Tengo una jodida costumbre. Me voy acordando de las fechas importantes con días y a veces hasta con semanas de antelación, pero unas horas antes las olvido olímpicamente, como si me apagaran la alarma de la cabeza.
Esto trae, por supuesto, graves implicaciones: pasar por alto el cumpleaños de tu madre, o el cumpleaños de tu abuela. No hay mayor ejemplo de indiferencia o de ingratitud filial. La familia tiene el extraño hábito de exigir que le muestren reciprocidad y amor de un modo, a mi juicio, demasiado engañoso y banal como para tomarlo en serio. Cualquier descarriado, solo con buena memoria, puede pasar por hijo ejemplar. Si uno quiere llevar una vida sin ataduras innecesarias, entonces tiene dos opciones. O se marcha de la casa. O educa a sus padres. Es decir, o reniega, o hace la revolución.
En el periodismo es más de lo mismo. Uno se pasa la vida recordando las fechas secretas que la publicidad no beneficia para llegado el momento utilizar la excusa del aniversario. Esa es una de las caricaturas del oficio que a mí tanto me entusiasman. Acechar el día específico para, en el mejor de los casos, sacar lo que uno quiere decir al respecto, o, simplemente, para escribir un texto extra y recibir un dinero que el editor no pensaba obsequiarnos. Por eso los despistados o viven con lo justo o se mueren de hambre, aunque en el otro extremo hay gente que, por ese texto y ese dinero extra, convierte cualquier escaramuza en una batalla, o a cualquier mequetrefe de esquina en bolerista de culto. Pero no desviemos la atención, volvamos al tema de las efemérides como pretextos.
En Cuba, por ejemplo, cada abril es Bahía de Cochinos. A nadie se le ocurriría hablar de Bahía de Cochinos en Octubre. En Octubre se habla de la Crisis de los Misiles y de la URSS y del demócrata Kennedy y del campechano Jruschov. No importa que ya no quede nada por decir. Sin embargo, lo más probable es que queden cosas por decir, pero que los analistas, preocupados como están por la llegada del aniversario, olviden decirlo y sigan publicando las mismas parrafadas.
El mundo funciona de esa manera. Si a usted se le ocurre en marzo una tesis distinta sobre la llegada de Armstrong a la luna, sabe que tendrá que esperar el momento –ahora leo que fue el 21 de julio-, porque en marzo no viene al caso hablar del tema. Si, en cambio, ha llegado julio y usted jamás le ha dedicado un par de neuronas al Apolo 11, tendrá que escribir algo, no importa que sea una basura o el lugar común de otros lugares comunes. Las reglas dicen que el suceso no puede pasar por alto.
A mí me gustaría que hubiese un periódico, al menos uno, contra la lógica. Un periódico que respondiera a la inspiración de sus reporteros, y no a las órdenes que dicta el pragmatismo. No sé, un diario o una emisión televisiva que, en el caso de Cuba, para armonizar, disertara de la zafra en junio, o de ciclones en diciembre. Nuestra prensa es tan aburrida porque además de reducir la historia a dos o tres sucesos, habla año por año de los mismos temas en los mismos meses. Hay una condición innata en el lector cubano para saber qué gesta se recordará en la primavera, y cuál heroicidad en el otoño.
Yo siempre pienso en la noche aquella que me vino a la cabeza la crónica del Che. Brinqué en una pata porque miré el almanaque y estábamos a fines de septiembre, o sea, tenía el 9 de octubre a la mano, pero si se me llega a ocurrir en noviembre, me cuelgo de la vía pública. Aunque, ya lo he dicho, hay algo peor. Tener el día a tiro y olvidarlo justo en el umbral.
Hoy es 19 de marzo. El 16 de marzo de 1892 –hace 121 años y tres días- nació César Vallejo, poeta. El 15 de marzo de 2003 –hace diez años y cuatro días- murió Roberto Bolaño, chileno. Me estuve acordando de ambas cosas hasta el día catorce entrada la tarde.
Todo lo que tengo que decir de ambos ya no viene al caso. Los temas escasean, hay que ahorrarlos, y a lo mejor, si acuerdo con los lectores una columna díscola y sin tiempo, yo pueda publicar la crónica de estos escritores supremos el próximo verano, el invierno venidero, o el siguiente abril. A fin de cuentas, eso es lo que aconsejan los filósofos del Power Point sobre los seres queridos. No pierdas un segundo, cualquier día es bueno para recordar.
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Sin fecha
Tengo una jodida costumbre. Me voy acordando de las fechas importantes con días y a veces hasta con semanas de antelación, pero unas horas antes las olvido olímpicamente, como si me apagaran la alarma de la cabeza.
Esto trae, por supuesto, graves implicaciones: pasar por alto el cumpleaños de tu madre, o el cumpleaños de tu abuela. No hay mayor ejemplo de indiferencia o de ingratitud filial. La familia tiene el extraño hábito de exigir que le muestren reciprocidad y amor de un modo, a mi juicio, demasiado engañoso y banal como para tomarlo en serio. Cualquier descarriado, solo con buena memoria, puede pasar por hijo ejemplar. Si uno quiere llevar una vida sin ataduras innecesarias, entonces tiene dos opciones. O se marcha de la casa. O educa a sus padres. Es decir, o reniega, o hace la revolución.
En el periodismo es más de lo mismo. Uno se pasa la vida recordando las fechas secretas que la publicidad no beneficia para llegado el momento utilizar la excusa del aniversario. Esa es una de las caricaturas del oficio que a mí tanto me entusiasman. Acechar el día específico para, en el mejor de los casos, sacar lo que uno quiere decir al respecto, o, simplemente, para escribir un texto extra y recibir un dinero que el editor no pensaba obsequiarnos. Por eso los despistados o viven con lo justo o se mueren de hambre, aunque en el otro extremo hay gente que, por ese texto y ese dinero extra, convierte cualquier escaramuza en una batalla, o a cualquier mequetrefe de esquina en bolerista de culto. Pero no desviemos la atención, volvamos al tema de las efemérides como pretextos.
En Cuba, por ejemplo, cada abril es Bahía de Cochinos. A nadie se le ocurriría hablar de Bahía de Cochinos en Octubre. En Octubre se habla de la Crisis de los Misiles y de la URSS y del demócrata Kennedy y del campechano Jruschov. No importa que ya no quede nada por decir. Sin embargo, lo más probable es que queden cosas por decir, pero que los analistas, preocupados como están por la llegada del aniversario, olviden decirlo y sigan publicando las mismas parrafadas.
El mundo funciona de esa manera. Si a usted se le ocurre en marzo una tesis distinta sobre la llegada de Armstrong a la luna, sabe que tendrá que esperar el momento –ahora leo que fue el 21 de julio-, porque en marzo no viene al caso hablar del tema. Si, en cambio, ha llegado julio y usted jamás le ha dedicado un par de neuronas al Apolo 11, tendrá que escribir algo, no importa que sea una basura o el lugar común de otros lugares comunes. Las reglas dicen que el suceso no puede pasar por alto.
A mí me gustaría que hubiese un periódico, al menos uno, contra la lógica. Un periódico que respondiera a la inspiración de sus reporteros, y no a las órdenes que dicta el pragmatismo. No sé, un diario o una emisión televisiva que, en el caso de Cuba, para armonizar, disertara de la zafra en junio, o de ciclones en diciembre. Nuestra prensa es tan aburrida porque además de reducir la historia a dos o tres sucesos, habla año por año de los mismos temas en los mismos meses. Hay una condición innata en el lector cubano para saber qué gesta se recordará en la primavera, y cuál heroicidad en el otoño.
Yo siempre pienso en la noche aquella que me vino a la cabeza la crónica del Che. Brinqué en una pata porque miré el almanaque y estábamos a fines de septiembre, o sea, tenía el 9 de octubre a la mano, pero si se me llega a ocurrir en noviembre, me cuelgo de la vía pública. Aunque, ya lo he dicho, hay algo peor. Tener el día a tiro y olvidarlo justo en el umbral.
Hoy es 19 de marzo. El 16 de marzo de 1892 –hace 121 años y tres días- nació César Vallejo, poeta. El 15 de marzo de 2003 –hace diez años y cuatro días- murió Roberto Bolaño, chileno. Me estuve acordando de ambas cosas hasta el día catorce entrada la tarde.
Todo lo que tengo que decir de ambos ya no viene al caso. Los temas escasean, hay que ahorrarlos, y a lo mejor, si acuerdo con los lectores una columna díscola y sin tiempo, yo pueda publicar la crónica de estos escritores supremos el próximo verano, el invierno venidero, o el siguiente abril. A fin de cuentas, eso es lo que aconsejan los filósofos del Power Point sobre los seres queridos. No pierdas un segundo, cualquier día es bueno para recordar.
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