Coreanos por todas partes

Estuve hace algún tiempo en Holguín y me asombró que en una esquina sí y en otra también vendieran fotos de estrellas masculinas de la televisión sudcoreana. No de uno, ni de dos, ni de tres… ¡de decenas de hermosos coreanos, maquillados hasta la androginia, seductores desde su mirar juguetón, etéreos y espectaculares! Obviamente, las fotos tienen salida, de lo contrario no se prodigaran tanto.

Este mundo ya no es lo que era, la aldea global es cada vez más una realidad palpable. ¿Cómo es posible que en Holguín sientan esa pasión por los melodramas coreanos? Hasta el punto de que los retratos de sus protagonistas se vendan más que los de las estrellas domésticas (bueno, salvo alguna que otra foto de Sian Chiong —que por cierto, luce algún que otro rasgo asiático—, no había en esas vendutas ni una sola foto de un actor cubano). ¿Cómo es posible, si la única televisora cubana que ha transmitido una teleserie coreana en los últimos años es el Canal Habana, que no se ve en Holguín?

Es posible. Las telenovelas coreanas hacen furor gracias a los bancos de series y películas. Son cortas, algo inocentes, muy románticas, elementales y correctas en su dramaturgia. No hay que romperse la cabeza, uno las ve y desconecta.

Pedro de la Hoz, periodista y crítico de televisión en el diario Granma, arremetió el otro día contra ellas en una columna. No creo que un buen tiempo el Canal Habana las vuelva a programar (aunque a estas alturas no se sabe, quizás los tiempos de verdad estén cambiando). Pero lo que no podrá evitar Pedro de la Hoz ni otros críticos mejor o peor intencionados es que la gente siga viendo sus doramas (así se llaman estos productos). Están pensados para gustar a un público de amplísimo espectro, como casi todos los productos de la industria cultural. Malos, buenos o regulares siempre encontrarán espectadores. Y comerciantes, por supuesto.

Acabo de ver el catálogo de uno de los bancos de DVDs y encuentro una lista de más de dos centenares de telenovelas asiáticas, fundamentalmente japonesas y sudcoreanas. (Leo en Wikipedia que en Corea del Norte también hacen doramas, me encantaría ver alguno de allí, debe ser una experiencia surrealista).

Tengo que decirlo: no me molestan estas teleseries. Yo ni los veo ni los dejo de ver. Pero a mi amigo Lester le ha dado por consumirlos con una pasión poco contenida. Cada vez que entro a su cuarto, hay un coreano en la pantalla de la computadora. Lester no es un espectador pasivo. Cuando ve una telenovela la disfruta (o no) y la cuestiona. Pero a su madre también le gustan los doramas, tanto o más que las telenovelas latinoamericanas de toda la vida.

Regresemos a Holguín. Tan asombrado estaba por la venta de fotos de coreanos que me acerqué a un vendedor.

—¿Se venden bien?

—Muy bien, las chiquitas del pre se los llevan por montones.

—¿Y por qué no venden fotos de actrices?

—Eso no tiene salida, a los hombres cubanos no les gustan tanto las chinas, pero a las mujeres los chinos las vuelven locas.

—¿Dónde consiguen las fotos?

—Con los mismos que venden los discos. Un negocio ayuda al otro negocio.

No quise preguntar más, no fuera a ser que me confundieran con un inspector. Aunque a juzgar por la libertad con que exhiben sus productos, todo debe estar en orden con el fisco. El negocio está comenzando. ¿Quién sabe? A lo mejor un día a los coreanos les da por cobrar derechos de autor. El mundo va cambiando, amigos míos.

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