Irma Peñalver, modista de Celia Cruz

Entrevista con Irma Peñalver, una cubana que a fuerza de talento y trabajo se ganó un lugar meritorio ejerciendo su oficio de alta costura, en un medio complejo y discriminatorio. La autora de la famosa bata con la bandera que lució Celia Cruz, habla de su relación con la gran artista cubana.

Irma Peñalver posa al lado de la famosa bata que ella confeccionó para Celia Cruz. Foto cortesía de Celia Cruz Legacy Project.

El Smithsonian National Museum of American History, en Washington DC, atesora en su colección permanente este traje singular, cuyo diseño y realización está firmado por una mujer cubana. Honrando a la bandera de la nación, en los tejidos tricolores dos coterráneas fundieron el amor por su tierra y por su tradición, dos cubanas que estuvieron vinculadas por más de cincuenta años y para quienes el desarraigo no hizo mella en su sentido de pertenencia. Lo vistió, orgullosa, nuestra Celia Cruz, la cubana más universal, y fue concebido y realizado con la sensibilidad y las manos de otra cubana, la diseñadora y modista Irma Peñalver. 

Celia Cruz luciendo la bata confeccionada por Irma Peñalver. Foto cortesía de Celia Cruz Legacy Project.

Con sus 91 años, Irma no oculta su orgullo por la historia que la une a La Guarachera de Cuba, y la resume con elegancia y locuacidad admirables. Más allá de tafetanes, paillettes, satenes y pedrerías, Irma Peñalver y Celia Cruz tienen muchos puntos en común, marcadas por la pasión, por el oficio al que han dedicado sus vidas, la lucha por conquistar sus propósitos y sueños, el éxito en el emprendimiento personal, y el sentido de pertenencia. 

La conversación telefónica con Irma —confinamiento pandémico de por medio— me revela una dulzura que contrasta con la firmeza de carácter que su propia vida ha demostrado con creces:

¿Cómo conoce usted a Celia?

Conocí a Celia en Cuba a inicios de los años 50 cuando comienza a cantar con La Sonora Matancera. Para ese tiempo yo era jefa de costureras de Pepe Fernández, una boutique de modas muy famosa, en la que se hacía ropa a la medida. Allí llegué recomendada por una amiga, desde mi condición de profesora de corte y costura, y modista. 

¿Quién era Pepe Fernández?

Pepe es uno de los diseñadores y modistos más renombrados en Cuba, junto con Bernabeu —que le cosía a las personas más adineradas—, y Julio Inza. La boutique estaba en El Vedado, en lo que hoy es La Rampa, en la esquina de O y 23, segundo piso. La moda que se seguía en el atelier de Pepe Fernández era la francesa. Se compraban los figurines —revistas francesas de moda— y por ahí nos orientábamos, se imitaban esos diseños. La línea general en los años 50, que es cuando conozco a Celia, eran los vestidos, aún no se habían impuesto los pantalones en la moda femenina, como ocurrió después.

¿Qué recuerda usted de la relación de Pepe Fernández con Celia Cruz?

Era una relación muy cordial. Celia era alegre, educada y claro, todos sabían ya que ella era una artista destacada. Pepe diseñaba sus vestidos, le aportaba ideas y elegía los colores, pero Celia nunca ponía objeción en cuanto al color. Todos los colores le quedaban bien, le resaltaban. Por esa época no tenía preferencia por uno u otro. Tenía además, un cuerpo muy bonito, sobre todo la zona de los hombros, soportaba muy bien los estilos descotados, tipo “palabra de honor” o “strapless”.

¿Y su relación con Celia allí, en el atelier-boutique?

Allí no tuvimos amistad, solo a veces le probaba los vestidos. La recuerdo como una persona muy amable, con los pies en la tierra, no se daba importancia, a pesar del valor que ya ella tenía. Nunca fue orgullosa. Después dejé de trabajar allí y el 9 de enero de 1960  emigré a Estados Unidos. 

¿Y qué pasó entonces con su vida, Irma?

Viví 8 años en Boston y allí empecé haciendo lo que sabía: coser. Siempre cosí en boutiques y tiendas. Tuve clientas de cierto renombre. Recuerdo que allí le cosí a una chef muy famosa que salía en los shows de TV y también le probé a la artista húngaro-norteamericana Eva Gabor. Me cansé del frío y entonces decidí venir para Los Ángeles, donde empecé a trabajar en I.Magnin, una tienda muy popular, aunque de alto standing, donde iban Oscar de la Renta, Bill Blass, Christian Dior, Ives St. Laurent a presentar sus colecciones. Durante las temporadas venían los representantes con las modelos y hacía un show y las clientas hacían sus encargos. Allí yo era “fitter”, es decir, la que entallaba la ropa. Fui la última que entré y sufrí discriminación, porque era latina, a pesar de todo lo que yo sabía hacer, de la calidad de mi trabajo. Creían que yo no hablaba inglés y hablaban mal de mí. De 12 que éramos, solo 3 decidieron brindarme su amistad; las otras, no.

Como al mes una probadora mulata que era de Texas me dice que yo nunca llegaría a trabajar con Jack Mayer, el comprador principal y manager del piso de alta costura, porque él no soportaba a los negros. Me sonreí. Y le respondí: “No soy blanca, ni negra, ni amarilla. Soy beige. Yo aprecio mucho a este país y le debo mucho a este país, pero yo no soy de aquí, yo nací en La Habana, Cuba y de donde yo vengo el color no es importante, sino tus conocimientos, y el día que Jack Mayer me dé una oportunidad, ¡ya te diré yo si él trabaja o no conmigo!”. Pasaron 2 meses y un día llega Jack a mi salón y le dice a la manager: “Mañana vendrá Miss May” (una clienta que gastaba 50,000 y 80,000 cada vez). La ausencia de dos colegas me dio la oportunidad. Me enviaron a trabajar con Mr. Mayer. Y desde entonces, ese fue mi nuevo puesto.

Allí fui “fitter” de Bette Davis (yo me decía: ¿Estaré soñando?), de Olivia de Havilland; durante varios años le probé ropa a la primera esposa de Tonny Benett, a la esposa de Gene Autry, el cowboy en el cine, a la esposa de Cameron Mitchell, Johana Mitchell y a muchas otras celebridades. Mis clientas me duraron, en muchos casos, cerca de 25 años. Los malos momentos pasaron, y con el tiempo encontré aquí mi lugar y nuevas amistades.  

Celia Cruz, una biografía cubana

¿Y qué fue de su vínculo con Celia?

Cuando llegué a Estados Unidos, perdí el contacto con ella. Solo tenía noticias suyas a través de una amiga común que vivía en España: la cantante Gilda Cánovas, esposa de Rolando Columbié, ex-pianista de la Banda Gigante de Benny Moré. Seguí viviendo en Los Ángeles, y en 1987 se anuncia que Celia iría a mi ciudad a develar su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Es la primera cubana en recibir tal reconocimiento y quería regalarle algo, pero al mismo tiempo me decía: “¿Qué podría regalarle que ella no tuviera?”. Hablé con Gilda y me dice:

“Mi hermana, tú puedes darle algo que ella no tiene: ¡un vestido hecho por ti!”

Le encomiendo a Gilda que en el viaje que Celia haría antes a Madrid, le tomara las medidas. Un día me llaman por teléfono. Resulta que tenía yo una amiga que también se llamaba Celia y era cubana y cuando descuelgo me dicen: “Irma, cómo estás, soy Celia” (Celia Cruz era una persona muy natural, y me habla como si hubiésemos hablado el día anterior, pero yo no la reconozco). Le pregunto: “Y René —refiriéndome al esposo de mi amiga Celia— cómo está?”  Y me responde: “Irma, que soy Celia Cruz. Gilda me dijo que tú me querías hacer un vestido y yo para eso, estoy más puesta que un calcetín. Cuando vaya a Los Ángeles te llamo unos días antes y nos vemos”.

Ahí recuperamos el contacto y lo que fue el inicio de una amistad en Cuba, se fortaleció para siempre. Le probé una “toile”, le cogí los defectos y por ahí comencé a hacerle vestidos. Primero le hice dos, que fueron mi regalo. A ella le encantaron, tanto así, que el manager en mi trabajo de aquel tiempo me dijo: “¿Usted es quien le hizo los vestidos a Celia, el que se puso anoche y éste?”. Me besó las manos. Y me dice que hacía años no le veía a Celia una ropa como esa.

Desde su mirada de modista, ¿cómo era la Celia de esos años?

Celia conservaba su cuerpo muy bien; solía usar unos vestidos anchos tipo kaftanes. Siempre tuvo las piernas muy bonitas y decidí que algunos vestidos debían llevar unas aberturas que las dejaran mostrarse. Pedro [Knight] no se opuso. También introduje otros cambios: sus vestidos serían más ajustados al cuerpo, porque aún ella lo admitía. Estamos hablando de 1991, es decir, 12 años antes de morir. Le mandaba mis diseños a New Jersey, dos o tres para que ella escogiera y ya a la altura del tercer vestido que le hacía, me dice: “No me mandes más dibujitos. Me haces los vestidos, me das la sorpresa, que sé que me van a gustar”. Y así hicimos. Tuve la libertad de hacer el diseño que yo quería y siempre estuvo muy contenta.

“Hazme algo negro y verde” —me dice una vez. Y yo no sabía que ella iba a estrenar aquí en Los Ángeles el tema “Azúcar negra”. Le hice un vestido todo a mano que era verde esmeralda de un encaje bordado en piedras, lentejuelas y cuentas, todo eran a mano, las costuras… todo. Le hice además un abrigo, porque pensé hacerle dos looks: que entrara de una manera al escenario y que a la mitad se quitara el abrigo ancho, un paletó negro de seda y forrado en verde. Ella entró cantando “Azúcar negra” vistiendo el abrigo negro y cuando terminó la canción vinieron dos de los músicos y le abrieron el abrigo y se vio el vestido todo de cuentas verdes. Noté que la gente aplaudió muchísimo cuando le quitaron el abrigo. A través de Celia yo había conocido al director del periódico “La Opinión” y ese señor se levantó, abandonó su asiento y vino a felicitarme.

Celia tenía muy buen carácter, haciendo chistes, de muy buen humor siempre. En otra ocasión, cuando llego a probarle, y entro a la suite con mi hija Mercedes y mi mamá, voy abriendo el paquete, ella lo ve, y me dice: “¡Qué lindo!”, pero le respondo: “No encontré el encaje verde que yo quería, entonces compré el tul y unas aplicaciones bordadas y sobre el tul monté todo eso, como si fuese un encaje; mi hija me ayudó, porque las mujeres Casanova tenemos que saber coser.” Cuando abro el vestido Celia elogia el encaje y le conté cómo hicimos las mangas con esas aplicaciones. Ella decía que Merceditas era su sobrina.

Entonces se le ocurre algo: “Cuando entre Mercedes tú te quedas callada” —me dice Celia. Y de pronto dice que no le gustaban las aplicaciones y las mangas. Mi hija se sorprende y empieza a entristecerse cuando Celia se le abalanza, la abraza y le dice que es lo que más le gusta. Esa era Celia.

Una cosa muy bonita que nunca olvidaré: ella se acostumbró mucho con mi mamá, que siempre iba conmigo a todas partes, le gustaba mucho la música, con 90 años iba a bailes y fiestas. Cuando ella conoce a Celia ya tenía más de 80 años y un día, Celia me dice: “No vengas a probarme sin traerme a Nana” (mi mamá). Notaba que cuando veía a mi mamá, era como si viera a Ollita, su mamá —ambas tenían la misma edad—, y era como si necesitara dar ese cariño, porque era un modo de sentir que lo daba a su propia madre. “Nana, pídeme lo que tú quieras, yo te canto lo que tú quieras”, y ella se lo cantaba a capella. Y la besaba y la abrazaba… La quiso mucho; y cuando mi madre murió, envió una corona de flores con la dedicatoria: “De tus hijos Pedro y Celia.” Son cosas que no se olvidan. Ella fue muy deferente conmigo, una persona muy, pero muy especial.

¿Conecta usted con la música cubana, más allá de la relación vestuario-escenario?

Totalmente. Mi familia era musical. El restaurant “Mi Bohío” en la playa de Marianao, era de Feliciano Casanova, que era hermano del padre de mi mamá, Daniel Casanova, es decir, era mi tío abuelo. Ahí debutó Miguelito Valdés y siendo muy niña lo vi cantar y tocar el bongó. Siempre que veía el expolio de Desi Arnaz, que usurpó el nombre de Mr. Babalú, me molestaba muchísimo, y me preguntaba qué podría hacer yo para enmendar eso. Por cierto, Celia actuó en una película donde estaba el hijo de Desi Arnaz (The Mambo Kings) y llevó un traje confeccionado por mí. Me dio las gracias en público por ese vestido.

¿Y cómo surgió la bata cubana de la bandera?

Celia quería que le hiciera una bata de rumba con la bandera cubana. Fue su idea. Se la hice con vuelos rojos y azules. Y me pidió que la cola se la pusiera con velcro, para poder quitarla y ponerla cuando quisiera. Pero no se sabe cómo, esa parte, la cola, se perdió. Es la bata cubana que está en el Smithsonian Institut, con mi firma como su creadora.

No ha sido éste el único reconocimiento a la labor de Irma Peñalver entre telas, agujas y alfileres. A lo largo de su vida, han sido muchas las alegrías que el diseño y la costura le trajeron. En 2015 recibió un trofeo del Long Beach College y la comunidad, por su labor en la costura a celebridades. Pero nada significó tanto para ella como haberle cosido a Celia Cruz y el trabajo mismo, el reto que significó siempre empoderarse a través de lo que era y es su pasión.

“Me gustaba coser, por ello nada fue imposible para mí en la costura” —es la sentencia con que Irma Peñalver Casanova resume su vida.

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* Esta entrevista fue realizada vía telefónica por la autora a Irma Peñalver el 19 de junio de 2020.

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