He ejercido durante unos cuantos años la crítica teatral. Alguna vez me ha pasado como a mi maestro Rine Leal. El autor de La selva oscura confesaba que, en ocasiones, había envidiado a ese espectador anónimo que ante una obra aburrida se levanta y se marcha en plena representación.
Esta columna no la quiero para hacer reseñas sobre espectáculos concretos. Aquí he preferido hablar de temas diversos; inquietantes y de naturaleza vivaz o alegre. Lo que ocurre ahora es que me he encontrado con una puesta en escena que tiene ese desenfado, esa gracia popular, esa virtud de dejarlo a uno pensando con profundidad y regocijo a la vez. Me refiero al estreno de la temporada madrileña de Celos y agravios, dirigida por Liuba Cid y que llega a las tablas gracias a Arte Producciones Artísticas en colaboración con la compañía habanera Mephisto Teatro.
La noche del pasado miércoles el Teatro Fígaro – a unos pasos caminando hacia el centro de Madrid desde la Plaza Tirso de Molina, en el entrañable barrio de Lavapiés- se repletó y se produjo un intercambio de energía, una complicidad entre el espectáculo y sus receptores que resulta estimulante en la cartelera teatral de cualquier plaza del mundo.
Celos y agravios acorta el título y poda con acierto el original del clásico -menor si se compara con Lope o Calderón- Francisco de Rojas Zorrilla. Mantiene la modélica estructura de comedia de enredos y cuenta con un elenco de primer nivel que (“como quien no quiere las cosas”, tirándolo más bien a broma) da pruebas de fluidez y coherencia al decir, asumir, darle cuerpo y verdad al verso.
Si en Fuenteovejuna –un éxito anterior de la directora y la compañía- se usaba el argumento central de Lope de Vega para dar paso a una fiesta de desenfado y eficaz juego escénico a la cubana, aquí hay un crecimiento interesante en cuanto al equilibrio del diálogo intercultural.
Al público español debe sonarle muy cubana la forma de asumir la puesta en escena. Está nuestro acento, el desborde de la sensualidad y hasta un claro homenaje a la tradición del Teatro Bufo. Sin embargo, para los que la vieron en La Habana -donde deslumbró hace un par de años- o hasta para un cubano con poco tiempo de vivir en Madrid, la puesta en escena es también de cierto modo española. En el decir de los intérpretes está la cultura de origen que se sigue cultivando con fervor junto a ciertas esencias del modo de hablar castizo.
Estamos ante un precioso espectáculo. El vestuario que firma Tony Díaz es hermoso y funcional a la vez. Liuba Cid logra que el dinamismo y la vehemencia de las muchas entradas y salidas de los personajes esté resuelto con esmerada profesionalidad y hasta con algunas composiciones de firme belleza.
En cuanto a las actuaciones dan ganas de repetir aquella frase del Martí crítico teatral y afirmar que “los actores sobresalieron todos”. Sin espacio para detenerme en la labor de cada intérprete , distingo el crecimiento en su carrera que aprecio en Vladimir Cruz. El coprotagonista de la ya clásica película Fresa y Chocolate combina muy bien las palabras y las acciones; sabe emocionarse en serio sin olvidar que el resultado final es la sonrisa. Claudia López lo acompaña con gracia y excelente energía.
Ahora, bien si este espectáculo se convierte en un placer para los sentidos, un acicate a la inteligencia y un derroche de ritmo es sobre todo gracias al desempeño de Justo Salas y de Dayana Contreras. Salas aprovecha todo el formidable entrenamiento que cabe en su baja estatura y el virtuosismo de su proyección para llevar buena parte del tiempo las riendas del juego teatral. Dayana logra ser graciosa sin estridencias, caribeña sin folklorismo, pícara sin grosería.
Celos y agravios seguirá las próximas semanas en el Teatro Fígaro. La recomiendo para los espectadores españoles; sobre todo a los jóvenes que podrán comprobar que el teatro en versos no es tarea de clases sino fiesta pasional y divertida. Y a los cubanos que vivan o anden por Madrid les recuerdo que están más que convocados, casi citados a esta evocación del ritmo de nuestro barrio habanero de Marianao o el elogio de la algarabía de la santiaguera calle Enramadas. Mucho sabor cubano sí, pero conservando lo mejor de la tradición de dramaturgia en nuestra lengua. De ahí también venimos.
Excelente reseña, Amado. Un gusto de función, enteramente recomendable. Es reconfortante ver que, aunque tocas muchos temas en tus crónicas, sigues escribiendo sobre teatro con pasión, inteligencia y objetividad.
Estupenda crítica, la crítica que se espera de un conocedor del teatro como lo eres tú,
Muchas gracias,
Un abrazo
Este excelente texto…me ha devuelto las ganas de todo. Gracias, Amado. Ganas de verla.
El texto de un apasionado e inteligente hombre de las tablas…Gracias Amado, por estar siempre acompañando a los duendes y a la magia del teatro. Un abrazote….
Nos has perdido el oficio, ni el olfato, para reseñar con claridad y estilo. Yo pude ver la puesta de La Habana y el vestuario diseñando Por Tony, es ingenioso y bello., me alegro tambien por èl y Liuba que la conocí en el Gran teatro de La Habana, por los años que estrenabas Tren hacia la dicha.
Gracias por el fantástico reportaje crítico. Un trabajo lleno de grandes artistas y creadores a un lado y al otro del atlántico. Sólo reseñar que las fotografías no son del excelente fotógrafo Pio Baruque, si no de la también excelente fotógrafa María Teresa Gómez Lozano. Fueron tomadas en el Teatro de Benavente en el año 2012.