Los deportes extremos son una atracción en todo el mundo. Escaladas, paracaidismo, surf en mares encrespados, acrobacias en azoteas de edificios y en cornisas que dan al vacío, de todo hacen las personas sobre patinetas, bicicletas o a pie, simplemente por la emoción de jugarse la vida.
En Cuba el deporte extremo más popular es la política. Se practica sin casco, sin red de salvación, sin protección para el alma ni para el cuerpo. La política no es para todos, el que se atreva con ella puede quedar sin fuerzas, sin ánimo, sin esperanza, sin alegría y con una mueca constante en la cara como si hubiera masticado una fruta podrida.
Pero la política, como todos los deportes extremos, es adictiva, cuando entras en ella como profesional o como amateur, es imposible dejarla antes de quebrarte algunos huesos.
Por suerte casi todos somos atletas no profesionales de la política, nos gusta, pero no sabemos cómo funciona, ni cuáles son las reglas ocultas de este juego que solo entendemos de forma superficial, porque las grandes ligas de esta modalidad extrema están cerradas a los mortales que tenemos vocación pero que no pasamos de parlotear en las esquinas y gesticular en los parques.
Así y todo, nos metemos a practicar el deporte extremo de la política, nos atrevemos con su libro de reglas, tratamos de entenderlo, escribimos cuartillas ingenuas sobre sus principios y destinos, aunque sabemos en lo más hondo de nuestros seres, que la verdad está oculta a nuestros ojos, que las decisiones políticas y que la política en sí misma es otra cosa, se rige por fuerzas que no están casi nunca en la ley.
Los que creemos que la política debe ser un deporte para todos y que no debe ser un deporte profesional, que debe estar en manos del pueblo y que este debe decidir a quién da su voto de confianza para que gobierne o interprete el papel de los que mandamos, no queremos que sea un deporte extremo sino un deporte placentero.
La política ha sido expropiada a los pueblos en todas partes y Cuba no es la excepción. Ni el Poder Popular ha podido poner la política sobre la mesa de comer a no ser como comidilla, en ningún caso como almuerzo suculento.
Hablo del ejercicio de imaginación, creación, diseño, control y supervisión de la política por el pueblo, no el simple ejercicio de hablar de los políticos y de apostar por los dirigentes como si fueran caballos en un hipódromo.
Por eso nos ha quedado solo la opción de la política como deporte extremo. Da lo mismo si usted es un contrincante bien entrenado o uno novato, el Estado te tratará como si fueras un púgil de peligro, en parte esa es una de las armas más efectivas de los productores de política, su monopolio y su convicción de que no hay enemigos pequeños.
Tenemos que tomar riesgos, primero será el ejercicio de opinar. Estos son los primeros pasos en el deporte, algunos entienden a estas alturas que es un deporte duro porque se reciben golpes demoledores solo por opinar. Otros esquivan los embates y pasan al segundo round.
Después de opinar queremos participar. Ya aquí el deporte extremo de la política se pone más serio. El poder no cree en buenas intenciones, solo ve intereses, influencias y alianzas y los practicantes de la política se han metido en una contienda que muchas veces los supera.
La adrenalina que remueve a los que se lanzan al mar desde acantilados es la misma que atrae al vacío a los que gustamos de la política. Lo que no entiende el poder y sus manejadores diversos es que los que tenemos esta vocación, no lo hacemos, la mayoría de las veces, porque queramos subrogarlos en sus dignidades sino por el hecho de formar parte de la planificación de nuestra vida presente y futura.
La política es un deporte extremo en Cuba. Parecía que iba a ser de los humildes, pero no hay un solo humilde tomando decisiones trascendentales en el país. En los próximos años Cuba debe pasar el reto del diálogo, del consenso, de la polémica, de las críticas, de la libertad de expresión respetuosa del resto de los derechos humanos, de la deliberación y la renovación de la vida asamblearia.
Debemos pasar como país el reto de la confianza en nuestra gente, el de creer que podemos dar un ejemplo mundial de reconciliación entre cubanos y cubanas de todas las latitudes. La política es una vía para el acercamiento, para la práctica del perdón y de la responsabilidad.
Cuando practiquemos la política como quien pasea a los hijos los domingos y no como quien hace un deporte extremo, será más fácil la comprensión de la necesidad del pluralismo, de la alternancia política y de la legalidad como elementos civilizatorios.
Nuestros dirigentes creen que ellos solos tienen el derecho a opinar y a estar informados y que el pueblo debe limitarse a aceptar lo que nos dice y lo más importante, lo que no se nos dice. No se ha dicho por ejemplo cuánto alcanzó la última zafra y las razones por las que no se cumplió, ni los resultados de la eco del primer semestre, ni tantas otras cosas de las que tenemos derecho a estar informados. Se piensa que la unanimidad que se logra en la Asamblea Nacional, refleja la inanimidad y falta de criterios de la población. Es una equivocación muy grave.
Genial, ojalá la política se ponga a la altura de los deportes y sin dopaje.
Bravo por el articulo!
Mientras que la honestidad, gubernamental y ciudadana materializadas en actos más que en palabras, no sustituyan en Cuba a la doble moral, que hace rato sustituyó a la pelota como deporte nacional, nada se logrará