Bibliografía alienígena

Liu Zhi ¿Humanos evolucionados o civilización alienígena?

Liu Zhi ¿Humanos evolucionados o civilización alienígena?

Una imagen inquietante: Alejo Carpentier masturbándose al sol, junto a una piscina. No recuerdo mucho más de Diario (1951-1957) –donde la traducción de “masturbarse” es “borrachera de ser”–, pero la imagen me volvió ahora que supe que alguien está escribiendo una biografía no autorizada del narrador cubano.

Hay dos cosas interesantes en el gesto. La primera es la esperanza de un relato –como el desternillante “Carpentier, cubano a la cañona”, de Guillermo Cabrera Infante– sin misericordia hacia el biografiado. Porque, admitámoslo, la única biografía autorizada de Alejo Carpentier está escrita por él mismo. Carpentier según Carpentier es carne de póster. La segunda tiene que ver con la escasez o la necesidad de biografías así en el panorama editorial cubano: textos corrosivos, donde el protagonista se convierta en muñeco vudú y no en titán de bronce.

Es algo incómodo: Alejo Carpentier y José Lezama Lima –uno y otro víctimas de numerosos brindis patrióticos– dejan, como biografiados, de tener validez en tanto sujetos reales y se transforman en ficciones que alimentan nuestro imaginario. Mascotas de la empatía, la conveniencia y la política. Lezama, por ejemplo, se convierte en el tipo que hizo del Triunfo de la Revolución Cubana una versión local de El señor de los anillos: “La Revolución Cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados. El anillo caído en el estanque, como en las antiguas mitologías, ha sido reencontrado. El héroe entró en la ciudad”. Casi se pueden oír las mayúsculas. Carpentier se convierte en el “zar del libro” (recordemos que la imaginación popular suele corroborar que Alejo Carpentier fue director de la Imprenta Nacional –aunque su verdadero director fue Octavio Fernández–, y que vendió una edición cubana de El Quijote en 25 centavos. Casi Robin Hood. Pero ya sabemos que es un rumor –excepto por el precio de El Quijote–, Carpentier nunca estuvo al frente de la Imprenta Nacional, lo que verdaderamente dirigió, entre 1962 y 1966, fue la Editorial Nacional.)

Se sabe: en las escasas biografías cubanas es difícil golpearse la cara. Supongamos que usted está en Cuba y necesita una biografía de Lezama. Supongamos que necesita saber qué diablos sucedió con el autor de Paradiso después de que su “voto razonado” por un libro “ideológicamente contrario a nuestra Revolución” –así se lee en el prólogo de Fuera del Juego–, desencadenara una batalla épica en la Isla, y busca una semblanza de Lezama. Una cualquiera. Así que va a la maldita calle Obispo, donde está la “gran” librería del Instituto Cubano del Libro, la Fayad Jamís –por el camino hay tres o cuatro quioscos y portales con libros usados–, y hace el estúpido preguntando por una biografía de José Lezama Lima. Obviamente, nadie la tiene. Ningún local, del tipo que sea, tiene el condenado libro. Se trata de una bibliografía alienígena. A lo más, puede comprar unas ediciones horribles de libros parásitos: cosas del tipo Lezama sin pedir permiso. Libros forúnculos. Siempre cuesta abrirse paso entre una nube de autores vampiros que viven pendientes del cuello de los clásicos. Tal vez no lo crean, ya que por fuera parecen muy corrientes, pero lean una sola página de estos libros y presenciarán el milagro. Sus autores se vuelven memoriosos, adherentes, y a la vez capaces de recordar lo que sea y a quién sea. Es algo parecido a las historias con madres de mediana edad que levantan un camión cuando su hijo está atrapado debajo. La memoria les viene de algún lugar misterioso y, sea como sea, cuando hay cadáveres famosos en juego, estos escritores-rémoras se abren paso en la jungla intelectual sin ni siquiera despeinarse. En Cuba, alguien debe estar clonándolos.

Pero me desvío. Ni sombra de la biografía de Lezama. Y ya usted parece un zombi, caminando bajo el sol de biblia, como el resto de los que buscan libros en el desierto de La Habana. Todos nos estrellamos contra esas ausencias. Un país sin biografías. Solo hay radiografías, quiero decir, biografías de mártires. Triste, pero es verdad: para ser inmortal, primero hay que morirse por la causa. La cultura pop cubana está en el cementerio. Nuestros mártires son más librescos que cualquier narrador nacional. Y no hay que decirlo: son siempre homéricos, virtuosos, asexuales, en fin, muertos por dentro. Sí, las biografías made in Cuba amenazan con convertirse en hagiografías. Un chiste que habla de cómo el pasado se esfuma, desaparece, se convierte en un espejismo. En Amnesia. Nuestra historia se alarga y se encoge como una banda elástica.

Y mientras escribo esto, pienso en una entrevista que leí de Iván de la Nuez, a propósito de Iconocracia, una entrevista que resume, que puede hacerse cargo de toda la imaginación histórica en Cuba: “un año después del triunfo revolucionario”, comenta Iván de la Nuez, “Fidel Castro volvió a la Sierra Maestra y repitió fotos anteriores con poses, armas y ropas mucho más carismáticas y aseadas. Fue en los mismos sitios y prácticamente con las mismas actitudes. Algo así como una corrección de las fotos originales.” Optimizar el pasado. Mejorar nuestros pixeles. En términos prácticos e inmediatos, esto significaba mucho más flash. Como si el destino final de nuestro país no fuera nada más que un intento de lucir a la altura de sus propias fotos. Ya están avisados: el pasado cubano es algo resbaladizo y tentacular.

Y así, los preliminares históricos cubanos son rápidos: depilar, restregar, eliminar todo lo que sobresale como anomalía. La incorrección y la extravagancia desaparecen en la misma ola. Nuestros biografiados están envueltos en nubes de loción. Tal vez por eso los mejores biógrafos de Fidel no son cubanos. Comparar, por ejemplo, Todo el tiempo de los cedros, de Katiuska Blanco, con la biografía de Tad Szulc, Fidel: A Critical Portrait, es ver la letra pequeña de nuestra propia literatura nacional. (Y no quiero ni pensar en la biografía que está escribiendo Jon Lee Anderson.) Porque el biógrafo debe exhibirse al margen de todo, sin maquillar, como el abogado del diablo, que defiende y desmiente hasta la extenuación. Esa es su guerrilla.

Tal vez alguien deba poner un poco de LSD en el café de las editoriales cubanas.

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