El Homo Americanus

"Die hard 5", de John Moore.

"Die hard 5", de John Moore.

En su extraordinario monólogo La edad de los países, el argentino Hernán Casciari observa que, si para determinar la edad humana de los perros hay que multiplicar sus años por 7, para saber la de los países hay que dividir por 14. Así, continúa el humorista, si China es una señora de 85, la mayor parte de las naciones de América Latina son chicos de 14, y Estados Unidos un retrasadito mental de 17 años que se dedica a matar a chicos hambrientos de 6 años en otros continentes…

Tengo amigos emigrados que me han escrito expresando su desconcierto ante el desenlace de la carrera a la Casa Blanca. La elección de Trump es una vergüenza para Estados Unidos, y eso que con Nixon, Reagan y los Bushes ya la varilla estaba bastante alta. Tampoco es que Hillary fuese mucho mejor, pero la victoria de su rival republicano –ignorante, machista, xenófobo– sería un chiste si no resultara tan peligrosa. Aunque no sorprende: la especie predominante por allá, al menos en la clase política, es el Homo americanus, esa criaturita conservadora y arrogante de que habla Casciari, ese retrasadito adolescente que cree merecerlo todo y no entiende que lo odien en todas partes.

Y no son pistas lo que falta. El emperador Trump podría haber escrito un montón de guiones hollywoodenses. En Die hard 5, de John Moore, se da por sentado que los americanos, por el hecho de serlo, pueden asumir al resto del mundo como una exótica escenografía, tienen todo el derecho de matar gente o derrocar el gobierno de otro país en su tiempo libre, y al final no les pasa nada porque llevan consigo un pasaporte que los hace intocables. Como el filósofo Stallone, que ya en sus primeros Expendables se metía con un país intercambiable de América Latina, aquí Willis pone patas arriba una Rusia que sigue siendo poco más que Chernobil, para regresar al final al sano abrigo de su perfecta familia americana. No es que las cuatro primeras partes de Die hard fueran gran cosa, pero esta las supera a todas.

Ese patrioterismo aniñado salta desde las películas del alemán Roland Emmerich, que al parecer es más norteamericano que nadie. La saga de Independence day da vergüenza ajena: ese presidente salvando personalmente al mundo le habrá encantado a Trump, tanto como esa presidenta inmolada en Resurgence. En el otro extremo está Iron sky del finés Timo Vuorensola, una fábula de ciencia ficción que ironiza acerca de la idea que los americanos tienen de sí mismos y de ese minúsculo resto que somos los demás. En el futuro cercano, en USA gobierna otra presidenta de mediana edad: esta entrena en camiseta, licra y zapatillas en medio de la Casa Blanca, y encuentra en la retórica nazi las formulaciones que le garantizarán la reelección. Cuando en las Naciones Unidas –que son el mismo instrumento imperial entonces que ahora- alguien le reprocha que su país no cumplió su palabra acerca de determinado asunto, ella contesta “nosotros nunca cumplimos nuestra palabra, eso es lo nuestro”.

Los vecinos del norte se han adueñado incluso de nuestro nombre colectivo; que yo sepa, en inglés no existe un gentilicio equivalente a estadounidense (unitedstaters?) pues yankees o yanks es término casi dondequiera despectivo, sólo para blancos norteños y que por lo regular, fuera del ámbito beisbolero, no se aplican a sí mismos.

En una palabra, el homo americanus también tiene el gobierno que se merece. Lo jodido del asunto es que a todos nos afecta, pues Trump, tanto o más que quienes le antecedieron, parece creer que lo han elegido presidente del mundo.

Salir de la versión móvil