravio…”
También las redes le permiten mostrarse en su cotidianidad adaptada a las circunstancia. Ahora hace “zooming”, para estar cerca de sus amigos o para asistir a las clases virtuales donde completa entrevistas que sus alumnos le solicitan y que ella ha aceptado por email previamente.
El 30 de marzo se reunió con algunos alumnos que el escritor Bradford Morrow tiene en el Bard College. Las respuestas a las cuestiones de las que ellos habían querido saber, relacionadas con la literatura o la realidad generada por el virus, no se hicieron esperar. La cuarentena estaba distrayéndola de sus proyectos literarios “pero también la triste situación política”, decía.
Lo primero que leí de Joyce Carol Oats fue Puro fuego: Confesiones de una banda de chicas (2008), obra donde quedan explícitos sus temas recurrentes: las dificultades que enfrentan las mujeres en un mundo tan determinantemente marcado por los hombres, sus relaciones con el entorno de la pobreza y, junto a esto, la violencia, tan reiterada en su obra que ella misma intenta explicárselo en el ensayo: Why Is Your Writing So Violent?
En ese texto recuerda cómo generalmente se ha tratado de reducir el papel de las escritoras a temas “menores” por considerar más propios de los hombres esos de mayor calado social, político y sexual, etiqueta contra la que lucha y eso se evidencia en argumentos, trapas, personajes cargados de violencia o donde esa violencia aparece de manera subyacente.
“Ocasionalmente a una escritora se le dice con gravedad: “Escribe como un hombre”. Dado que este es el mayor elogio, presentado como un juicio superior y cerrado a cualquier discusión posterior, sería de mala educación preguntar: “¿Cuál hombre? ¿Cualquier hombre? ¿Usted?”
Me gustaría haberme leído para este momento Blonde, su novela sobre la vida de Marilyn Monroe publicada en 2000 que pronto veremos en el cine y cuya protagonista será la actriz cubana Ana de Armas; pero, aun no me ha caído delante ese libro, librazo, porque ella escribe tomos gruesos, casi imparables.
Por lo pronto, lo que sí trato de seguir son los tuits de Oates, una escritora que ha sido nominada ya varias veces al Nobel y que no son pocos quienes esperamos lo obtenga. Tal vez hasta Capote lo estuviera intuyendo aquella vez y por eso pedía su cabeza, ese trozo de ella que nadie ha logrado cercenar tampoco en la literatura.