Mi primo Celio González

Escribo estas líneas en la mañana del 25 de mayo, cumpleaños de mi padre. La última vez que hablé con mi padre fue precisamente el 25 de mayo del año pasado. Lo llamé por teléfono para felicitarlo. Le pregunté: ¿Qué estás haciendo? Me respondió: Nada en particular, cogiendo sol en el portal. Le sugerí: Ponte a escuchar la radio. Dijo él: No hay nada ahora que me interese; mañana sí escucharé la Discoteca del ayer de Radio Progreso, a ver si tengo suerte y ponen a mi primo Celio González. Lo animé: Verás que si lo ponen. Se me hizo un nudo en la garganta. “Cuando vaya de nuevo a Violeta ahora sí te voy a llevar un disco de tu primo”. Silencio. Sollozo. “Vamos a ver si estoy vivo para esa fecha”. Fue demasiado para mí. Hice un esfuerzo para no echarme a llorar. Cada vez que iba a Violeta y veía a mi padre enfermo, temía que la despedida fuera la última. Me rebelaba ante eso. Le hice prometer a mi madre y a mi hermano que cuando se pusiera mal, me avisarían de inmediato. Pero no hubo tiempo, unas semanas después mi padre murió sin que pudiera abrazarlo, sin que pudiera besarle la frente. Les confieso: ese ha sido el mayor dolor de mi vida. Lo voy a sentir hasta el último día. No pude besar a mi padre y nunca le regalé el disco de Celio González, su primo querido, cantante muy popular desde la década de los cincuenta en Cuba, emigrado en los primeros años de la Revolución. Desde que era muy pequeño escuchaba decir a mi padre que él tenía un primo muy famoso, que había sido uno de los mejores cantantes de Cuba. Al principio no le hacía mucho caso, pensaba que exageraba. Pero un día llegó una carta de una amiga de mi padre que vivía en Nueva York y dentro había una fotografía algo borrosa de un señor muy delgado vestido de traje. Al dorso de la foto, la amiga de mi padre (creo recordar que se llamaba Edilia) escribía: “Mira Nórido, aquí tienes a tu primo cantando en un programa de televisión. Cuando lo vi salí corriendo a buscar la cámara. La foto no quedó muy bien, pero no importa. Sigue cantando muy bien, como en los viejos tiempos. Y como ves, no ha engordado nada”.

Cuando Celio González cantaba con la Sonora Matancera, mi padre era un jovenzuelo muy extrovertido y popular entre sus amigos. Siempre fue muy bromista y por eso nadie le creía cuando aseguraba que era primo del popular cantante. Hasta que un día, en Ciego de Ávila o Morón, se presentó la orquesta y cuando Celio vio a mi padre exclamó: “¡Nórido, por tu vida, cuánto tiempo sin verte!” Se acabó el concierto y Celio invitó a mi padre y a sus amigos a tomar cerveza. La gente no salía de su asombro. Después del reencuentro, mi padre visitó a Celio alguna que otra vez en su casa en La Habana. Hasta que se fue del país y le perdió la pista. Pero siempre lo evocaba. En los años noventa, las discotecas del ayer de Radio Rebelde y Radio Progreso comenzaron a radiar nuevamente a Celio González. Un domingo mi padre se puso muy contento cuando lo escuchó por fin, después de casi tres décadas. A partir de ahí, una semana sí y otra no, transmitían algunos de sus temas. Un día, incluso, le dedicaron un recital. Todos los domingos mi padre se levantaba escuchando Memorias de Rebelde y después cambiaba para la Discoteca del Ayer de Radio Progreso. “Si no lo ponen en un lado, lo ponen en el otro” —decía. Crecí y vine a estudiar a La Habana. Cuando me gradué comencé a trabajar en Haciendo Radio, el programa matutino de Radio Rebelde. Conocí a Juan Villar, ese gran conocedor de la música popular cubana, que por esos años dirigía el programa Memorias. Nos hicimos amigos, y un día le comenté que mi padre y era primo de Celio González. ¿Fue de verdad un gran cantante? “¡Uno de los mejores! —exclamó Villar—; era un bolerista excepcional, no tanto por la voz, que de todas maneras era muy buena, como por su labor interpretativa”. Seguimos hablando un rato y al final de me dijo que me iba a grabar algunos temas para enviárselos a mi padre. Pero me fui de Rebelde y con los años Villar murió. El disco de Celio se quedó en promesa. Hoy, cumpleaños de mi padre, me levanté escuchando Memorias de Rebelde. Al final de programa, cosas de la vida, radiaron un bolero de mi primo Celio González.

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