Una foto recorre La Habana

Me di de narices con este cartel caminando por Línea:

perdono_olvido

La imagen de la foto es inconfundible, pertenece a la memoria colectiva del país: el acto de ultraje al monumento a Martí en el Parque Central de La Habana, la noche del 11 de marzo de 1949. El marine estadounidense trepado en lo más alto es Richard Choinsgy. La historia ha referido que él y sus compañeros –el sargento Herbert D. White y el marino George J. Wagner– tenían una borrachera monumental. Acababan de salir del Sloopy Joe´s Bar, a apenas dos cuadras del lugar del suceso, y estaban furibundos.

Choinsgy quiso demostrar su habilidad acrobática escalando el monumento al Apóstol de la Independencia Cubana, desde donde sazonó la proeza saludando a sus colegas y al creciente público reunido en torno a la escena. Los botellazos y pedradas que recibió en respuesta lo obligaron a descender. Una turba arremetió contra ellos. Solo la intervención de la policía impidió el presunto linchamiento. Los uniformados debieron azotar con porras a los violentos y hacer disparos al aire para sacar ilesos a los agredidos y llevarlos hasta la Primera Estación de la Policía Nacional.

Estos sucesos fueron dados a conocer al día siguiente en la prensa nacional. Fernando Chaviano, un fotógrafo aficionado que a la sazón pasaba por el lugar mientras se sucedía la profanación del monumento, tomó las dos únicas instantáneas que del acontecimiento se conservan. Las imágenes, como siempre, tienen un peso movilizador incomparable: Cuba entera hirvió durante esas jornadas, cuando el repudio a los norteamericanos, incluidos pacíficos turistas, y hasta el apedreamiento de la embajada estadounidense, ocurrido al día siguiente en medio de una protesta espontánea en sus inmediaciones, obligó a los representantes diplomáticos a apurar una disculpa.

Pero, ¿qué hace esta imagen en La Habana de 2016? ¿Por qué un lema como “Perdono, pero nunca olvido” la coloca sobre la tela del presente y recontextualiza su significado?

Este impreso no posee rúbrica; nadie se hace cargo explícito de su creación y difusión. También la calle 23 de Paseo a 12 aún exhibe unos cuantos intactos, casi siempre pegados contra el dorso de señales del tránsito o en postes del alumbrado público. Me he dedicado a buscarlo en otras áreas y apenas pude encontrar varios de ellos, casi todos ajados o cubiertos por avisos de conciertos de reggaetón o anuncios de permutas, en la Calzada de Infanta, en el trayecto que va de Zanja a San Lázaro.

De lo anterior se desprende que sus creadores y difusores quisieron hacerlo muy visible, emplazándolo en arterias céntricas de la capital. Como queda clara la intención de dialogar con las circunstancias especiales del nuevo momento histórico nacional. En un tiempo de distensión y acercamiento, “descongelamiento” dicen, con el vecino del norte, poner “pica en Flandes” parece una actitud revanchista.

El comentario, de paso, pone en evidencia la ausencia de consenso en torno a cómo asumir la nueva relación con el “enemigo histórico de la nación”. Mientras una zona nada despreciable de la sociedad abrazó el acercamiento con alivio y entusiasmo, otra emitió recelos casi de inmediato. Mientras la imaginación de la cultura popular comenzó a producir memes aprobatorios, la ciudad se llenó de banderas de barras y estrellas y nació un mutante caprichoso pero pícaro –nuevamente una imagen–, donde se unían dos significativos opuestos, bautizado como Mickey Valdés, otra área, sobre todo cercana al discurso del poder político, emitía reparos y advertencias.

¿Tiene que ver esta imagen con una campaña ideada para acentuar ese propósito?

Probablemente. Pero más que dedicarse a establecer las intenciones de fondo, prefiero observar mejor su sustento. La imagen del agravio a la imagen de José Martí se sembró profunda en la estructura del nacionalismo cubano. Porque significa, rápido y mal, una agresión a la Nación cubana. Cualquier cubano, viva donde viva y piense como piense, repudiaría el acto.

Pero a más de medio siglo del suceso, despojada de su significado contextual, de fechas, anecdotarios, circunstancias, queda la imagen. Una imagen que se lee como alegoría de una relación histórica entre desiguales, donde el poderoso mancilla al débil. Y el nacionalismo, sea usado para la exclusión del diferente o para acentuar la resistencia ante fuerzas externas a la voluntad de un grupo social compacto, opera, en términos generales, con altas cuotas de emoción.

Cuando el nacionalismo maniobra con imágenes así se guarnece en sus reivindicaciones. En Viet Nam tienen la foto de la niña desnuda quemada con napalm. En Panamá, las ruinas del genocidio de El Morrillo. En Okinawa, decenas de casos documentados de niñas y mujeres violadas. En Ecuador, una mancha negra en medio de la selva. Siempre se trata del reclamo del pequeño ante el grande. A menudo, de apelar a razones del pasado para acorazarse ante probables abusos futuros, sostenidos en un orden de cosas que justifica el recelo histórico.

“Perdono, pero nunca olvido”. Hay aquí una declaración que se opone a la amnesia. Una racionalidad serena y poderosa –porque hay que poseer una densidad humana y moral muy alta para perdonar tanto agravio sin caer en el rencor o en la predisposición vengativa– indica que absolver borrando el pasado sería irresponsable. La tensión en la Cuba actual hacia olvidar y perdonar o hacia evocar con énfasis, no podría jamás renunciar a esas imágenes, pues nos recuerdan la situación humillante que nos llevó de una cosa a otra, y nos trajo hasta aquí.

Porque el 13 de marzo de 1949, dos días después del escándalo del Parque Central, como medida para evitar otros incidentes, levaba anclas la flotilla de la marina estadounidense donde vinieran los marines beodos hasta La Habana. Con la partida, también se impedía que los comisores del delito fuesen juzgados por tribunales cubanos, como exigían las protestas. Días después se sabría la sanción contra Choinsgy: quince días sin salir del barreminas donde servía. O sea, dos semanas sin pase. Y a otra cosa, mariposa.

Pero el nacionalismo tiene pliegues imprevisibles. Un tiempo antes, he visto este otro cartel en Línea y 8:

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Esta imagen no viene acompañada de leyenda alguna. Contiene apenas un retrato muy conocido: el de Antonio Guiteras, sujeto extraño dentro de la tradición socialista, revolucionaria y antimperialista cubana. Guiteras es sobre todo conocido por ejercer el cargo de Secretario de Gobernación, Guerra y Marina del Gobierno de los Cien Días, a partir de septiembre de 1933. Pero en Cuba se habla casi nada de él. No se le celebra. Esta exhumación, sobre el dorso de la señal de parada del P1, el P5 y la 20, es cuando menos extraña.

La foto de Guiteras ha sido, como se verá, modificada. Trae un pañuelo cubriéndole el rostro, acaso reivindicando su fama de levantisco, de partidario de un “socialismo jacobino” (como lo califica Julio César Guanche), por elegir la opción violenta en más de una ocasión. O por esa conducta radical, que lo llevó a hacer en sus cien días en el gobierno más que mucha gente en años: institucionalizó los sindicatos, implantó el salario mínimo y la jornada diaria de ocho horas, el seguro y retiro obreros, así como repudió la deuda con el Chase National Bank, nacionalizó la Compañía Cubana de Electricidad y destituyó al norteamericano Thomas Chadbourne de la presidencia de la Corporación Exportadora Nacional de Azúcar, entre otras tantas medidas a favor de los intereses cubanos.

De manera que alguien trae al presente a un hombre entre cuyos legados, además de la opción nacionalista más profunda, está expulsar de su oficina al enviado de Estados Unidos de América y combatir en todos los sentidos el complejo de inferioridad colonial de los naturales del país.

Estos días la ciudad tiene carteles de toda clase. Desde el silencio, preguntan.

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