Ley de cine o muerte

Lo primero que conviene aclarar es que el G20 no es el grupo de cineastas cubanos que luchan por la Ley de Cine, sino el comité designado por la Asamblea de Cineastas para redactar y mover documentos, para hacer el trabajo duro, siempre de acuerdo a lo que se propone en la Asamblea y para ser sometido posteriormente a su aprobación. O sea, que por la Ley de Cine luchamos todos los Cineastas en Asamblea, no un grupito de veinte audaces. No se trata de quitar mérito, sino de no centralizarlo.

El temor acá no parece ser tanto a la Ley de Cine per se –la verdad es que apenas ahora existe un borrador, así que ni las autoridades ni el público ni la mayoría de los cineastas sabíamos a derechas de qué iba, cuáles podrían ser sus alcances– sino al hecho, insólito y herético, de que la propuesta de ley vaya de abajo a arriba, y de que quienes la apoyamos no nos hayamos rendido después de varios años de incomprensión y vaselina.

No creo que quienes desconfían de la Asamblea de Cineastas lo hagan únicamente porque no saben (me suena a la noción del socialismo utópico de que los capitalistas explotaban a los pobres porque nadie les había predicado que como resultado aquellos morían de hambre, y eso se veía feo, y que sería mucho más bonito y armónico si todos tuvieran una vida decente). Opino, por el contrario, que les aterra perder el control exclusivo de las decisiones, y esperan que nuestra energía se diluya en ires y venires, trámites y reescrituras. Toda vez que la creación del ICAIC fue una de las primeras leyes revolucionarias, ciertos cerebros sin demasiado oxígeno habrán establecido la inquietante progresión hoy derogamos una ley fundacional-mañana se acaba el mundo, sin parar mientes en que lo que fue bueno y tuvo sentido y consiguió edificar y promover nuestro cine hace casi sesenta años, ahora ha sido superado –dialécticamente, qué ironía– por el desarrollo de sociedades, relaciones y tecnologías. Esas cosas pasan…

El proceso de aprobación de una ley es largo, pero no debe ser artificialmente dilatado. Es sintomático que instancias e instituciones que en algún momento nos acompañaron, sentaditos en nuestras Asambleas y haciendo esporádicos llamados a la paciencia y el optimismo, hayan dejado de acudir a las convocatorias. Tan sintomático, al menos, como que otras instituciones no hayan acudido nunca. El ICAIC, que a veces me ha dado la impresión de portarse como una veleta, parece por fin haber clavado su pica junto a las nuestras. En todo caso, vamos en serio, no tanto porque no tengamos nada que perder como porque estamos dispuestos a perderlo. Esta Ley beneficiará a los cineastas, pero también al Estado, y creemos que es justa y necesaria, y la queremos ya.

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