La mejor arena de béisbol está en nuestras cabezas.
Stan Isaacs.
Para el equipo de Villa Clara (Andy, Gabriel y García Márquez en especial),
para el equipo de Ciego (todos menos el zurdo),
y para mi equipo, los cow-boys, por mucho el más grande.
Mi pierna izquierda es la de Ichiro, y mi pierna derecha la de McGwire. O mejor digo, para los que no siguen el béisbol: mi pierna izquierda es la de Céline Dion, y mi pierna derecha la de Montserrat Caballé. O mejor todavía: mi pierna izquierda es la de Ricardo Alarcón, y mi pierna derecha la de Marino Murillo. Me rompí, según el médico, los ligamentos y algunas miofibrillas del bíceps femoral. Duele y molesta, cierto, pero suena bien.
No le pasa a todo el mundo. Es una lesión propia de nuestros ídolos, un padecimiento que prestigia. No sé, por ejemplo. Messi que se quiebra el primer metatarsiano. Lautréamont que se suicida a los veinticuatro. A mí me quedan tres meses para los veinticinco, y aún no me suicido, pero ya tengo al menos mi pierna rota. Fue en Holguín, en el Torneo Nacional de Softbol de la Prensa.
Cuando yo creía que no quedaban razones para ser periodista en Cuba, apareció el softbol, y me justificó el título universitario. Di una línea por encima de tercera, e intentado hacerla triple sentí el tironazo. Jugué dos juegos más, renqueando, pero no llegué a la semifinal. Mi equipo perdió el cruce y el invicto. Quiero pensar que por mi ausencia, aunque lo cierto es que no soy tan determinante. Nadie con ciento treinta libras de peso puede determinar. Mi equipo, sin embargo, era tan equipo que cualquiera que faltase iba a incidir. Es realmente maravilloso el milagro de la colectividad. El milagro, no la imposición.
Parezco una de esas muchachas rubias que con veinte años sueñan hacer carrera en el cine, y que con el tiempo, y el reajuste cabal de las expectativas, terminan de extra, o, en el mejor de los casos, declamando un insalubre bocadillo, e igual se creen actrices.El softbol es la pelota de los fracasados. De los bodegueros y los periodistas que anhelaron pitchear en el Latino, pero que drásticamente tuvieron que conformarse con cosas bien distintas, de menos glamour, menos satisfactorias, como despachar azúcar detrás de un mostrador o informar en el Granma acerca de la venta de pescado o del nuevo dentífrico de elaboración nacional.
Hubo un momento, lo juro, donde llegué a preguntarme cómo la gente podía dedicarse a otra cosa que no fuera escribir. Pero la pregunta de rigor, cuando salto a la grama, es cómo pude dedicarme a otra cosa existiendo el béisbol. Juego para sentir, un día de estos, lo que se siente cuando se quiebra un record, cuando se llega adonde nadie más, ni de lejos, ha podido llegar. Juego para –dixit Valdano- olvidar la muerte.
Me rapé la cabeza, dejé mi barba crecer como nunca antes, me encasqueté mi gorra del Boston, y el público holguinero me gritó lo que yo estaba buscando que me gritaran: Victorino, Ellsbury. Sobre todo Ellsbury. Yo también soy primer bate, y juego el short field, que es una especie de center field en el softbol. ¡Ah!, el center field. Cualquiera que haya estado allí sabe lo que significa.
Dice Philip Roth, en El mal de Portnoy: “¡Agradezcamos a Dios la existencia del jardín central! No puede usted imaginarse (…) lo maravillosamente que se siente uno ahí, tan solo en todo ese espacio… ¿Sabe usted algo de béisbol? Porque el jardín central es una especie de puesto de observación, de torre de control, desde donde puede verse todo, y a todos, desde donde se capta lo que está ocurriendo en el momento mismo en que está ocurriendo, no solo el sonido del bate al golpear, sino también el arranque de los jugadores de cuadro en el primer segundo en que la pelota emprende su vuelo hacia ellos; y cuando los rebasa, tú gritas “Mía, mía”, y echas a correr tras ella. Porque, en el jardín central, si la puedes alcanzar, es tuya (…) y luego esa deliciosa sensación Di Maggio de agarrarla como si fuera un envío del cielo…”
Lo extraordinario del béisbol y sus derivados, lo que tiene el béisbol de excepcional, que solo a veces tiene la literatura, y que no lo tiene nada más, es que tu soledad puede servirle al resto. En el cajón de bateo, el hombre se ha hecho las grandes preguntas. Los grandes libros se escriben en tres y dos.
que bien, carli, estas reeducado, jaja, teniendo la oportunidad no atacaste a higinio, ni a celine dion, ni a murillo ni al “montevideano”, fuiste a lo tuyo, felicidades por un post que tendrá pocos comentarios, simplemente porque no se mete con nadie! abrazo canadiense,
A mí me gustan los deportes aunque no se mucho del tema, pero este comentario me hiso más que todo, soltar una carcajada por el segmento inicial. Estamos mejorando, porque en aquel comentario de Una noche en las Vegas, la II Parte no me gustó y es del tipo de escritos que sí disfruto leer más, pasando por el borde de la literatura y la crónica.
Ya extrañaba cosas así de tí… micro-crónicas en las que hagas comparaciones (algo distantes) para explicar el “poder” de tus piernas a los que no saben de pelota y tienen alguna noción de música o de política “Interior”. Si fueras un robot y todo tu cuerpo fuera formado por gente de renombre (o popular aunque fuera para hablar mal), te pediría que conservaras tu cerebro: pienso que le podrías sacar + provecho si lo metes en uno de mis servidores, pero bueno… ahora juega tu partido con el teclado que aún no te lesionas los dedos!!!
Me encantó tu crónica, tambien me fascina el béisbol y sus derivados, de hecho, en la universidad estuve en el equipo de softbol y terminé como cargabates, jajaj, al menos éso…Finalmente me hice médico, sigo fascinada por el deporte y sé de lo importante que es para ustedes esos encuentros anuales. Te recuperarás, continuarás jugando bien y escribiendo aún mejor, no cambies el teclado, sólo compártelo. Felicidades.
oyeee hoy me has hecho estar en el center….pasional esta crónica