Hace tiempo no vivía
un huracán en La Habana.
Hace tiempo mi ventana
de grises no se teñía.
Hoy la meteorología
protagoniza el discurso.
Idalia sigue su curso
destructor hacia Florida,
pero en La Habana su herida
es de premio, de concurso.
La Habana sangra cemento.
Mayabeque sangra igual.
Artemisa está fatal.
Pinar: punching-bag del viento.
Yo me puse en movimiento
para ver la situación
pero tanta inundación
no me dejó llegar lejos.
Gritos de edificios viejos.
Miedos de la población.
Gente a pie o en bicicletas.
Paraguas. Nailons. Sombrillas.
Tos de las alcantarillas.
Jolgorio de las cunetas.
Ranas que estrenan chancletas.
Viento que rompe paraguas.
Vacías las pocas guaguas.
Llenos los baches, tan baches.
La Habana con varias haches.
El sol con botas de agua.
La mañana es gris, grisácea,
típica de los ciclones.
No hay tiñosas. No hay gorriones.
La Habana, ciudad cetácea.
Ríos de piel arenácea.
Charcos de aire maloliente.
Escombros de alma doliente.
Silencio desangelado.
Idalia nos ha dejado
una ciudad diferente.
Mas no falta “cubanía”:
la broma sana y malsana.
la “luchita cotidiana”
del bromista a sangre fría.
La calle semivacía.
Los perros anestesiados.
Cables recién arrancados.
Paraguas recién abiertos.
Baches que parecen puertos.
Motos y carros varados.
Por supuesto: inundaciones,
cortes de electricidad,
derrumbes (calamidad)
lluvia de preocupaciones.
Por supuesto: “vacaciones”.
Por supuesto: miedo ingente.
Todo es (cine silente
y tétrico musical)
el saldo provisional
de Idalia en el occidente.
Pinar del Río, impotente,
vio los azotes del viento
y hasta un 60 %
sigue sin tener corriente.
Pinar, siempre penitente,
provincia muy castigada
por cada lluvia o vaguada
que azota al verde caimán,
sufrió el tercer huracán
de la nueva temporada.
Los vientos han alcanzado
100 kilómetros por hora.
Vaya rachas. Gris aurora.
Eolo siempre enfadado.
Marejadas de cuidado
(peligrosas marejadas).
Presas casi desbordadas.
Fango en todas las aceras.
Inundaciones costeras
ligeras y moderadas.
Las calles se han vuelto ríos.
Vaya escándalo pluvial.
Vaya barullo fluvial.
Ciudad metiéndose en líos.
Muchos fogones vacíos.
Mucha risa a la mitad.
Cortes de electricidad,
derrumbes e inundaciones.
Árboles muertos. Balcones
con ataques de ansiedad.
El agua sin decir nada
llegó a Cuba y “abrió fuego”.
Lluvia en Boca de San Diego, Batabanó y La Bajada.
Cuánta lluvia acumulada.
Cuántas ráfagas y gotas.
Idalia, si nos azotas
ten en cuenta, por favor,
que en crisis todo es peor
y aquí hay varias bancarrotas.
Los derrumbes son “cascadas”
parciales (no han sido enteros):
desprendimiento de aleros,
de techos y de fachadas.
Familias damnificadas
que aceptan la evacuación:
lógica continuación
de la desgracia lluviosa.
Parche social (no otra cosa)
siempre que llega un ciclón.
Cuatro derrumbes (Colón).
Tres derrumbes (Pueblo Nuevo).
Dos en Los Sitios (¿me muevo?)
Idalia en toda extensión.
Siempre los derrumbes son
en inmuebles con exceso
de abandono, sin progreso,
llenos de insatisfacciones.
Tres, por ejemplo, en Dragones
y dos más en Cayo Hueso.
En fin, que un nuevo ciclón
ha golpeado al occidente
de Cuba y hay mucha gente
sufriendo esta situación.
Yo intento una descripción
en décimas del suceso,
una crónica, y por eso,
salgo a la ciudad, escribo,
sufro Idalia y sobrevivo,
sí, pero no salgo ileso.
Tengo la voz enfangada.
Tengo el cerebro inundado.
Soy un balcón derrumbado
sobre mi propia mirada.
La Habana no dice nada.
Me ve con resignación.
Canta a gritos su canción
la temporada ciclónica
y yo despido mi crónica
hasta el próximo ciclón.
Lamentablemente, me imagino que toda esa basura acumulada durante meses la engulleron las tuberías de las calles…