En el documental Buscando a Chano Pozo, el mito se presenta en todo su esplendor. Isolina Carrillo, por ejemplo, cree que no es un hombre guapo. O sí, parece decir luego, era un hombre guapo, pero porque luchaba por lo suyo.
Una vez, cuenta, armó su espectáculo y exigió una mayor suma por los derechos de autor y al mes siguiente intentaron balearlo a la puerta de un edificio. Chano Pozo es un arquetipo, solo que con el don del arte. Incluso con el don del arte sigue siendo un arquetipo, pero más refinado y atractivo. Abakuá, oriundo de un solar, cronista de esa vida tumultuosa, engreído, alardoso, bailador, virtuoso de la rumba. Lo veneraban en La Habana. Era feo, de hombros un tanto caídos, pero campeaba por su respeto.
¿Cuál era su plus? El plus de ser. El plus de llevar en los genes un par de siglos de cimarronaje, un ritmo innato y el laberíntico lenguaje de los tambores. La comunión de la música pareció haberlo salvado de la violencia, o de la pobreza.
En una de sus antológicas fotos, Chano Pozo luce como un rey africano. Tal vez como un simple súbdito real. Tal vez como un agitador de ferias. En cualquiera de los casos, un hombre tomado por el éxtasis.
La boca abierta, camisa blanca, tirantes a los hombros, un elegante lazo en el cuello, la contorsión en la cara, el sudor que corre, las manos seguramente repiqueteando en el cuero. En fin, todo un despilfarro que en 1942 llega al Nueva York de los rascacielos y los tranvías y los mendigos y los lumínicos en la noche. La eterna ciudad desenfrenada de un país que no parecía estar en guerra.
Abre un club latino en el Paladium. Se lo recomiendan a Dizzy Gillespie y Gillespie decide contratarlo. Chano introduce las tumbadoras en el jazz, y ambos dan a conocer -todo esto para 1947- el ya legendario Manteca.
Años después, Gillespie dirá que ninguna música extranjera tuvo tanta influencia en la evolución del jazz como la música cubana.
Casi al final, hay un momento de especial valor. Se descubre un joven Gonzalo Rubalcaba que no habla, casi ni resalta, pero toca el piano. Es decir, habla dos veces. En Paseo, el único disco de Rubalcaba que he escuchado, inferimos en algunos compases, y en algunos silencios también, el ulular renqueante del espectro de Chano.
En momentos de crisis, cuando todo se hunde y lo cubano no sabe mantenerse ni en la literatura, ni en la plástica, ni en la filosofía, ni en la política, ha quedado un reducto en la música y otro en la religión.
El 3 de diciembre de 1948, en Harlem, Río Café de Lenox y 111, por un simple asunto de deudas, un ex marine le desenfundó a Chano Pozo su revolver. Lo asesinaron, como es lógico.
Tenía el don del arte. Tenía un fugitivo dentro. Fue guapo, alardoso, pero ya el jazz era otra cosa. Había nacido en un solar.