Lo más complejo está por llegar. Así, en tono previsor, definió el Vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo, los venideros cambios que impulsará el estado cubano en aras de una actualización económica que de tan necesaria se ha vuelto imprescindible para el futuro del país.
Lo más complejo quiere decir que hasta ahora hemos sostenido varias y dignas pulseadas de entrenamiento pero que ya va siendo tiempo, en la era post maya, de adentrarnos en el mundo real. La economía nacional se abocará a procesos de vida o muerte, estrategias que se fraguarán sobre la marcha, rejuegos que tendrán que lidiar y desacralizar rocosas conciencias políticas y que, además, deberán demostrar su eficiencia para no remover o debilitar las puntuales pero significativas y preciadas seguridades con que cuenta la sociedad cubana de hoy. O al menos para no removerlas o debilitarlas más de lo que lo ha hecho el inmovilismo de la última década.
Si enumeramos lo que se avecina, entenderemos que el 2011 o 2012 fueron, ciertamente, años de gestación. Se avecina, por ejemplo, la implementación de la ley tributaria. Se avecina la apertura de un mercado mayorista. Se avecina, aunque no sabemos aún cuánto demorará, la unificación monetaria. Se avecina, en el terreno estatal, una mayor autonomía para las empresas, las cuales tendrán que demostrar su rentabilidad y su poder de gestión.
No son, o no deberían ser enemigos, los sectores estatal y privado. El rezago pedagógico de toda una larga y metódica enseñanza actúa sobre nosotros y hace que no entendamos, en primera instancia, la prosperidad de uno como la prosperidad del otro. Pero ese desfasaje se explica en un dilema por el que atraviesan, a modo de caravana, los peligros, las precariedades, los abismos y las recompensas de la Cuba contemporánea.
Los cambios deberán acelerarse porque el tiempo no alcanza y se corre el riesgo de rumiar demasiado un proceso tan instintivo como la supervivencia. Pero los cambios no deberán acelerarse demasiado porque se corre el riesgo de improvisar un proceso tan definitivo como la supervivencia. Implementaciones lentas para las circunstancias y rápidas para el pensamiento. En dos años no se cambia una mentalidad de cincuenta. Menos, mucho menos, para prácticas que se tildaban, a nivel gubernamental, como el reverso de la justicia.
Esta mecánica, sin embargo, arroja a la larga beneficios políticos. Los cubanos viven la nación concreta, no la nación histórica, y entienden la actualización del modelo económico –aún entienden, y echan una mano- como espacios legítimos de libertad, ni siquiera individuales, sino públicos. Los cuentapropistas, y la brecha que con ellos se abre, no nos volverán un país rico, pero sí un país viable, potencialmente dialógico, un país en el que habrán cafeterías a título personal y revistas literarias que no pertenezcan a instituciones monolíticas, todas iguales.
Si, por ejemplo, apareciese petróleo, y las exportaciones de servicios médicos o la entrada de turistas no sostuvieran nuestra economía, o, en su defecto, si no apareciese nada pero lográsemos un equilibrio entre las partes, el Estado tendría que demostrar su capacidad de aprendizaje y moverse a la par o hacer como que se mueve a la par: mecanismo rector que garantice hasta las vías para su cuestionamiento legal.
Debemos recordar un principio que no es griego, ni marxista, ni cristiano, ni martiano, y que es todo eso a la vez porque es el principio de los principios. La verdadera fortaleza de cualquier sistema es esta: un poder bondadoso. Tan naturalmente bondadoso que, si por un momento no lo fuera, entonces dejaría de ser. Otro fin es engaño, la malversación de lo posible.