En la foto solo se veía un grupo de asistentes a un encuentro con Sean Penn en el amplio espacio del estudio de Kcho en La Habana. Los asistentes rodeaban al actor estadounidense, que era visita frecuente en Cuba. Era el año 2013. Mirando detenidamente la foto, vi a otro de los visitantes y dije: “Ese es Elon Musk“.
Musk miraba a la cámara con la fijeza y la ausencia que hemos visto tantas veces después.
Nacido en la Sudáfrica del apartheid, cursó sus estudios universitarios de ingeniería en Estados Unidos, y abandonó un doctorado en la prestigiosa universidad de Stanford, porque necesitaba ese tiempo. Ya sabía lo que quería*.
Algunos críticos ponen en duda sus méritos técnicos. Es sabido que el auto eléctrico que ahora es Tesla no fue creado por Musk, sino por dos ingenieros con quienes trabajó en su rediseño y en su perfeccionamiento. Pero si no hubiera participado Musk, el uso del motor eléctrico en el automovilismo probablemente no habría alcanzado los niveles de expansión de hoy. Tesla es el buque de proa de este movimiento.
Tampoco, por supuesto, es el único que ha pensado que una compañía privada (Space X) vaya al espacio con intereses económicos. Jeff Bezos lo hace. Musk lo logró después de intentos fallidos y faltos de presupuesto. Pero siempre a menor costo que la NASA. Une además el proyecto Starlink, que busca proporcionar internet de alta velocidad a áreas remotas del planeta mediante una constelación de satélites. El plato fuerte puede ser su ambición con el Starship, un vehículo diseñado para llevar humanos a Marte y más allá.
Neuralink es otro de sus proyectos. Es una empresa de neurotecnología que tiene el objetivo de desarrollar interfaces cerebro-computadora implantables. En términos más simples, Neuralink busca crear dispositivos que puedan conectar directamente el cerebro humano con computadoras, con beneficios para la investigación y el tratamiento de enfermedades cerebrales.
Y tiene otros empeños: fue uno de los animadores de OpenAI, y de su creación, ChatGpt. O de un difícil proyecto de tránsito urbano con los autos autónomos y con túnel de alta velocidad Hyperloop, o el plan energético sintetizado en Solarcity.
No ha sido solamente su condición de visionario y animador de estas ideas la que ha conformado la imagen de Musk.
El empresario es un caso, admitido por él, del llamado síndrome de Asperger, una condición del espectro autista. Se caracteriza por dificultades en la interacción social y la comunicación no verbal; mientras muestran habilidades muy desarrolladas en áreas como la memoria, la lógica, la atención al detalle y la concentración; así como ocasionales reacciones violentas y agresivas.
Una vieja categorización del liderazgo dice que los líderes se clasifican en dos tipos extremos en la búsqueda de un objetivo: de un lado, los que se centran en la movilización del colectivo para llegar al cumplimiento de la tarea. Trabajan con la gente. En el otro extremo está el líder que subordina todo, hasta las relaciones interpersonales, al cumplimiento de la tarea. Salga el sol por donde salga. Gústele a quien le guste.
Musk es un típico líder consagrado al logro del objetivo. Lo es con un carácter que le ha traído, junto a éxitos indudables, deserciones, falta de confianza, desilusiones, y disputas extremas con colaboradores de prestigio. Puede ser un tirano que trata de forma despectiva a quien no lo sigue en su idea. “Idiota”, dicen que es su epíteto más usado.
Alrededor de su creatividad, su visión larga y su carácter imprevisible, han crecido sus ideas y se ha conformado su imagen pública. Lo sintetiza su compañero en la creación del vehículo eléctrico Jeffrey Straubel: “Elon puede ser una tormenta del infierno en las reuniones, y completamente impredecible. Pero también lo he visto convertirse de pronto en un hombre de negocios carismático, increíblemente eficaz y con una gran inteligencia emocional cuando tiene que hacerlo”.
Hasta aquí el visionario. No le hemos quitado ningún mérito.
Es la ideología, estúpido
Todo empezó a tomar otro cariz cuando Musk —una vez cercano a la Administración Obama y promotor de su programa de energía limpia— incorporó a su panoplia de actividades la compra de Twitter, a la que llamó X. Pagó una suma exorbitante, 44 mil millones de dólares. No era el negocio de su vida desde el punto de vista económico. Pero fue su introducción en el mundo de la política y las ideas. Terra ignota.
Hasta ese momento las ideas conocidas de Musk sobre la sociedad humana se originaban en su recuerdo de los abusos del apartheid contra la población negra. Sus manifestaciones ideológicas no iban más allá de su intención de adaptar el mundo al incesante desarrollo de las tecnologías. Simpatizaba con la lucha contra el cambio climático, la promoción de los vehículos eléctricos y las energías renovables.
Dentro de Silicon Valley, Musk se alineaba con el pensamiento común sobre la tecnología, la innovación, la libertad de mercado y una regulación gubernamental mínima.
Pero desde mediados de la década de 2010, comenzó a expresar cada vez más preocupación por lo que él veía como una erosión de la libertad de expresión, particularmente en plataformas digitales. Esto se intensificó a partir de 2022, cuando adquirió Twitter (poco después X) y comenzó a promover una postura de “libertad de expresión absoluta”.
Con X, empezó a mostrar por qué rangos del mundo político andaba su cabeza.
Nada nuevo. Es simplemente la magnificación, pasada por las aguas turbulentas de su personalidad, del liberalismo en su estado puro: todo el poder para el mercado, muerte al mundo de las regulaciones y los impuestos. Para eso debía ser el ejercicio del poder político. Al igual que para Donald Trump.
Y entonces se produjo la magia. De un día para otro aquel joven extraño y en el fondo solitario, se convirtió en el compañero diario de Trump, entonces candidato a la presidencia. Una combinación inédita. Dos caracteres tempestuosos e impredecibles. El presidente de Estados Unidos, y un multimillonario con una fortuna de 400 mil millones de dólares, más una agenda ultraconservadora.
Le llaman el vicepresidente real y a veces el co-presidente. Invita personalidades, censura a líderes internacionales, apoya públicamente, con el peso de su posición y su personalidad, a los grupos de ultraderecha en Europa.
La ultraderecha europea
El caso de AfD (Alternativa para Alemania, en español) es un ejemplo ilustrativo. Ya Musk había abierto las puertas de un apoyo escandaloso cuando afirmó en X en diciembre: “Solo AfD puede salvar a Alemania”. La respuesta de la líder del Partido Alice Weidel fue inmediata: “¡Sí!, Tiene toda la razón!”.
El romance político continuó con una extensa y aburrida conversación entre ambos en la plataforma del magnate. Durante 70 minutos intercambiaron apoyos y coincidencias en la crítica a la política migratoria alemana y en la defensa de la libertad de expresión. La agenda comentada no impide que se interprete el apoyo de Musk a la AfD como una búsqueda de alianzas que beneficien sus negocios.
Así pasó con la primera ministra italiana, Giorgia Meloni. Pero en este caso la combinación de ideología e intereses es más concreto. Musk ha elogiado a Meloni, llamándola “genio” y “extraordinaria innovadora”. El Gobierno de la italiana ha estado en contacto con SpaceX para un posible acuerdo que permita a Italia utilizar su sistema de telecomunicaciones satelital Starlink. El proyecto podría representar una inversión de 1 500 millones de euros.
Musk ha sido criticado por sus comentarios sobre los jueces italianos (“estos jueces deben irse”), tras un fallo relacionado con la política migratoria del Gobierno. Su declaración fue considerado por el presidente Sergio Mattarella como una injerencia inaceptable en los asuntos internos del país.
A pesar de las críticas y las declaraciones de Mattarella, Meloni defendió “la libertad de expresión” de Musk y ha cuestionado si su influencia es realmente un problema o si los detractores reaccionan a su posición política no alineada con la izquierda.
En signo contrario, Musk libra una guerra personal contra el primer ministro laborista británico, Keir Starmer. Lo acusa de encubrir delitos sexuales contra menores y ha llegado a pedir su encarcelamiento; ha pedido nuevas elecciones en el Reino Unido y ha apoyado al partido populista Reform UK. Además, hizo una encuesta en línea sugiriendo que Estados Unidos debería “liberar” al pueblo británico.
En paralelo con su crítica al Gobierno actual (ha llamado a Starmer “despreciable”), Musk ha expresado su apoyo a figuras de extrema derecha en el Reino Unido, como Tommy Robinson, un activista británico conocido por sus posturas de extrema derecha, especialmente en la inmigración y el islam.
El rechazo a la injerencia de Musk en la política europea no se ha hecho esperar. Emmanuel Macron lo acusó de apoyar a “una nueva internacional reaccionaria” y de interferir en diferentes elecciones, en especial en Alemania. Keir Starmer denunció que “quienes difunden mentiras y desinformación no están interesados en las víctimas sino en sí mismos”. A esas voces se han unido, entre otros, el primer ministro noruego, Jonas Gahr Støre, y el líder del Partido Liberal alemán, Christian Lindner.
Es un tema infinito y una preocupación para las fuerzas progresistas europeas. Porque no es difícil saber que quien habla con sus conocidos exabruptos y su injerencia en la política del viejo continente, es el mismo que habla al oído del presidente de Estados Unidos.
Ahora Musk ha entrado en una nueva fase, en la Casa Blanca de Trump. Su misión, en principio, es bastante conocida: la lucha contra la burocracia estatal, un monstruo ubicuo y que en ese país tiene una influencia y una capacidad de resistencia políticamente significativa y económicamente muy costosa.
Ya en su momento Al Gore, vicepresidente de William Clinton, implementó la llamada Revisión del Desempeño Nacional. Su objetivo era hacer que el Gobierno “funcione mejor y cueste menos”, en un contexto más amplio de búsqueda de eficiencia y reducción del gasto público.
Como era de esperarse, la resistencia fue considerable y sus resultados parciales.
Musk parece buscar lo mismo; pero su tarea se centra en una transformación radical del Gobierno con un enfoque empresarial, incluidos recortes drásticos y una desregulación agresiva.
Algo más le espera en la Casa Blanca: poderoso por el apoyo de Trump, pero solitario y extraño en los círculos políticos tradicionales, sus “iguales” no parece que le darán la mejor bienvenida.
El agresivo Steve Bannon, estratega jefe durante el primer Gobierno de Trump, ese hombre que, al decir de un cómico en la televisión de Estados Unidos, “parece vestirse con la misma ropa que ha dormido”, grueso y desagradable, se lo ha anunciado.
Dice: “Elon Musk es una persona verdaderamente malvada”, o “Detenerlo se ha convertido en un asunto personal para mí”, o “Conseguiré que Elon Musk sea expulsado antes de que sea investido”.
No debemos olvidar que Trump ostenta el récord de más de 40 dimisiones o despidos de altos funcionarios en su primer mandato. La pregunta ahora es obvia: ¿Podrán coexistir este singular presidente con el muchacho grande que salta con torpeza en sus mítines en piruetas extrañas, y que en el micrófono se aturde antes de lanzar una arenga incomprensible?
O, mejor, ¿cuánto tiempo podrán coexistir estos dos egos mayúsculos?
*A partir de aquí, los datos biográficos de Musk tienen como fuente la biografía Elon Musk, de Walter Isaacson.
Periodista, profesor y diplomático cubano. Desde 1966 ha ejercido el periodismo en diversas publicaciones cubanas y extranjeras, y ha dirigido varios medios cubanos, entre ellos el diario Granma y el Instituto Cubano de Radio y Televisión.