Desde hace 25 años el formidable músico José Luis Cortés y su NG la Banda no han cesado de ser noticia. Entre las más recientes puede mencionarse su incursión en un género esencial de la espiritualidad nacional, que lo llevó a participar en el Festival Ron Varadero del Bolero, que -con rimita en el nombre y la colaboración del Instituto Cubano de la Música- se celebró al comienzo de este verano en Barcelona.
El maestro Cortés impulsa además agrupaciones corales, cameratas de flautas y – a la vez que cuida el vínculo con sus colaboradores más fieles- suele rodearse de jóvenes talentos que, como él mismo, poseen una elevada preparación técnica.
Con todo esto y siendo reconocido “por los que saben” como un instrumentista virtuoso y un arreglista fuera de serie, El Tosco ha tenido muchos detractores. Se le ha acusado de vulgar, de machista, hasta de prepotente. Hay leyendas urbanas de que en algún bailable protagonizó disparates que se adentraban en el mal gusto. A mí –qué quieren que les diga- me gusta el Tosco o “me cuadra”, para afirmarlo con el argot habanero de unos diez o quince años atrás.
Siempre he pensado que más del cincuenta por ciento de su supuesta rudeza, de su aguaje, sabrosura, “rufa”, “avance” -palabras a escoger según la generación o la provincia cubana del seguidor o detractor que las pronuncie- tienen de construcción, de personaje. Tal vez algunos rockeros preferirían ir peladitos y con camisas serias por dentro del pantalón. Ah, pero la seña de identidad de la zona más fiel de su público se conecta con melenas al viento, ropa muy informal, tatuajes, saltos en el escenario.
La música popular bailable no transcurre en una reunión partidista con agenda gris y cerrada o en un club de señoras clamando por la pureza de las costumbres. Del primer grupo social conozco algo y sé que muchas caras serias (y alguna que otra hasta intransigente) que me encontré en esos sitios en que todo es “compañero, cuadro, nos bajaron orientaciones” en otras circunstancias, se relajan, gozan, se “desaguacatan” como debe ser con la música de El Tosco, de Adalberto y su Son o de los clásicos Van Van.
Las señoras y señores que encuentran grosería donde la hay y debe combatirse pero también en la gracia, la picardía sana y natural se supone que tomarán protagonismo en los próximos tiempos. El Feminismo –que apoyo con pasión cuando apunta a los derechos esenciales y mucho menos cuando se esmera en detalles interminables- suele tocarse puntualmente con los herederos de los que encontraron muy grosero al naciente Son o asquerosa buena parte de la mejor literatura del siglo XX.
Lo que en El Tosco era crudeza callejera palideció con el cambio de siglo y la hegemonía –esa sí con abundancia de lo soez y literal en los creadores menos talentosos- del Reguettón. Los de mi generación ni imaginamos que llegaría el momento en que los más adinerados visitantes de algunos centros nocturnos impondrían su gusto reguetonero para echar a un lado nuestras prodigiosas orquestas bailables.
Estamos ante temas ricos y complicados. Me recuerdan las reflexiones sobre la música y las costumbres populares de Argentina y de su tiempo de un joven Jorge Luis Borges poco citado. Tampoco tenemos muy en cuenta que a la sabrosura de los sones más sensuales acudió Nicolás Guillén para nutrir una zona de lo mejor de su Obra. En Virgilio Piñera y en Severo Sarduy se localizan también huellas de ese diálogo con las voces, los gestos, el ritmo de la gente de a pie.
Levanto la mano a favor de la cruzada contra la indisciplina social; los excesos y tropelías en el comportamiento ciudadano. Ahora bien, con la otra, pido la palabra para que no se convierta en una oportunidad de ataque a creadores, géneros, formas de vida. Tengo amigos de las más diversas costumbres y gustos a la hora de consumir productos culturales, relacionarse socialmente, vestir, comer, levantar la voz. Parte del respeto por las normas educativas y el trato social es no volver a mirar por encima del hombro a los que andamos más cerca del inmenso tesoro de nuestra Cultura Popular. Al menos yo la defiendo. Y si alguien me pone cara de asco por gozar un bolero, “cometer” un piropo o –en su lugar adecuado- citar un chiste callejero, me vuelvo y acudo al protagonista de estas líneas y uno de sus éxitos: si no te gusta, “échale limón”.
Foto: Beatriz Verde Limón
Levanto las dos manos a favor de la musica popular bailable,gracais Amadito por poner tu publico reconocimiento a ese gran musico que es Jose Luis Cortes en Tosco para amigos y destractores