No Body

Abella Anderson, actriz porno de origen cubano.

Abella Anderson, actriz porno de origen cubano.

¿Son eróticas las Revoluciones?

Veamos una Revolución cualquiera. El pueblo se echa a la calle masivamente. Gritos, empellones, cuerpos sudorosos que se rozan y entremezclan. Pandémica euforia que nace de la caída del viejo régimen y las promesas del nuevo. Celebración, jolgorio, abrazos y adrenalina. Nada más fácil, en tales circunstancias, que manipular la teta de una correligionaria o quedar ensartado por un bujarrón. ¿Suena como la antesala de una gran orgía de los cuerpos y los sentidos? No cabe duda. A primera vista, las Revoluciones tendrían que ser el espacio primado del Eros.

Así comienza El cuerpo y el delito, un cuento mío de 1996 incluido en Omega 3, un volumen de cuentos de próxima aparición por Letras Cubanas. Supongo que desde mucho antes ya me incomodaba el puritanismo que parece consustancial al pensamiento y la práctica (tenidos por) revolucionarios.

Cuando era adolescente, un conocido de mi año en la vocacional Lenin –donde algunos profesores, linterna en mano, cazaban parejas en sitios oscuros– me reveló que iba al ICAIC, en cuya vecindad vivía, a rebuscar en los latones de basura para agenciarse fragmentos de película de 35 mm. Se ven cuadritos de películas que uno conoce, y, si tienes suerte, añadía bajando la voz, encuentras los trozos que cortan, trozos con mujeres encueras.

Para mi generación y algunas más, el porno siempre fue un misterio, algo inaccesible, deseable y un poco vergonzoso. Y el nudismo un concepto al que se aludía con risitas. Teniendo el clima y las playas que tiene, en Cuba sólo hacen topless las extranjeras. Hay prejuicios arraigados, de acuerdo, pero también interdicción y presión política. En Cuba, si una chica amaga desnudarse en una discoteca, se convierte en un problema de seguridad. El desnudo es algo que uno ve en las puestas del grupo de teatro El Público, y ahí es casi siempre masculino. Para la televisión cubana, el cuerpo es peor que el enemigo. Si algunos clips musicales suben un poco la temperatura, el video clip se convierte en tema de debate parlamentario. Es cierto que en todas partes se evita exhibir materiales fuertes en horarios inapropiados, pero en todas partes hay alternativas, al menos después de la una de la madrugada.

La idea es no perjudicar la imagen, la dignidad de la mujer cubana. Muy bien, pero por ver revistas eróticas en un quiosco o pasear por ciertas calles en cualquier ciudad grande, pongamos Hamburgo o Madrid, nadie asume que todas las alemanas o españolas son putas. El que sea tan miserable para pensar que la mujer cubana tiene un precio lo seguirá pensando aunque todas vistan suéteres con cuello de tortuga. Por otra parte, tratando de ser el pueblo más digno se puede llegar a ser un pueblo de reprimidos.

La pertinencia de la prostitución legalizada y la pornografía en una sociedad moderna puede ser discutida, pero discutirla es una pérdida de tiempo. Mucho más sentido tiene, a mi modo de ver, regularla de acuerdo a principios esenciales. Por ejemplo, que involucrar a menores sea un crímen sin atenuantes.

Sé de desventurados que fueron expulsados de prestigiosos centros de enseñanza o de sus empleos por bajar, o incluso por tener, una película porno a las máquinas con las que trabajan. De acuerdo, los ordenadores de la academia y la oficina no son para eso. Entonces, ¿dónde están los que sí lo son? ¿Dónde consigue uno cine erótico –del que, por cierto, hay prestigiosos festivales internacionales que lo legitiman como una expresión polémica pero insoslayable de la cultura contemporánea– para consumirlo en privado, en pareja o según la configuración que le dé la gana? El puritanismo y la hipocresía de las autoridades resultan aún peores en provincias. Que levante la mano cualquier dirigente, cualquier censor, cualquier ideólogo a cualquier nivel que no tenga veinte gigas de porno en su computadora personal.

Entrar pornografía por el aeropuerto es delito. Un delito en el cual, por otra parte, incurre muchísima gente. Un socio que trabaja en la TV me contó hace años que, al regreso de un viaje, traía un par de revistas eróticas –en esa época todavía no existían las memorias flash– y tenía toda una fundamentación teórica preparada para el caso de que se las incautaran en la Aduana, algo que afortunadamente no ocurrió. Su defensa involucraba lo insoslayable del estudio profesional de la imagen corporal en la fotografía moderna, la composición con modelos femeninos en la publicidad y la pertinencia del empleo de filtros para disimular los estragos del tiempo. Imaginarlo explicándole todo eso a un inexpresivo oficial de Aduana es de esos momentos que hacen grande el deporte.

Por otra parte, todo el mundo ha visto o siquiera conoce de la existencia de porno nacional, pellejos realizados con más entusiasmo que tecnología. La cuestionable ética de algunos realizadores los ha llevado a hacer público lo que debió mantenerse en privado. Bueno, pero, ¿por qué no invertir los términos, convertir en motivo de orgullo lo que hasta ahora lo fuera de vergüenza, y en lugar de perseguir o castigar a los, eh, cineastas aficionados, no creamos un festival del género en Cuba? Con el espíritu que suele caracterizar a ese tipo de iniciativas en suelo patrio, no dudo que lo venderíamos como el mejor del mundo, el más grande de Latinoamérica, el encuentro del porno No Alineado, el XX del ALBA; en una palabra, el Festival Internacional del Nuevo Cine Erótico Latinoamericano (FINCEL).

Es una idea…

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