Utopía de las cucarachas

Hay un modo kafkiano de ver el mundo y es hermoso.

Gregorio Samsa se levanta una mañana, se afeita su insípido rostro humano y se va a trabajar. Ese día, hace ya muchos años, Gregorio trabaja y después de almuerzo actualiza por última vez el mural. En la noche Gregorio se marcha para siempre y a la mañana siguiente amanece convertido en gusano (¿o en cucaracha?). Pero siempre, ya lo sabemos, es demasiado tiempo. Y Gregorio regresa un día y la gente –ingenuos lectores de Kafka- lo ve caminar por La Habana, como cualquiera, como antes. Nadie se pregunta cómo le habrán quedado el pecho y la barriga después de arrastrarse durante tanto tiempo.

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Una cucaracha ambarina vuela en una noche de verano desde el Cementerio de Colón hasta mi ventana (a cuatro pisos del suelo) atraída por la luz. Aquel es un triste cementerio y está a oscuras, o iluminado magramente por decrépitos focos amarillos, pero allí viven bien, alimentándose de cuerpos humanos, millones de cucarachas. De cualquier manera, esta se empeña y alza el vuelo y vuela y atraviesa mi ventana y me obliga a dejar el libro que estoy leyendo para perseguirla, chancleta en mano, hasta que chass. La mato. Entonces me calzo la chancleta y empujo con el pie el cadáver de la cucaracha inmigrante hasta la puerta de mi apartamento, le abro como si despidiera a una mujer, y la pateo escaleras abajo. Antes de girar la llave ya he pensado en algo que tal vez escuché en un documental de Discovery Channel: las cucarachas son las criaturas más exitosas del universo, sobrevivirían incluso al holocausto nuclear.

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David Foster Wallace recordaba que “la gracia de Kafka se basa en una especie de literalización radical de verdades que solemos tratar en forma de metáforas”. Así lo que ocurre en La metamorfosis, por ejemplo,es una metamorfosis real; o sea, en la ficción Gregorio Samsa se convierte realmente en un cucarachón (¿o en gusano?). Allí no hay alegoría. Es en nuestra mente donde le restituimos el valor metafórico, y por tanto humano, a la peripecia fantástica que cuenta Kafka.  El escritor desnuda en forma de llana e irreductible verdad literaria el miedo o la repulsión contenidos en nuestro inconsciente y expresados habitualmente como metáforas. Tenemos miedo a volvernos cucaracha (¿tú eres hombre o cucaracha?), o gusano, o lo que sea, y de pronto tenemos delante a un tal Gregorio a quien le ha ocurrido eso. Ante el espanto que provoca la lectura, nos apresuramos a tomar las palabras del pálido Franz en sentido figurado. Leemos entonces un mito sobre la alienación, terrible, pero que aún deja espacio para creernos superiores a los bichos, y así volvemos a salvarnos de nuestro propio inconsciente kafkiano.

A Kafka uno lo lee con una mueca en el rostro. Uno es una mueca indefinible cuando lee a Kafka. Porque hay un humor kafkiano que es exactamente lo mismo que la tragedia kafkiana. Nadie sabe si reír o llorar cuando ve a un gusano, lo que era casi literalmente un gusano (¿o una cucaracha?), convertirse en un hombre de verdad (no en mariposa, en hombre) mientras se baja de un Audi en su antiguo barrio de La Habana.  O cuando te dicen que ahora se puede desplegar las alas y volar lejos, y luego volver, sin temor a la metamorfosis, lo cual es una suerte y a la vez una tristeza por tanto tiempo y tanta gente perdidos. Uno se dice: pero es que si ya no hay metamorfosis posible este es el fin de la historia, de la historia tal como nos la contaron. La mutua anulación del humor y la tragedia no genera el drama, sino el absurdo.

Uno nunca sabe bien quién es la víctima de la fatalidad kafkiana. Es imposible determinar si quien más sufre es Gregorio Samsa el enclaustrado o Gregorio Samsa el que se marcha. Si Gregorio se convirtió realmente en cucaracha o gusano, o si fue la visión de los otros la que andaba mal y, por tanto, fueron ellos los condenados a ver un monstruo donde había un semejante. Nadie sabe a ciencia cierta dónde se está mejor o peor, en el Castillo o fuera del Castillo. Todos ignoran si la Ley es la salvación o un tormento incesante.

Hay otros modos de mirar, pero desde esta perspectiva el mundo luce hermosísimo, ¿no?

La lógica kafkiana nos revela ciclos como este: la cucaracha vive en la oscuridad de las tumbas, entre los muertos, y vuela hacia la luz, a cuatro pisos de altura, para morir aplastada contra el suelo por un ser humano vivo -y dizque lector de Kafka- que a su vez sucumbiría en una fracción de segundo abrasado por la demasiada luz de una bomba nuclear mientras la raza de las cucarachas sobrevive para gobernar al fin, a oscuras, el Cementerio de Colón, mi apartamento y el mundo entero.

-No me jodas Gregorio…, que al final vas a terminar siendo más persona que yo –diríase-.

Es hermoso enfocar el mundo con ojos kafkianos de vez en cuando. Pero, valga recordarlo, hay muchos otros modos de mirar. Contra todo pronóstico, antes y después de Kafka siempre hubo literatura.

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