Me aventuro a hablar del miedo que nos mueve o paraliza. El miedo es considerado una de las seis emociones primarias del ser humano acompañado por la alegría, sorpresa, ira, tristeza y el asco. Su comprensión depende de un campo científico demasiado vasto y en el cual no todo está dicho. Me atrevería a decir que muy poco está dicho.
¿Cuánto entendemos realmente de nuestros procesos internos, emociones y sentimientos? Aunque presumimos de ser el animal racional, pensante, y por tanto eslabón superior de cualquier cadena, sobre todo la evolutiva, actuamos, la mayoría de nosotros y en la mayoría de los casos, por emociones. Nos dejamos arrastrar por estas de tal manera, que me cuesta dar crédito al control efectivo sobre nuestras propias vidas o sobre nuestro paso por la Tierra, efímero e insignificante quizás para la historia del universo, pero largo y profundo para la humana.
El miedo es importante para sobrevivir, porque constituye un mecanismo adaptativo que nos alarma sobre determinados peligros y nos lleva a protegernos.
Pero también el miedo es una de las grandes fuerzas que mueven a individuos, comunidades, y naciones, como alternativa a otra poderosa fuerza, el amor.
Jugar con el miedo a la muerte ha sido quizás el esquema más exitoso de varias formas de ejercicio del poder, y a lo largo de la historia, iglesia, gobiernos, instituciones e industrias, incluso, de muchos “jefes de familia”. Véase que hablo del rol de la Iglesia, no de las religiones. Soy consciente de la necesidad de la fe, la esperanza y la creencia en el destino para encontrarle sentido a la existencia.
Reconozco el miedo como el elemento principal de extorsión que muchos sistemas políticos utilizan, sobre todo los autoritarios, para mantener al individuo y al pueblo anclado a la idea de seguir las premisas impuestas, so pena de no poder sobrevivir o ser marginado.
Cuando salí de mi Habana, del primer suceso individual del que me hice consciente fue de que yo tenía miedo a todo: a no poder viajar ni realizar sueños, a no merecer…, a que no se me concedieran los permisos adecuados para hacer cosas que son espontáneas y libres.
Fue en ese proceso que aprendí que lo más importante para el ser humano no es siquiera tener un plato diario de comida, o abrigo, sino la libertad.
He visto también el miedo en las “compras de pánico” hechas por la gran multitud consumidora ante eventos naturales que como huracanes y terremotos, pero también ante sucesos mucho más simples del mercado como ventas de promoción o descuentos de temporada.
Los humanos hemos desarrollado tanto miedo cotidiano, que buscamos nuestra felicidad en la posesión de cosas que nos darán “lo necesario” para subsistir y tener bienestar.
Sin embargo, conozco a muy pocas personas que sean de verdad felices solo por tener esas cosas. Si bien la superación del miedo o la valentía no están ligadas conceptualmente a la felicidad, el miedo sí se vincula a la infelicidad. Vivimos en sociedades tremendamente infelices.
Me gusta recomendar a mis amigos un discurso que el fallecido fundador de Apple y Pixar pronunciara durante la graduación del año 2005 en la Universidad de Stanford. Steve Jobs relata tres historias de su vida que creía importante compartir con las futuras generaciones. En una de ellas expone un método de vida. Cada mañana al mirarse al espejo se preguntaba: “Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer?”. Si la respuesta era no muchos días seguidos, algo había que cambiar.
¿Cuántas veces nos preguntamos si vivimos la vida que deseamos? ¿De qué manera asumimos que es así porque es lo que nos tocó, sin cuestionarnos más o sin intentar cambiar la realidad? ¿Cuál es la razón por la que vivimos controlados por el miedo al mercado, los sistemas e instituciones, los maridos, las mujeres, los hijos, los jefes, los puestos de trabajo, los ascensos profesionales, el éxito, el fracaso, las bombas, las libertades, las pérdidas, las oportunidades, la violencia, las enfermedades, la medicina, o al miedo mismo? ¿Por qué tenemos tanto miedo a viviencias como amar, a la libertad real, si esas son las únicas razones que nos permiten conservarnos como especie?
¿Cuánto ha llegado a condicionar el dinero nuestro paso por la vida, para que muchos hoy lo denominen el Dios más poderoso y tengan razón? ¿Cuánto… sin que nada de ello pueda traducirse en verdaderas dosis de felicidad? Y si no vinimos a este valle de “emociones” para ser felices, la pregunta es: ¿Entonces para qué?
Yo pienso que el miedo que tiene como consecuencia experimentar o vivir de ese modo que comenta en este artículo, es porque no vivimos en consciencia. Estamos dominados por un inconsciente colectivo social y familiar. La tarea, creo, está en trabajar hacia el interior de uno mismo, darse la oportunidad de que el autoconocimiento será el puente que nos conduzca a esa tierra prometida que usted llama felicidad.
Muy bueno Gabriela.