Lo prometido es deuda. Escribiré sobre el uso del fular. La verdad es que tenemos tres porteadores para Nina. Uno en bandolera, de bolas naranjas y amarillas, con anillas de acero, que nos regalaron unas amigas de tío Rene el viajero. Los otros dos son trapos larrrgooooooooos, de aproximadamente 500 cms de largo por 40 cms de ancho, marcados con un adornito que indica justo su mitad. El verde lo heredamos, como ya he contado, de Emilia. El otro, rojo vino, de un tejido más grueso, como más invernal, nos lo regaló mi amiga oaxaqueña Aline.
Usamos el fular verde, que es más fresquito. La tela es de algodón, que cede, que se acomoda, que nos permite transpirar. Sin más costuras que las de los dobladillos, para que no se deshilache.
Los porteadores de bebé o cargadores, son tan comunes en las culturas milenarias que los habrá visto de unas cuantas formas, tamaños, tipos de amarres. Distintas maneras de portear a una criatura en diferentes edades (ni hablar de canguros y tacuazines, marsupiales que completan su formación en la bolsita externa de sus madres). En los últimos años también se han vuelto más comunes, por la ventaja que da tener los brazos libres y al bebé cerca.
El cargador se hermana con la filosofía de colechar porque propicia las mejores relaciones de apego con nuestro bebé. El contacto directo y continuo con nuestra piel, nuestra respiración, nuestro olor, hace que se sientan seguros. Además, esa cercanía completa la formación de sistemas como el respiratorio, y ayuda a que regule su temperatura corporal. Para algunos autores, la cercanía también contribuye a la lactancia materna feliz, a aumentar nuestra producción de leche.
Sin embargo, tuvimos que elegir cuál de los dos tipos de portabebés que tenemos, y otros que comenzaron a presentarnos, usaríamos en esta etapa de la vida de Nina.
El fular permite que ella adopte la postura “de ranita”, o de “M”. Sentada, su espalda recta apoyada en el porteador, su cara mirando la nuestra, su cabeza estable, sus piernas abiertas y las rodillas flexionadas hacia arriba. Esta posición previene la displasia de cadera, le evita problemas genitales y lesiones en su columna vertebral.
El cargador apoyado en nuestros dos hombros, nos evita dolores de espalda innecesarios, molestos; y nos libera las manos. Por último, la tela nos deja transpirar a las dos, sin las incomodidades que un tejido sintético ocasionaría en climas cálidos como el nuestro.
Porteadores como la bandolera con anillas metálicas y las mochilas, los que más comúnmente he visto en las calles y consultas cubanas, no son los recomendados para esta etapa de formación de nuestros hijos (expertos recomiendan para niños mayores de tres meses, pero habrá que consultar), ni para nuestras espaldas, ni para nuestro clima.
Confieso que me queda mucho por aprender de esas culturas milenarias. No puedo comer con Nina en el fular. He probado y temo derramarle cositas encima. Tampoco sé lavar su ropita ni nada que tenga que ver con agua, la salpico. Me da miedo en la calle porque pocos reconocen que llevamos una bebé, y la gente anda muy rápido por la vida.
Cuando veo que Nina apenas llora, que nuestro primer resfriado no pasó de ahí, que está satisfecha e hidratada con la leche que produzco con su ayuda, siento que no estoy eligiendo mal. Por eso comparto esta experiencia y otros de mis hallazgos maternales con ustedes.
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Cógeme mamá. Qué pedirle a un portabebés