Tesis sobre la tesis

Alguien apuntaba recientemente, con suficiente razón, que los estudiantes de periodismo armaban demasiada parafernalia durante la elaboración de sus tesis. Quizás si los estudiantes de periodismo agonizaran menos –no me incluyo, porque no me quejo, y no creo en la colectividad per se-, se graduarían de la universidad sin pasar mucho trabajo. Pero se llora demasiado, y no queda tiempo suficiente para pensar.

Que los periodistas corran las últimas dos semanas antes de la entrega, no quiere decir que han descubierto un nuevo rasgo de la teoría hipodérmica, sino que han dormitado durante meses. No quiere decir rigor, sino incompetencia o dejadez. Además, como nos fuimos acostumbrando –aquí sí me corresponde la primera del plural- a los seminarios fáciles y las tácitas pasadas de mano, ahora la investigación más o menos decente de un tema, cualquiera que este sea, nos parece un estudio neurológico.

Yo miro a mis amigos cibernéticos, imperturbables, estoicos, batidos con esa friolera de números y códigos, y me provoca vergüenza ganarme un título con el trabajo práctico que voy a defender. Pero es la ventaja del pícaro. Tampoco hay por qué pedir una carrera tan difícil, y para colmo que te la den.

Entrar en período de tesis equivale a un familiar enfermo. Sirve para justificar todo y la gente entiende cualquier desplante. Las cosas que normalmente nos reprocharían -el olvido, la indiferencia, la irresponsabilidad- ahora se comprenden por la tesis.

Uno quiere irse de un lugar y argumenta que tiene que trabajar en la tesis. Uno quiere cortar una conversación y dice que anda en busca de información para la tesis.

Ese invento posmoderno y pizpireto que es el estrés siempre sale a relucir en cuestiones de tesis. Los pobres universitarios se estresan investigando un tema, y es algo que parece comprensible. Los convenios que la doble moral concierne en aprobar (la doble moral no pertenece al individuo, como se cree, sino a la sociedad), pasan como verdades inquebrantables aun cuando se sepa que son eso, convenios, y que en el centro de todo convenio habita la larva del engaño.

Yo no creo en el estrés provocado por cuestiones intelectuales. El pensamiento da placer y goce, lo que estresa es lo seudointelectual, la teoría artificiosa y pirotécnica. Para estresarse los estibadores, que cuentan con razones suficientes.

La tesis permite también otras analogías. Es para el universitario lo que los quince para la muchacha. Hay que establecer el diagnóstico, la estrategia, las bases metodológicas, pero también, con la misma constancia, buscar un traje, un brindis, la presentación adecuada.

Y después, cuando creíamos que se había terminado, nos damos cuenta que no queremos dejar a nadie fuera, ni siquiera a la auxiliar pedagógica de la primaria que no se acuerda de uno, ni siquiera a los que ya no son tan amigos pero no pueden enterarse, y cogemos y escribimos con pasión esas veinte cuartillas que a nadie que no esté incluido conmueve, pero que sin embargo requieren paciencia y arte porque son, sin excepción, lo único que todo el mundo lee. Los agradecimientos.

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