Ha pasado poco más de una semana desde que comenzamos a organizarnos para colaborar con las personas afectadas. El tornado azotó la zona periférica de La Habana profunda, la de obreros, la de nuestra gente más pobre.
Lo único que se me ocurrió postear en mi perfil de Facebook el 28 de enero último fue mi petición de una ponina para La Habana, parafraseando una canción con la que Jorgito Kamankola pide un suspiro para nuestra ciudad. Y llueven las poninas de diversas maneras.
Pero mi primer intercambio en este sentido fue con Miguel Lara, mi amigo y colega de tantos años. Él trataba de tejer una red con Cáritas, la ONG perteneciente a la iglesia católica con sede en la capital cubana. Desde ahí, no puedo precisar los detalles: me vi dentro de un grupo de chat que movilizaría ayuda directa para las personas damnificadas, con una versión ultra transparente en otro grupo público, pero de la red social Facebook.
Luego aparecieron Ricardo Ramírez, Mary Lou, Raúl Prado –a través de Denise Guerra– que estaban en la caliente y por su cuenta. Nos fuimos sumando a su impronta algunos como Valia, Mairelis, Betty, Tania y Clarita, que están más lejos de casa, y otros, como Violeta y Anai que no han parado, o como yo, que esta vez me tocó la retaguardia (Nina es tan pequeñita que no es conveniente exponerla a situaciones más estresantes).
Hemos construido una lista que actualizamos en nuestros escasos ratos libres con datos completos de los damnificados y sus necesidades puntuales. Con el fin de colaborar, en solo 5 días hemos movilizado 5,000 CUC en metálico y unas cuantas millas para boletos de avión, provenientes de personas cubanas o no, y de colectivos como el Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt-INSTAR. Además, productos en especie (entre mantas térmicas, alimentos, productos de aseo personal, medicamentos puntuales, bolsas de dormir, tampones, copas menstruales, sillas de rueda, andador, bastón…) que van llegando con viajeros o en otros tipos de envío.
La verdad somos en mayoría mujeres –madres o no–, respondiendo al mandato que nos fue grabado como cuidadoras. También hay hombres, claro. Pero, sin distinción de género, tenemos detrás –o delante, según se mire– una red de parejas, familias y amigos para poder dedicar el alma y las neuronas a ayudar a otras personas que nos necesitan.
Por eso quizá Nina ha estado tranquila, incluso ha reído a carcajadas para sacarme las sonrisas. Quizá porque he logrado, con meditación y llorando, no pasarle a través de mis tetas la tristeza que se acumula. Quizá porque he compartido con ella cada alegría, cada pequeña victoria, aunque no sea suficiente aún para las personas damnificadas. No he alterado sus tiempos. Me he esforzado al máximo para poder cumplir con todo y con todos, priorizándola. Ahora duerme, por eso escribo tranquila.
Y ahí está Dianelys: su bebé de 6 meses se recupera fuera de peligro en el pediátrico de Marianao de un golpe en la cabecita durante el tornado. También Raydel, de 30 años y a punto de ser papá de una niña deseada, que pidió ayuda para su abuelo, de 73 años enfermo de cáncer. Y un hombre de 42 que no quiere hacer público que vive con VIH y armamos una red de ayuda que respete su anonimato. Entre más de un centenar de historias que se me atropellan en esta cabeza agotada.
De otro lado están Sarita, que tendrá su primera nieta en marzo, Wendy, con su hijo en brazos, y Taquechel. Los tres emigraron de Cuba, pero tuvieron que venir con donativos para sus coterráneos, en vuelos urgentes, la ida por la vuelta. Está mi hermano Raúl Regueiro que, desde Nueva York, nos ayudó a buscar solución para personas con VIH/sida. Está contribuyendo a la ponina un ex becario nicaragüense que ama la isla. Mi amiga Tania Rodríguez, la China de mi grupo en la Lenin, suma sus esfuerzos en metálico a esta causa. Y Úrsula nos deja mucho de lo que trajo en su maleta de turista como su contribución…
Estoy a punto de salir a vacunar a Nina, a punto de probar la tetaanalgesia. Me encomiendo a mis tetas y los científicos cubanos para que no sufra reacciones adversas. Ya casi regreso. ¿Seguimos?