Con la mano pa’rriba

Miami tiene que sentirse agradecida de sus reguetoneros, debería cuidarlos, protegerlos...

Foto: Pxhere,

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Miami tiene ya su propia música, y no como producto del legado aborigen (que al parecer no era muy dado al género) ni de la presencia española o francesa, ni de los africanos que estos trajeron como mano de obra esclava ni de los chinos que siempre han estado en todas partes. Son muchos los géneros que han transitado por esta tierra de inmigrantes, desde el gospel y el jazz hasta el son tradicional, la salsa o la timba moderna, el merengue y la cumbia, el rock, el pop, de todo. Es la tierra que se estremeció con la “Conga” de Miami Sound Machine, el grito de “¡Azúcar!” de la gran Celia Cruz o los revolucionarios acordes que bajaban desde Fort Lauderdale en el bajo de Jaco Pastorius con Weather Report.

Miami atesora hoy la confluencia de todos los estilos y géneros musicales, su sonoridad es tan amplia como su constitución étnica. Pero, contrario a lo que pudiera pensarse, no ha optado precisamente por el mejor de ellos: la música de Miami hoy es el reguetón.

No le viene nada mal. Miami y el reguetón tienen en común muchas más cosas de las que se imaginan. ¿Qué es el reguetón? Algo ligero, caliente, con ritmo y sin un contenido muy profundo ¿Y qué cosa es Miami? Qué casualidad, eso mismo. Es por ello que el reguetón se ha colado por todas las esquinas de la ciudad, no sólo en la radio y la televisión, sino también en los restaurantes, los bares, las fiestas de los amigos y a veces hasta en las propias sin que uno se lo proponga.

No importa por dónde vayas, da igual el barrio o la zona, en Miami siempre te tocará escuchar un par de veces al día, más cerca o más lejos, algún tema del género.

Pero no hay que verlo como algo apocalíptico, el reguetón también puede ofrecer ciertas ventajas. En una ciudad donde se invierte tanto tiempo manejando, es probable que el reguetón contribuya a disminuir los accidentes del tránsito, porque si usted va escuchando, por ejemplo, un tema que diga “…que tardé en aprender a olvidarla diecinueve días y quinientas noches” en lo que empieza a dividir diecinueve entre quinientos (bajo el cero, llevo uno) le destruye en carro al que va delante, cosa que no pasaría si escuchara algo tan sencillo como “la mano pa’ arriba” o “la mano pa’ abajo”, donde no hay que estar pensando en nada que no sea manejar.

Otra ventaja es que el reguetón ha roto la distancia entre el artista y su público. Con otros géneros usted puede conocer la obra pero no la vida de su cantante favorito. Con el reguetón es diferente, lo que se conoce es la vida, el día a día literalmente, porque cada paso que da un reguetonero es grabado y subido al momento a las redes; incluso es probable que de la obra no se sepa nada, porque casi ningún reguetonero sube un video cantando (¿sentido común?), pero todos te informan con quién están en bronca, a quién le tumbaron la novia, quién le robó un tema a quién. Se hacen sentir otro más de la familia, al punto de que cuando uno los ve en esos videos caminando por la calle y lanzando improperios mientras se graban con el celular, uno hasta llega a preocuparse de que vayan a tropezar y caerse o a chocar con alguna señal del tránsito.

Hemos sido forzados a identificarnos con este mundo y de pronto uno se sorprende tarareando un estribillo que odiaba hasta hace poco, o creyendo que, dentro del género, hay algunos que lo hacen bien, como si nos dijeran “tómate este veneno, que no mata” y pienso que la ciudad a lo mejor pudiera proponerse ser la primera en el mundo en tener un himno que la identifique con un género musical más moderno y menos solemne, que en definitiva es lo que está flotando en el aire todo el tiempo.

Sea como fuere, Miami tiene que sentirse agradecida de sus reguetoneros, debería cuidarlos, protegerlos, mantenerlos apartados quizás en una reserva donde nadie los moleste, porque el reguetón ya forma parte del patrimonio (por suerte intangible) de esta ciudad. Es por eso que deberíamos, aunque sea con la mano pa’ arriba, o con la mano pa’ abajo, con la mano pa’ la derecha o pa’ la izquierda, darle al reguetón el aplauso que se merece: cortico, con ritmo, sonoro y que se parezca a todos los demás aplausos.

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