La ultraderecha en Europa, con viento de cola

Tras las elecciones del pasado fin de semana las organizaciones de centro derecha mantienen el control, pero los ultras avanzan con buen paso.

Las elecciones al Parlamento Europeo se celebraron en los 27 países miembros de la Unión Europea del 6 al 9 de junio pasados. Alrededor de 360 ​​millones de europeos tenían derecho a votar. Solo la mitad de ellos lo ejerció. Foto: EFE/EPA/OLIVIER HOSLET.

Algunos respiraron nuevamente, pero sin demasiado entusiasmo. Las elecciones al Parlamento Europeo habían añadido una tensión adicional a la ya estresada política de los países de la vieja Europa.  

El avance de la ultraderecha no fue avasallador como algunos pensaban, pero no solo siguió progresando, sino que causó descalabros en Francia y, en otra escala, en Alemania, dos de los países más importantes de la Unión.  

“El centro se mantiene”, dijo la jefa de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, al celebrar la victoria del centro derechista Partido Popular Europeo, que obtuvo 191 escaños y se consolidó como el bloque mayoritario que ya era en el Parlamento Europeo.

Se asume que la participación electoral fue del 51%, ligeramente superior a la de 2019.  

360 millones de votantes concurrieron a las urnas para elegir a 720 nuevos miembros del Parlamento Europeo.

El conjunto de derecha, extrema derecha y liberales alcanzó casi 400 eurodiputados sobre los 720 que integran la cámara.  Frente a ellos, los socialistas, verdes, y la propia izquierda no pasan de 220 escaños. Un grupo de pequeñas fuerzas que no pertenecen a ninguna de estas dos grandes clasificaciones, podrían optar por aliarse con una u otra de ellas.

Para Emmanuel Macron, fue demasiado. La lista de la agrupación Rassemblement National, de Marine Le Pen, encabezada por Jordan Bardella, ganó más del 30% de los votos, aproximadamente el doble que el partido centrista pro europeo Renaissance (Renacimiento) de Macron, que llega a menos del 15 por ciento.

El presidente francés disolvió el parlamento y convocó a elecciones para el próximo 30 de este mes en primera vuelta, y una semana después la segunda vuelta. Sin pronóstico.  

Estos comicios anticipados podrían obligar a Macron a trabajar con un primer ministro de extrema derecha. No es la primera vez que en Francia se gobierna de este modo, pero tendría consecuencias hoy imprevisibles. 

En Alemania, el país más poblado y de mayor economía de la Unión, solo un poco más del 30 por ciento de los electores apoyaron a los tres partidos de la coalición de gobierno. El Partido Socialdemócrata del canciller Olaf Scholz fue superado por el controvertido ultraderechista Alternativa para Alemania, AfD, que ocupó el segundo lugar. Su líder, Alice Weidel, dijo que este resultado muestra que su partido está listo para la victoria en Alemania.

Y el gobierno también de extrema derecha de Melloni, en Italia, quien lidera una coalición desde 2022, alcanzó 20 de los 76 escaños que Italia ocupa en el Parlamento Europeo. Es decir, el doble de los representantes actuales.  

¿Qué Europa es esta?

La idea de una asociación que uniera en un único foro a varios países de Europa ante la devastación causada por las dos guerras mundiales, llevó a la búsqueda de formas de garantizar la estabilidad en el continente. 

Churchill propuso crear los Estados Unidos de Europa en 1946 y sólo en 1949 se estableció el Consejo de Europa, primera concreción de esta idea.

En 1957, los Tratados de Roma establecieron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom), en camino de una identidad continental. 

La CEE se amplió sucesivamente. En 1973 para incluir a Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido. Grecia, España y Portugal se unieron en 1981 y 1986. El Acta Única Europea creó en 1986 un mercado único y facilitó la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales. Luego, y finalmente, el Tratado de Maastricht (1992) transformó la CEE en la actual UE y estableció la estructura de tres pilares: la Comunidad Europea, la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y la cooperación en Justicia y Asuntos de Interior.

Tras la desaparición de la URSS y del campo socialista en Europa del Este, se produjo la ampliación de la UE en esa dirección. Austria, Finlandia y Suecia se unieron en 1995, y en 2004, diez países del antiguo bloque socialista se añadieron también. Bulgaria y Rumanía lo hicieron en 2007.

El Tratado de Lisboa en 2009 reformó la estructura institucional de la UE para ajustarse a este crecimiento, con cambios en la toma de decisiones y la creación de los cargos de presidente del Consejo Europeo y Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

Es la Unión tal como la conocemos hoy.

A su favor, se afirma que ha impulsado el crecimiento económico, el comercio y la inversión entre los estados miembros, y que la moneda única, el euro, ha simplificado las transacciones económicas. 

Y si bien sus defensores afirman que la UE, como bloque, tiene una voz y un peso significativos en la política y en la economía global, las críticas a la Unión tampoco son desdeñables.

En esencia, sus críticos argumentan que la integración europea ha erosionado la soberanía nacional, y que se ha transferido demasiada autoridad a las instituciones de la UE. Esto es más evidente en el pesado cúmulo de regulaciones que encarecen, burocratizan y limitan las actividades productivas de sectores tan importantes como el agrícola en cada país.

Estos inconvenientes acompañan las críticas a la Unión como una entidad desigual, con países más ricos, a menudo resentidos por financiar a los más pobres. En muchas de estas críticas, coinciden con frecuencia la ultraderecha y partidos de izquierda.

Las relaciones con Estados Unidos son apoyadas por los centristas y en general por la derecha.  Para otras voces significativas, antimperialistas o aislacionistas, según el caso, se trata de relaciones de sumisión a las políticas de Washington.

De ahí que para la Ucrania de Zelenski y para la misma Casa Blanca estos resultados no sean tan buenos, al distraer, políticamente por lo menos, a dos de los apoyos más importantes de la guerra contra Rusia.

Hemiciclo del Parlamento Europeo. Foto: EFE/EPA/OLIVIER HOSLET.

Los grandes temas y las grandes razones

Algunos analistas dicen que el rechazo a la inmigración, explícito entre los ultra, y más sordo, pero existente en la derecha tradicional, no fue la motivación más importante de los votantes extremistas.

Quizás no lo fuera, pero sería un síntoma de algo peor:  la xenofobia ya está instalada en el ADN de estos partidos y en la conciencia política de sus militantes. Reducir su preocupación a la inmigración ilegal es un engaño. El repudio a ultranza y ahistórico es a toda la inmigración que, en los últimos años, huyendo de alguna guerra, como en el caso de Siria, o intentando mejorar las economías personales, como en los casos de América Latina o África, han buscado refugio en Europa.

Es racismo y huella de los tiempos coloniales.

El tema es demasiado complejo para un simple comentario, pero para ejemplificar su envergadura, podemos ver algunos datos.

Europa necesita de inmigración, sin duda alguna. La población envejece sostenidamente.  Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas de España, la población más activa, entre 21 y 64 años, pasó del 61 por ciento en el 2001 al 59,2 del total en el 2021.  En ese mismo lapso, la población entre 64 y 79 años subió sostenidamente del 12,4 al 14,6 por ciento, y la de 80 o más, del 3,4 al 5,9.  

Es decir, que hoy uno de cada cinco europeos sobrepasa la edad de jubilación y debe ser sostenido por una fuerza laboral decreciente.  La población en general, y en particular en los grandes países, no crece.

La inmigración es un recurso compensatorio. La gran bolsa de trabajo para Europa se beneficia de la depauperación de países y regiones enteras del sur, como consecuencia del subdesarrollo o de las guerras.  No es sorprendente que, en 2023, según Eurostat, vivieran en los países europeos 27,3 millones de ciudadanos de otros países.

En esa cifra se incluye la inmigración irregular, que ha aumentado significativamente en Europa, especialmente desde los noventa, en parte por la creciente demanda de mano de obra y la falta de regulaciones efectivas para controlar la inmigración.

Y si tenemos en cuenta que los inmigrantes irregulares son los más combatidos por la ultraderecha, saber que proceden por lo general del África, tanto septentrional como subsahariana, así como del Oriente Medio, nos da una imagen más exacta del asunto.

Porque el tema tiene más que ver con la cultura, en su sentido más profundo, que con la economía. En definitiva, si usted va a una obra en construcción o mira a quiénes reparan una calle, lo más probable es que sean obreros inmigrantes de estos países. Hacen el trabajo que los nacionales no quieren hacer, viven en los barrios donde pueden vivir, y se afirman en la cultura en la que nacieron.

Es decir, se relacionan entre ellos mismos, siguen hablando en sus idiomas originales, mantienen sus tradiciones y generan, consciente o inconscientemente, una resistencia equivalente a la hostilidad ambiental en que se desenvuelven.

Agréguele que persisten en su fe religiosa y tendrá la clave para entender la belicosidad de la ultraderecha europea ante una buena parte de las migraciones.

Los fundadores de la idea de una Europa unida no parecen haber previsto esta contingencia, que tiene su origen en las viejas relaciones coloniales de los países europeos con los que hoy tributan a un movimiento migratorio que se desarrolla muchas veces en condiciones de peligro y precariedad.

De aquellos patricios originales solo parece haberlo percibido Jean Monnet, cuando advirtió:  “Si tuviera que comenzar de nuevo, comenzaría por la cultura”, dando a la idea un sentido que apunta más a lo civilizatorio que a la acepción tradicional del término.

Pero se refería a las relaciones internas entre los países europeos, que fueron todavía más complejas al extenderse la Unión hacia el este. El rechazo actual a la inmigración ha sido uno de los principales, o el principal, sustrato de la ultraderecha europea y uno de sus grandes recursos para seguir creciendo.

Esta vez ha ido acompañado del rechazo, dice Sergio Ferrari, “a las regulaciones comunitarias en materia agraria o medioambiental, enmarcadas en un resquemor creciente del mundo rural hacia las ciudades, que se visualizó con crudeza en el bloqueo por parte de centenares de tractores del barrio europeo de Bruselas el pasado mes de febrero; la percepción de una mayor desigualdad post pandemia, en la que la brecha digital sigue penalizando a los trabajadores manuales; o el rechazo a la respuesta comunitaria a los conflictos en Ucrania y Gaza (en un sentido u otro.”

Es decir, que este auge de una ultraderecha de tintes proto fascistas ha llegado para quedarse y tiene viento de cola. Es una realidad que nos vuelve a anunciar el renovado Parlamento Europeo.

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