Te estoy cazando

Foto: Claudio Pelaez Sordo.

Foto: Claudio Pelaez Sordo.

En su libro Tourism and Informal Encounters in Cuba (Berghahn Books, 2016), Valerio Simoni traza un mapa de la economía subterránea cubana de la prostitución. Su enfoque de etnografía del turismo le permite describir la complejidad de las relaciones que a menudo se establecen entre el visitante extranjero y sus contrapartes sexuales cubanas. Para ello contó con una red de informadores que le abrieron las puertas de ese universo prohibido y secreto.

Uno de los capítulos centrales de la indagación de Simoni tiene que ver con detallar el funcionamiento del aparato de represión y vigilancia tejido alrededor de ese mundo. Jorge, uno de los sujetos citados por Simoni, explica un modus operandi que consiste en sentarse cada día en el mismo parque de La Habana Vieja para hacer contacto con los potenciales clientes. Pero luego corresponde abandonar esa demarcación en dirección a Centro Habana, pues del Parque Central en adelante “todo es posible”, asegura Jorge.

La causa es obvia: el aparato de seguridad instalado alrededor de la prostitución en esa zona es férreo, debido a su densidad de hoteles y lugares turísticos. A ello se agrega un nuevo elemento del ecosistema público de seguridad y control: el emplazamiento en la última década de una red de cámaras de vigilancia (conocido como CCTV, siglas para circuito cerrado de televisión) que hace inabordables ciertos escenarios de “asedio al turismo”, so pena de recibir una sanción basada en la “captura en cámara” de la acción manifiesta.

Varios de los informantes de Simoni califican a La Habana Vieja como “candela” y aseguran que prefieren no aventurarse allí. Pero el autor refiere la existencia de un mecanismo de advertencia entre esa comunidad que avisa de los sitios densamente vigilados, de los operativos policiales y de la ubicación de los dispositivos de vigilancia. Jorge, señala Simoni, parece muy capaz de conducirse y desplazarse con discreción para no llamar la atención del ojo electrónico, hacia el cual señala con disimulo para advertir al etnógrafo de su existencia mientras conversan.

Las cámaras de vigilancia se han sembrado a nuestro alrededor. Inicialmente parte de la protección de zonas económicas y de poder muy sensibles, empezaron por extenderse a los semáforos e intersecciones críticas de las grandes ciudades, con el propósito de controlar el tráfico, y han acabado por aparecer en casi cualquier rincón del espacio público. Este nuevo régimen panóptico de observación ha sido un fenómeno universal, traído de la mano por la expansión de las tecnologías digitales e inhalámbricas, las redes de fibra óptica, la miniaturización y los nuevos procedimientos de regulación social.

En el ámbito de la semiótica de las imágenes, una teoría emergente califica las capturas visuales derivadas de sus registros como “imágenes operativas”. O sea, registros de imágenes en movimiento, de capturas de carácter testimonial cuya función, a diferencia del espectáculo cinematográfico que tienen por antepasado, no es estética, sino operativa. Son imágenes que permiten tomar decisiones a distancia y en tiempo real, intervenir sobre la realidad, ya sea para capturar a un conductor que se ha dado a la fuga tras un atropello o para identificar a los participantes en una manifestación pública.

Los ciudadanos hemos seguido nuestra vida bajo su mirada, y la mayoría ni siquiera se percata de su existencia, mucho menos de cómo funcionan. Hasta que esos registros se hacen públicos…

Hace unos años comenzaron a circular profusamente archivos digitales originados en tales cámaras, en torno a diversos acontecimientos sucedidos en la vía pública. Riñas, “alteraciones del orden” y accidentes de tránsitos menudeaban, pero algunos de esos registros permiten hacer inferencias de otro orden. En uno de ellos, una pareja de jóvenes tiene sexo en pleno muro del Malecón. Por más señas, la captura refiere el punto exacto: Malecón y Belascoaín. Digamos que la Legión de la Decencia y el Comité de Moral Pública (sic) podría indicar si es este un acto punible. En todo caso, protegidos por la oscuridad, la pareja da rienda suelta a su erotismo y, en superficie tan incómoda, improvisan un coito rápido. Pero el Gran Ojo tiene sus mañas: la cámara reencuadra, da ganancia y enciende su night shot. Observa la escena y la graba. Cuando, alcanzado el orgasmo, los adolescentes se funden en un beso apasionado, se desinteresa y corta.

Bajo el título de Cámara Oculta Malecón se puede ver un collage de capturas de la vía pública habanera en YouTube. El video fue profusamente editado, y contiene cortinillas que enlazan capítulos, más un pórtico que reza: “Centro de Vigilancia Ministerial”.

Los registros tienen fecha: 5, 12, 13 y 17 de mayo de 2008, y el número de la cámara que hizo la captura: CA-12. Una jovencita improvisa un streap tease para la diversión de sus acompañantes, mientras la cámara hace foco, cobra nervio, mete todo el zoom que puede, abre plano cuando la mujer exhibe sus carnes y da un paseíllo atrevido en círculo… casi se adivina el jadeo del observador, excitado del otro lado del monitor. La misma cámara 12 toma también, en night shot, a un par de hombres y una mujer en el muro de la piscina bajo el salto de agua artificial de Malecón y 23, mientras la primera hace una felación a cada uno, la madrugada del 24 de marzo de 2008.

Pero esta mirada va de otra cosa: el punto focal de su observación es el universo gay que solía reunirse en los alrededores, en la zona de cruising de La Fiat. Por eso su tratamiento de la “puesta en escena” y el “montaje” es selectivo: captura sesiones de sexo manifiesto o de sus prolegómenos, e imágenes de afectos “prohibidos”, caricias y besos entre hombres, un muchacho que echa el brazo por encima a otro de su mismo sexo, aparentemente extranjero; toqueteos, abrazos apasionados o tiernos… Al ojo anónimo le interesan las situaciones “morbosas” del otro, eso prohibido aunque no quepa ya en delito alguno. Bajo el título de “Situación operativa en 23 y G”, aparece finalmente un grupo de jóvenes en pose de exhibicionismo físico, que se suben sus pulóveres y muestran sus cuerpos en una zona de La Habana también elegida para el encuentro y la convivencia.

Más allá de la anécdota, todo lo anterior invita a pensar en las agencias de quien detenta esas imágenes operativas para fines desconocidos. Y en lo peligroso de que, a nombre de la seguridad pública, se vulnere la de grupos específicos o la de cualquiera. Más aun, en que esa clase de vigilancia funcione sin peritaje ciudadano.

En diversos países, organizaciones civiles y académicas se han pronunciado acerca del tema, llamando la atención en torno a cómo este régimen de vigilancia global viola un derecho básico recogido en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, en su artículo 12, que reza: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.”

La Unión para las Libertades Civiles de Estados Unidos libró un documento referido a esta cuestión. Según su diagnóstico, la proliferación de dispositivos de vigilancia en las ciudades estadounidenses a raíz del 11 de septiembre, como una manera de evitar nuevas acciones terroristas, había probado no ser del todo efectiva. Por otra parte, ese mecanismo supone riesgos para la vida social debido a su susceptibilidad de abuso: abuso criminal (hay evidencias de que algunos mecanismos de observación remota han servido a fines de vigilancia para la comisión de robos y atracos); institucional; para usos personales; voyeurismo, y dirigido a grupos determinados con fines discriminatorios.

Además, señala las inhibiciones probadas en la conducta social pública de los individuos cuando se saben observados por la autoridad. No por gusto en los foros de clasificados cubanos de hoy puede adquirirse, por el módico precio de 10 CUC, una cámara de vigilancia falsa para la seguridad de su hogar… La mirada remota y anónima impide, siembra la duda y, todo hay que decirlo, la simulación.

En 2013, el espacio Vivir del cuento de la televisión cubana difundió un programa titulado “Cámara de vigilancia”. En él, los vecinos del barrio de Pánfilo activaban un dispositivo de observación para contener los constantes robos… pero el puesto de mando, ubicado en la casa del vecino dilecto, terminaba siendo usado como artefacto para el chisme y la intervención en la vida privada de los vecinos. Los vigilados, por su parte, también comenzaron a implementar tácticas de protección: cubrirse con paraguas, rehuir la perspectiva de la mirada inquisidora de la cámara e, incluso… sabotear el ojo del Gran Hermano.

Salir de la versión móvil