Horror al vacío

Foto: panoramio.com

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Urgidos por la falta de agua en Cojímar tuvimos que adosar un tanque grande a nuestro apartamento. Lo hicimos casi en contra de nuestra voluntad, pero no quedó más remedio. Era el tanque o la sequía. El tanque no es estético, es un elemento incoherente en la pared del edificio. Pero convengamos en que el edificio tampoco es estético, no es que hayamos roto ninguna unidad estilística.

Así y todo, es preocupante ver cómo la necesidad y las expectativas de los vecinos han ido cambiando la fisonomía de estos barrios periféricos, que nacieron, como escribí hace algún tiempo en esta columna, para resolver un problema puntual sin atender otras cuestiones “secundarias” como la belleza y el buen gusto.

El caso es que nadie podrá imponer cabalmente la ley en estos parajes, porque nadie puede exigir si es incapaz de garantizar. ¿Por qué no se concibieron espacios de parqueo? La gente tiene que guardar su auto, así que construirá garajes improvisados. ¿Por qué se pusieron ventanales de tan mala calidad? La gente los cambiará y obviamente lo hará según sus posibilidades… En fin, la historia de nunca acabar.

Pero está clarísimo que ninguno de estos repartos nació para erigirse en patrimonio cultural. Lo que duele, lo que asombra es que en otros lugares de la ciudad, estos sí con indudables valores arquitectónicos, los propietarios hagan y deshagan ante la imperturbabilidad de las autoridades; y no precisamente por el imperio de la necesidad, sino por pura inspiración “estética”, o por mero horror al vacío.

Lester me cuenta que caminaba con nuestro amigo H. por una de las calles del Vedado, muy cerca del Ministerio de Cultura y del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, y se quedaron sin palabras ante las obras que un particular estaba acometiendo en un edificio de depuradas líneas art-deco. Bueno, Lester se quedó sin palabras, porque H. no pudo soportar la visión de las fuentes, las volutas, los delfines, tanto arabesco fuera de lugar… y les dirigió airadas palabras a los constructores:

— ¿No se dan cuenta de que eso que están haciendo es una barbaridad? ¿No se dan cuenta de que están agrediendo el estilo del edificio? ¿No se dan cuenta de que este es un edificio con valores? ¿A quién le pidieron permiso para hacer estas reformas? ¿Qué arquitecto los asesoró? ¿Con qué criterio añaden esos elementos?

Los constructores se encogieron de hombros. Uno preguntó, burlón:

— ¿Por alguna casualidad usted es comunista?

H. tuvo que hacer de tripas corazón y seguir camino. Los obreros siguieron haciendo su trabajo, sin que ningún inspector los interrumpiera. Y solo a unos metros del lugar, en las oficinas del Consejo de Patrimonio, los especialistas siguieron dictando normas que cualquiera puede incumplir a su antojo.

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