Desde la Segunda Guerra Mundial no se ponía a prueba, al menos de manera global, la sensatez del hombre. El coronavirus llegó para removerlo todo de una manera irreversible.
Cambió la percepción de riesgo. No somos infalibles y nos toca a todos, sin importar quién eres, dónde vives o qué tienes.
Cambió además la manera de socializar. El encierro nos provoca comportamientos diferentes y maneras insólitas de relacionarnos con el medio exterior.
Cambió la manera de consumir noticias. Estamos entendiendo de una vez que los medios informan y desinforman a partes iguales y que las redes sociales son un caos al que también le debemos una vacuna.
Cambió el concepto de héroes. Afortunadamente ya nuestros hijos aplauden más a los médicos que a sus estrellas ricas del fútbol.
Cambió la fórmula del análisis social. Confirmamos que la estupidez humana es incalculable y que debemos tomar distancia de enfermos globales como Donald Trump.
Cambió la perspectiva sobre creencias ancestrales. La religión definitivamente no cura enfermedades, la economía es sostenida por los trabajadores y no por las empresas que los explotan y más fuerte que los ejércitos son las sociedades unidas.
La cuarentena tiene que servirnos para pensar en todos estos cambios que ocurren en nuestras mentes, aunque ya eran realidades milenarias que enfermaban al planeta.
Tomarnos un té de jengibre, sugieren los asiáticos, y pensar en todo lo que nos condujo a este estado de alarma e histeria mundial.
A veces es imposible hacer ese ejercicio cuando el telediario te cuenta, con la dramaturgia exacta de una telenovela, que el Palacio de Hielo de Madrid, donde hace tres semanas los turistas patinaban felices, ahora es un almacén de cadáveres sin nombres que esperan su turno de incineración. O cuando la televisión italiana nos narra la idea innovadora de llevar un tablet a los ancianos que van a morir para que den el último adiós a sus seres queridos, porque están obligados a estar solos en su lecho de muerte.
Y de esas noticias, que traen una cortina musical de triunfo por debajo, pasamos a otras peores que enaltecen la caridad de los multimillonarios que nos donan guantes y mascarillas, o la de ciertos artistas que ofrecen sus conciertos gratis para que olvidemos que esconden sus fortunas en paraísos fiscales y evaden impuestos que hoy servirían para comprar más ventiladores en las terapias colapsadas de los hospitales.
El coronavirus, señores, es una pandemia, como también lo son hace mucho tiempo la corrupción, la hipocresía, la desigualdad, las guerras, el hambre y la idiotez.
Todas esas enfermedades han sido vomitadas, ya no tosidas, sobre el mundo y han muerto por ellas millones de personas.
Pero el poder del capital, las bolsas y sus tentáculos mediáticos han decidido, por unanimidad, que el Covid-19 es el culpable del fin del mundo y el responsable de todos los desmanes que ellos mismos han creado para su lucro y beneficio.
A esta hora, para fortuna de la especie humana, hay científicos desvelados por una vacuna. Hay médicos contagiados que lo han dado todo por salvar vidas y otros que no duermen porque saben que esos que aplauden allá afuera, noche tras noche en España, creen en ellos más que en los dioses, los reyes, los gobiernos y los profetas del apocalipsis.
Hay también médicos de una pequeña isla pobre llamada Cuba que son aplaudidos allí donde las grandes potencias actúan con indiferencia.
Hay fotos que recorren las redes a la misma velocidad del virus, de gente heroica que lo enfrenta, gente humilde y sensible, gente que hace que sea más humana la humanidad.
Hay miles, pero me quedo con la imagen de una enfermera cubana que sostiene un cartel con un mensaje a sus semejantes: «¿Quieren saber cómo se siente un profesional de la salud durante la pandemia? ¿Recuerdan la película Titanic cuando el barco se hundía y la banda seguía tocando? Esos somos nosotros».
Que no cunda el pánico, en proporción tendremos más suerte que los del Titanic. Pero nos dolerán toda la vida los que pierdan esta pelea.
Vamos a ovacionar y a aplaudir en todas partes del planeta a quienes les están poniendo música de verdad a la vida.
Para abuchear a los que lo han hecho mal y pedir cuentas ya tendremos tiempo. Mientras, recuerda que la vacuna de hoy eres tú mismo, quedándote en casa, amando a los tuyos. Pero antes de cerrar la puerta deja afuera los zapatos, el miedo y la mala vibra.
En Cuba, mi país, el presidente ordenó numerosas medidas, pero hizo una sola promesa al pueblo y tiene que cumplirse: «Volveremos a abrazarnos».
*Este texto fue publicado originalmente en la cuenta de Facebook del autor. Se reproduce con su consentimiento.
Agradesco todo que hacen por nosotros! CUIDENSE!!
Genial articulo y reflexion , admiración y respeto para el señor Felix