Las patas del gato

Lilo Vilaplana da indicaciones durante la filmación a sus intérpretes: Bárbaro Marín, Jorge Perogurría y Alberto Pujols

Lilo Vilaplana da indicaciones durante la filmación a sus intérpretes: Bárbaro Marín, Jorge Perogurría y Alberto Pujols

La noticia se publicó en varios diarios colombianos y de otros países. En los últimos días de mayo, el destacado director de televisión Lilo Vilaplana ha rodado en Bogotá un cortometraje a partir de su cuento “La muerte del gato”.  Tienen toda la razón los periodistas en decir que ha contado con un elenco de primer nivel, para el público cubano habría que agregar el adjetivo entrañable.

Sobre esta nueva incursión en la pantalla grande –ya su corto Agrypnia pudo verse en el más reciente Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana- del director cubano radicado en Colombia se publicará mucho en los próximos meses. Además de los premios y la popularidad de series dirigidas por Vilaplana como El Capo I y II, la sola presencia en el reparto del Jorge Perogurría garantiza el interés.

En las líneas siguientes quiero aportar mi visión –inevitable y apasionadamente personal- sobre la trayectoria de los protagonistas de esta obra cinematográfica. Sería octubre o noviembre de 1982  cuando conocí a un estudiante de último año de Bahillerato que venía de Nuevitas, esa ciudad cuya esencia es tan popular entre cubanos que se usa hasta al poner el nueve en el juego de dominó: “Nuevitas, puerto de mar”, se dice al colocar la ficha con desenfado sobre la mesa de los números y la camaradería.

La locación de aquel primer encuentro era un Encuentro-debate de Talleres Literarios. El solemne nombre calificaba unos días de alegre intercambio de obras primerizas leídas  a viva voz y comentadas por un jurado. El recién graduado de Dramaturgia que era yo se fijó en el desenfado y las chispas de talento  de un autor lleno de nombres y apellidos que llenaban toda una línea. Para empezar por ahí le sugerí hacerlo más breve y sonoro. Entre los dos llegamos a la síntesis del crédito para el dramaturgo de 17 años. En varias entrevistas el ahora consagrado Lilo Vilaplana ha recordado el origen de su santo y seña artístico y se lo agradezco.

En los 30 años transcurridos de entonces hasta este amanecer madrileño en que escribo, hemos mantenido la comunicación, la colaboración y, lo que es más importante, la amistad. Lo hemos logrado gracias al afecto y al respeto, aunque pasaran años en los que –por razones de objetiva distancia geográfica- los únicos abrazos que nos dimos hayan sido digitales o telefónicos.

Antes, en La Habana me convertí en entusiasta colaborador, guionista ocasional, extra disfrazado y acaso sobre todo en padre feliz por lo mucho que mis hijos disfrutaron de Dando Vueltas, ese programa que dirigió en la Televisión Cubana durante muchos y eficaces años. Me consta que –a pesar de su creciente éxito en el reino de lo audiovisual-  Vilaplana no ha dejado nunca el amor al Teatro y de impulsar proyectos propios o apoyar los de los amigos para enriquecer la vida de las tablas.

Cuando Lilo me  hizo llegar su libro de relatos Un cubano cuenta enseguida le comenté que “La muerte del gato”  me parecía el mejor cuento de los que integran esa selección. Tenía conocimiento del ambiente y los personajes reales que lo inspiraron pero sobre todo me fascinó la síntesis, la yuxtaposición de planos, la carga emotiva de lo dicho y lo sugerido.

También he visto en los últimos años consolidarse la labor –de actriz a gestora- de Irasema Otero que con Shangó Producciones está al frente de la complicada logística de esta Habana del siglo pasado “fabricada” en el barrio  bogotano de La Candelaria, una  localización que a la gente de teatro nos lleva enseguida a recordar el formidable grupo fundado hace tantos años por Santiago García.

De los intérpretes –decisivas patas de este gato que saltará pronto a la pantalla grande- tengo alguna que otra experiencia personal también pero quiero destacar enseguida que alguien tan querido por su labor para la Televisión y el Cine como Alberto Pujols (Albertico para los cubanos que lo siguen desde los días del programa “Para bailar”) haya incursionado poco pero con su pasión característica en los escenarios. Alberto ha sobresalido además como compositor musical y artista de la plástica.  A la variedad del talento y el despliegue de buena energía de Albertico se suma ahora la colaboración con Lilo en el guión cinematográfico de La muerte del gato.

Pichy –somos miles los que en La Habana y otras partes del mundo lo llamamos por este nombre que lo acompaña desde su infancia- Perogurría tuvo una activa vida teatral, vinculada primero a Teatro de Arte Popular y después en los días en que creaban las bases del  legendario Teatro El Público.

Otros dos ídolos  para los cubanos donde quiera que estén son Coralita Veloz y Bárbaro Marín. Brillante en el Cine, una presencia clásica de nuestra Televisión, Coralia protagonizó con éxito varias obras teatrales en los años ochenta y noventa. A Marín lo recuerdo también muy joven, asumiendo (con ese carisma y fuerza que ya se veían venir) un breve personaje en la ya clásica película Clandestinos, ópera prima del ahora con razón venerado Fernando Pérez. Después han sido muchos sus éxitos en las pantalla sea grande o pequeña.  Quiero terminar  estas líneas recordándolo  sobre las tablas, asumiendo ese mito nacional que es Benny Moré, en Delirio habanero de Alberto Pedro. Y parafraseando al Bárbaro del Ritmo; se juntan en La muerte del gato, mucho talento, ricas trayectorias, muchos recuerdos y certezas… “¡Oh, Vida!”.

 

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