Cartas que no se extraviaron: 27/06/2014

Gran Tocayo:

Adventistas del sexto día, llegamos a este obligatorio viernes de asueto. Concluida la fase de grupos, lo que resta de Mundial suele ser tan súbito, tan noventa minutos, tan cara o cruz, que ya comenzamos a padecer no nostalgia, pero sí cierto atisbo de melancolía. Paradójicamente, no puede ser de otra manera. La expectativa y el deseo vienen asociados a la fugacidad. Si no fuese inasible, no fuese amado. El Mundial, para que sea Mundial, tiene que efectuarse cada cuatro años, y, cuando se efectúa, tiene que ser relampagueante. No obstante, hay cosas que demoran más: el regreso de Ulises, Halley.

Volcados ya en los octavos, no parece que haya un conjunto a vencer, ese claro candidato al título. Después del empate ante los ghaneses, Alemania atemoriza un poco menos. Son, hasta ahora, uno de los tres puntos más altos de la Copa, pero perdieron, en alguna medida, la indiscutible autoridad moral. Llegamos a sospechar, tras el lastimero acoquinamiento de Portugal en el debut, que los discípulos de Low iban a ganar cada partido sin despeinarse, incluso antes de disputarlos. O quizás solo fuese una impresión personal, por eso de preferir a Argentina.

Quiero creer, sin embargo, antes de que los propios alemanes se encarguen de dejarme en ridículo, que la temperatura incidirá como hasta hoy –España, Inglaterra, Italia: un trío que suena a podio, no a meros participantes-, y que Alemania no rebasará, en cuartos de final, el presunto duelo con Francia.

Ante Ecuador, Francia dejó entrever nuevamente esa abulia nefasta –la atonía de Zidane, sin Zidane, es eso, solo atonía- que durante los últimos años ha sido su peor enemigo. Tan magro cierre de clasificación impidió que volcáramos hacia ellos todos los reflectores. Sabemos, por alguna razón, que no es casual, y que a pesar de las goleadas, y de una plantilla que se permite alternar a Pogba, o a Griezmann y a Giroud, los franceses pueden caer en esa zona de ingravidez, de depresión, tan cara a Benzema, tan suya.

Bien pensado, que Alemania ceda ante Francia es en realidad un acto de fe. Alemania no se enfrentaría a Argentina hasta una hipotética final, pero seamos cabalísticos: Argentina va a jugar mejor cuando sepa que Alemania ya no está. Para Argentina habría sido preferible que se fuera Alemania –Alemania y punto- y no Italia, Inglaterra y España. Igual, han corrido con una fortuna insólita. Deben llegar a semis sin grandes contratiempos. Suiza no asusta. Lo único que asusta de Suiza es lo que asusta de todos: la instancia. Que si pierdes, te vas. Pero el rival en sí es bastante cómodo, y aprovechable para engrasar la maquinaria, si es que tal maquinaria existiera, y no algo, un absoluto, llamado Messi.

Parece una escalera el camino de Argentina: Irán, Nigeria, Suiza, luego Bélgica, luego, casi seguro, Holanda. No sé si Sabella acepte la corta distancia ante los belgas. No creo –aunque Eden Hazard haga estragos por el lateral de Zabaleta- que Argentina deba rebajarse y abandonar el cuatro tres tres. Pero puede que el orgullo, ante Holanda, sea sinónimo de imprudencia. Robben y Van Persie frente a Garay y Fernández parece una masacre. No obstante, esta antiHolanda tan vertical, poblada de zagueros del Feyenoord, no es muy ortodoxa en defensa. Nadie, ni siquiera Australia, la ha probado lo suficiente. Y nadie la probará hasta la semifinal. No lo hará México. No lo hará Costa Rica.

Si para algo sirvió que los insoportables griegos pasasen a octavos, fue para que la faena de los costarricenses sea aún más loable y hermosa. Rezo porque goleen. Aquella Grecia de 2004 nos trastocó, todavía es un demonio negro que no queremos que resucite. Desde entonces, hasta hace par de semanas, prefería que los equipos pequeños mordieran el polvo correspondiente, pero Costa Rica fue una bofetada en la mejilla de mi conservadurismo. Avanzó convenciendo (tocayo: ¿está bien usado el gerundio aquí?), casi aplastando. Echó por suelo el axioma de que un plantel menor solo puede calificar colgado del travesaño.

Hoy sé, por otra parte, que para algo también sirvió aquella Euro de los griegos: para que Scolari no se encumbrara aún más. Nada sería más dañino, más anticlimático, después de un Mundial tan trepidante, que el hexacampeonato. Ese matrimonio de los brasileños con el músculo parece impuesto, y necesitamos, cuanto antes, un divorcio.

Me quedo con el desternillante gesto de Lavezzi, que echó un chorro de agua en la cara del seriote Sabella, mientras el seriote de Sabella le hablaba. Me quedo con el baile ensayado, la celebración de los colombianos en cada gol, con la sabiduría de Pekerman, con el carácter mexicano, con el virtuosismo alemán, con la intensidad de los chilenos –que tanto preocupa a Scolari-, con el milagro –merece repetirlo- de los ticos, incluso con la desequilibrante Holanda o la prometedora –aunque insuficiente- Bélgica. Pero el resultadismo de Brasil es doloroso: como si hubiesen cambiado Gran Sertón: Veredas por El Alquimista, la vastedad de Guimarães Rosa por el éxito de ventas de Coelho.

Menos que Brasil, en mis afinidades, solo Estados Unidos. No me adapto, no me suena Estados Unidos en el fútbol. Rezagos, tal vez, de mi educación sentimental, vestigio de los avatares de mi Patria, pero lo cierto es que tampoco juegan con gracia. Mucho orden, mucha eficiencia de nación emergente, agazapada. Cualquier día –Dios nos ampare- se desata una guerra futbolera y cuando despertemos Estados Unidos ya es Campeón Mundial. La historia –decía Kundera- tiene el mal gusto de repetirse.

Luis Suárez también. Y, junto con Luis Suárez, la FIFA. Que no lo sancionaran era más un deseo intrínseco de todos nosotros, un pedido de rodillas al inmisericorde organismo rector, que una posibilidad real. El castigo, sin embargo, fue excesivo. Y, como todo exceso, vuelve lo merecido en inmerecido. Clavetearon a Suárez en la cruz y le negaron la posibilidad de resucitar. Sentenciaron a Uruguay. El fantasma del Maracanazo, quizás, amenazaba con volver, y en estos tiempos de Scolari, quien afirma que para hacer poesía mejor nos pongamos a escribir, saltarse el libreto suele ser peligroso.

Pero como dice, ante el avance de las hordas, Rafael Courtoisie: “La prepotencia pseudojurídica (…) La indignación. (…) La amargura dulce. Hay que seguir y sonreír. Pase lo que pase. Debajo, encima, al costado, hay un triunfo sin nombre. Perdieron, YA, ellos, quienes creen que ganaron.”

Hasta más ver,

Abrazo del tocayo menor.

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