La migración cubana por Kazajstán

 

Alguien me ha sugerido que escriba de la (im)probable ruta de unos cubanos que deciden volar de inmediato –tras el reciente acuerdo de exención de visado– hasta Kazajstán.

El chiste previsible, y ya a estas alturas contado o insinuado en las redes sociales, es que estos cubanos también se las arreglan para atravesar fronteras: salen de Alma-Atá, cortan por el noroeste de China, se internan en las planicies de Mongolia (allí beben leche de burra…); si la cosa se complica con las autoridades locales, tal vez tengan que dar un rodeo, se extravíen en el desierto de Gobi y pierdan unas cuantas libras en medio de la inopia geográfica más emputecida del mundo (allí estarían a punto de desfallecer, pero no se rinde nadie…). Luego, por fin, tuercen al norte, dejan los antiguos dominios de Genghis Khan y entran en las estepas de Rusia; pronto alcanzan la taigá siberiana, pasean su desolación y su insolencia bajo los bosques de coníferas (allí, en la noche, espantan algún tigre de Amur con el reggaetón de sus celulares…). Después todo es pan comido y mucho abrigo: jornadas de tundra y de hielos perpetuos. Salvan en un brinco el Estrecho de Bering. Mes y medio de aventura y ya están donde querían. En Alaska se declaran refugiados políticos y ahijados de la Ley de Ajuste Cubano. Una semana más tarde llegan a Miami para acabar al sol sus respectivos tratamientos por neumonía.

Durante todo el viaje no ha habido “coyotes” sino más bien “lobos esteparios” y otras alimañas dispuestas a traficar con nuestra desesperación.

¿Qué desesperación? Supongo que la que llevaría a esos cubanos a comprar pasaje para Kazajstán en vez de hacerlo, como parece obvio, directamente para Rusia, que tampoco nos exige visas (por 30 días).

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Pero ya despojados de todo sarcasmo, nosotros sabemos que esa desesperación –llámele desilusión, desesperanza, pero también ansiedad, impaciencia, premura– existe para muchos cubanos. Es real. Y es de esa materia prima que surge el cuento anterior y, con frecuencia, esa actitud, ese modo de estar nuestro que es el “choteo”.

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Lo otro es la anécdota, los hechos que nos conmueven y sus implicaciones.

Según fuentes oficiales, hay todavía más de cinco mil cubanos varados aquí cerca, en Costa Rica. (Muchos ya van encontrando alternativas individuales, o sea, el “coyote” indicado, y se escurren con rumbo norte a través de las selvas y entre los puestos fronterizos). Su doble objetivo: irse de Cuba, llegar a Estados Unidos.

Para ello debían atravesar siete u ocho fronteras desde Ecuador, que tampoco nos exigía visas, hasta el límite norte de México. Solo que desde inicios de noviembre –cuando oficiales costarricenses desarticularon una red local de tráfico de personas– los migrantes isleños comenzaron a atragantarse en el estrecho pescuezo que es Centroamérica.

Durante varios años, pero sobre todo en los últimos 12 meses, decenas de miles de cubanos han hecho ese itinerario, que incluye largas jornadas a través de parajes inhóspitos y sucesivas etapas en bus, lancha y hasta avioneta. Los viajeros pagan a sus “contactos”, a los sindicatos del crimen local que cobran sus alcabalas, a los policías corruptos, a cualquier “malandro” que se aparezca con un hierro en la mano…Miles de dólares obtenidos en Cuba, casi siempre, de las remesas enviadas por otros emigrados.

El actual éxodo engorda desde hace un año. El 17D fue un detonante para la ansiedad, la impaciencia, la premura de los cubanos con planes de emigrar, temerosos de que se derogara la ventajosa Ley de Ajuste Cubano (1966) antes de llegar a plantarse en el Norte. La Casa Blanca ha asegurado que no eliminará el texto, pero esta semana The New York Times cuestionó la utilidad y pidió la supresión de esa “reliquia” legal.

Cualquiera supone que ahora sí la gente se mandará a correr porque, en estos casos, cuando The New York Times habla… Todo el mundo recuerda aquella inusitada serie de artículos otoñales que precedieron en 2014, casualmente, el inicio del deshielo bilateral entre Cuba y Estados Unidos.

Mientras no se destrabe el nudo de Costa Rica, la vuelta al mundo vía Kazajstán pudiera volverse interesante para algunos.

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Tal como lo escribí al principio, el chiste de Kazajstán es un mal chiste. Por demasiado largo y demasiado rico en ecosistemas y paréntesis. Pero al menos tiene en la superficie ingredientes de parodia y burla, y en lo profundo, una potente dosis de infortunio, lo que remite al “choteo” cubano.

En sus indagaciones, Jorge Mañach encuentra que el cubano medio definiría el “choteo” como “no tomar nada en serio” o como “tirarlo todo a relajo”. Más adelante, concluye que ese cubano –que, dicen, es parejero por naturaleza­– busca mediante el “choteo” igualarse de alguna manera y quizá desacralizar mediante el humor a la autoridad (su discurso, sus insignias).

El “choteo” como defecto sería la actitud de liviandad incesante, absolutista y sistemática, que –como apunta Mañach– se lee en los términos “nada en serio” y “todo a relajo”; algo que debía cambiar –en su opinión- “con el advenimiento gradual de nuestra madurez” como pueblo.

En cambio, el “choteo” como virtud es, creo, un poderoso mecanismo de defensa que no se expresa en todo momento, pero que siempre está latente, a mano, a punto de dispararse.

Contrario a lo que dicta la aritmética básica, el “choteo” suele aparecer cuando hay que lidiar con los asuntos más graves. La creatividad se multiplica cuando de veras importan las cosas. O cuando hay muchos principios y fines de autoridad que impugnar: la ineficiencia crónica de la economía cubana y el bloqueo estadounidense, la terapéutica interna del silencio, los atrincheramientos, inercias y prejuicios políticos en Washington y La Habana, el crimen organizado internacional y la necedad o complicidad de los gobiernos del hemisferio, la Ley de Ajuste Cubano y las impenetrables leyes de la Historia, las mierdas del destino, la impavidez de Dios.

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Nuestro chiste sobre Kazajstán es un chiste político. Si por casualidad transpone ciertas fronteras y se mete alegremente en territorio del absurdo es porque su objeto, la diana sobre la que dispara en la realidad, así lo merece y lo justifica. Esa diana es Cuba.

Hace un par de días hablé por teléfono con un joven encallado en Costa Rica. Lleva mes y medio allí. Antes, en Panamá, estuvo detenido tres días. Mantiene buen ánimo. No le pasa por la mente regresar por ahora a su país, ni siquiera voltearse para mirar atrás, como si corriera el riesgo de convertirse en estatua de sal.

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Yo confío y soy siempre optimista.

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