Cuando el río suena, Javier Krahe

Javier Krahe.

El sábado 28 de enero hubo un concierto de homenaje a Javier Krahe en el Museo de Bellas Artes. Trovadores nativos como Roly Berrío, Charly Salgado, Fernando Bécquer, el dúo Jade, Jorgito Kamankola, Frank Delgado y Ray Fernández ofrecieron algunos de los temas del cantautor madrileño, que tenía una buena excusa para no estar presente, esto es, haber muerto en julio de 2015.

En cambio, el trío de ejecutantes que lo acompañó siempre, que arregló sus temas y convirtió en música los tarareos entusiastas del trovador inspirado, no tenía ninguna, así que estaba presente al completo (Javier López de Guereña en la guitarra, Fernando Anguita en el contrabajo y Andreas Prittwitz en cualquier instrumento de viento, inventado o no), arropando las interpretaciones de los cubanos y ofreciendo las suyas, además de un puñado de anécdotas y bromas que garantizaban el tono correcto, el único posible para recordar al gran Krahe.

El teatro estaba lleno, aunque no repleto. Parecía natural: en España el tipo de canción inteligente que cultivaba Javier, de pasmosa elaboración poética y humor desembozado y cáustico lo confinó a salas pequeñas e íntimas y le hizo sufrir las eventuales mordidas de la censura y el rechazo conservador.

Sus grabaciones llegaron aquí hará cosa de tres décadas, de la mano de trovadores que cantaron en peñas algunos de los temas y lo pasaron a sus amigos; lo primero fue La mandrágora, aquel disco de 1981 en que compartía escenario con Alberto Pérez y Joaquín Sabina y donde ya interpretaba piezas como “Marieta” y “La tormenta” (originales del francés Georges Brassens, con letras adaptadas por Krahe), “La hoguera”, “El cromosoma” y “Villatripas”; canciones que son relatos y hasta pequeños ensayos, feroces y cinematográficos. Estuvo alguna vez en Cuba para presentar el documental más o menos biográfico Esta no es la vida privada de Javier Krahe (2005) y el público no pasaba de quince personas. Ahora, en el homenaje, los espectadores nos sentíamos elegidos, veteranos del folklore de las peñas habaneras de los 80; bohemios sobrevivientes, afiliados a “una cofradía de gente inteligente”, en palabras de Frank.

El humor es un género que todo el mundo disfruta pero pocos consideran profundo, incluso artístico, como un entremés que se paladea antes de pasar a lo que realmente importa. Por demás, supongo que es normal que quienes consumen mayoritariamente reguetón o música romántica no digieran a Krahe, pero eso no basta para explicar el misterio de los trovadores de culto.

Joaquín Sabina muestra una destreza poética tan admirable como la de Javier y una voz tan breve y rasposa, pero su trabajo es ampliamente conocido; lo que tal vez tenga que ver con que por lo general se apoya en arreglos tibiamente rockeros, en que a menudo es serio, incluso trascendente, y en su manera más bien oblicua de tocar temas escabrosos, mientras que el siempre satírico Krahe entrevera sus piezas de provocaciones, irreverencias y malas palabras, y es las más de las veces absolutamente inbailable. En cualquier caso, el éxito es una circunstancia browniana. Cada uno en su dimensión, Krahe y Sabina son inmensos.

Y hablando de inmensidades… Hace tiempo que fantaseo con la idea de crear un festival iberoamericano de la sátira social en la música; especial, aunque no exclusivamente, en el rock. Un Festival que legitime el humor y el ingenio en la canción escrita y cantada en español. Y quiero hacerlo aquí, en Cuba.

Oh, hay mucho donde escoger, estos son solo algunos nombres en la primera camada: Los Mojinos Escozíos, Daniel Higiénico y el propio Sabina en España; Bersuit Vergarabat en Argentina; Molotov en México; el Cuarteto de Nos y Leo Masliah en Uruguay; Aterciopelados en Colombia; Calle 13 en Puerto Rico; Fernando Bécquer, Frank Delgado, Ray Fernández, Tony Ávila y (en condiciones ideales) Porno para Ricardo en Cuba… Y tantos otros.

Claro que sería complicadísimo poner de acuerdo a toda esa gente, coordinar calendarios, plataformas estéticas, credos ideológicos y precios, y seducir al público con propuestas tan dispares. Pero valdría la pena. Hay que recordar de cuando en cuando la belleza del idioma, y sus filos, y cuánto se puede hacer con él. Aunque sepas, como diría Aute, que te va la vida en ello.

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