Los orígenes del concepto afrocubano/a, según el bibliógrafo Tomás Fernández Robaina, fueron situados por Fernando Ortiz Fernández en 1847. Apoyado en datos ofrecidos por González del Valle, asegura que el referido vocablo fue utilizado inicialmente por Antonio de Veitía(1). Sin embargo, no existen elementos confirmatorios que certifiquen el uso social del término por estos especialistas en el siglo XIX. El propio Ortiz lo utilizó en su período pionero de publicaciones para referirse a las prácticas culturales de las personas esclavizadas provenientes de África.
En esta etapa, las investigaciones del sabio cubano estuvieron notoriamente influenciadas por la antropología criminológica italiana. Dicha corriente consideraba a las/os negras/os como sujetos inferiores, debido a la dimensión de su circunferencia craneal(2). Acorde a los preceptos del positivismo lombrosiano, el tamaño del cráneo determinaba la capacidad intelectiva de las “razas”.
A tenor con ello, se establecía una clasificación arbitraria que acudía a la racialización para certificar los postulados de superioridad de unos grupos humanos, bajo instrumentos de discriminación empíricos carentes de sustento científico. Tales presupuestos gozaron de popularidad en circuitos de la intelectualidad europea a inicios del siglo XX, a pesar de ser refutados desde el XIX por el antropólogo haitiano Antènor Firmin (3).
Durante esa época, la antropología criminológica sirvió de herramienta ideológica a las prácticas de colonización. Sus razonamientos carentes de objetividad estaban motivados esencialmente por razones de legitimación cultural y sus metodologías resultaron adoptadas por los nacional-socialistas alemanes durante las décadas de veinte y treinta del pasado siglo para sostener sus teorías de “superioridad racial“.
La obra de Fernando Ortiz declarada Patrimonio Cultural de Cuba
Según los postulados de esa corriente, la existencia de las personas negras reproducía prácticas “atávicas” que las compulsaba a cometer hechos delincuenciales. Se establecía así una relación estereotipada que definía un sesgo criminal en los individuos de tez oscura, sumado a una narrativa que entendía al catolicismo occidental y la cultura europea como “paradigmas de la civilización y las buenas costumbres“.
De acuerdo a tales fundamentos, las tradiciones afrocubanas fueron consideradas como actos de “hechicería“, “brujería“ y “paganismo“, al subvalorar su importancia como manifestaciones de resistencia espiritual y cultural ante los efectos de la dominación europea. Dichos enunciados se pueden percibir en los textos de Fernando Ortiz entre 1906-1939.
Las ideas del “tercer descubridor de Cuba“ —calificación concedida por el escritor Juan Marinello—, eran coincidentes con los preceptos de un ideal republicano hegemónicamente blanco, que en su diseño pretendía condenar al ostracismo a las prácticas y tradiciones no occidentales. En esa intención mediaría asimismo la influencia que para entonces marcaba la penetración estadounidense en la isla.
Los exponentes afrocubanos durante los años veinte
A partir de 1927 se inicia la sección “Ideales de una Raza“ en el Diario de la Marina. La misma fue fomentada por el periodista Gustavo E. Urrutia Quirós, que propició con ella uno de los procesos de socialización de la cultura afrocubana más encomiables del período, al contar con la participación de figuras como: Regino Boti, Lino D´ou, Ramón Vasconcelos, José Armando Plá, Juan Gualberto Gómez y Nicolás Guillén, cuya confluencia permitió el abordaje de problemáticas sociales y fenómenos relegados respecto a los sectores marginalizados.
En esta etapa se produce una re-semantización del término “afrocubano/a“, asumido como expresión de orgullo entre las/os negras/os, cuya intención pretendía alejar al precepto del matiz peyorativo con que fuera concebido a inicios de siglo. Desde la sección “Ideales de una Raza” se fomentó el estudio de las prácticas afrodescendientes, evitando que fueran subsumidas por los intereses eugenésicos de las élites.
En tal sentido, el órgano Estudios Afrocubanos (1937-1945), junto a las revistas Bimestre Cubana, Adelante (1936-1940) y Archivos del Folklore Cubano (1924-1930), desarrollaron un destacado papel en la aglutinación de figuras comprometidas con el análisis de un legado histórico-cultural que había sido proscrito por la academia canónica y el poder político.
Desde la década del veinte, no fueron pocos los que se opusieron al empleo del concepto “afrocubano/a“ en alusión al color de piel, bajo argumentos defensivos de la “unidad nacional“. Esta visión fue propugnada por destacados exponentes del nacionalismo negro como: Juan Gualberto Gómez, Martin Morúa Delgado y Sixto Gastón Agüero, quienes afirmaban que la identidad racial no debería superponerse al sentimiento patriótico.
Ello generaba un rechazo del término a nivel social. La trampa de este presupuesto consistía, y aún radica, en la omisión de los factores que definen las desigualdades por color de piel, lo cual provoca que algunos disfruten de privilegios y superioridad económica, mientras que los estratos precarizados, entre los que existe una sobrerrepresentación de personas negras, padecen las consecuencias orgánicas de la preterición social.
Los descendientes de africanos padecieron los efectos de la segregación durante la denominada “primera república“. Cuando decidieron quebrar los resortes excluyentes del modelo liberal, resultaron brutalmente masacrados en 1912 por sus antiguos compañeros de lucha contra el colonialismo español. Este hecho, refuta la táctica política de subordinar la causa libertaria hacia un propósito común, pues detrás de esa estrategia persisten dispositivos reproductores de patrones opresivos sobre sectores sociales.
El activista antirracista y expresidente de la Federación de Sociedades Negras, Juan René Betancourt, no tuvo reparos en oponerse a esa visión forzosa de la nacionalidad que pretendía la integración sin atender las variables sistémicas que marcan las desigualdades y desventajas estructurales. Por tal razón, fue un crítico de las teorías integracionistas esgrimidas desde posiciones de privilegio, enteramente funcionales al orden burgués excluyente de los subalternos.
En sus postulados es posible percibir una crítica radical contra los planteamientos del Partido Socialista Popular (PSP), que subordinaban sus análisis a los designios del movimiento comunista internacional y acorde a los preceptos marxistas de la época, que entendían la cuestión racial supeditada a la “lucha de clases“. Esta tradición de pensamiento durante la vigésima centuria le imposibilitó a los partidos comunistas obtener mayor arraigo popular y generó que reconocidas figuras de esa militancia política, decidieran abogar por el panafricanismo ante las incomprensiones del campo anticapitalista mundial.
El concepto “afrocubano/a“ posterior al triunfo revolucionario
Con el triunfo revolucionario de 1959, la retórica discursiva de la dirigencia manifestó su compromiso de combatir las múltiples expresiones de racismo que tuvieran lugar en el país. Así lo declaró Fidel Castro en varios discursos hasta la Segunda Declaración de La Habana en 1961, siendo este el momento simbólico que marcó el inicio de un largo período de silencio sobre la temática en su tratamiento público.
Desde su llegada al poder, el liderazgo político implementó un conjunto de medidas que prohibían la segregación, al tiempo que propiciaban el acceso de las capas populares a bienes, servicios y derechos otrora reservados para la población blanca y adinerada. De igual forma, se evidenció una masiva participación de los estratos humildes en las tareas socioeconómicas, y, en consecuencia, un mejoramiento en sus indicadores sociales de vida.
Esta voluntad quedó igualmente manifiesta en la circulación de publicaciones militantes cargadas de subjetivismo triunfalista, como fueron los análisis de José Felipe Carneado y Pedro Serviat en sus respectivos trabajos La discriminación a Cuba no volverá jamás (1961), y El problema negro en Cuba y su solución definitiva (1986), que daban por sentada la superación del flagelo. En ellos se aprecia el abordaje del fenómeno como un asunto del pasado, alimentado por el imaginario oficial que lo consideraba erradicado de la isla.
De igual modo, la sovietización del espacio geopolítico cubano condujo a que el problema fuera subestimado, al entenderlo como un “vestigio heredado del viejo régimen capitalista-neocolonial“, que desaparecería con el modelo “socialista“ instaurado, cuyo liderazgo aseguraba el establecimiento de un período de tránsito hacia la abolición de las clases sociales en Cuba.
El predominio de un marxismo esencialista/colonial, que consideraba a las manifestaciones afrocubanas cual expresiones folklóricas destinadas a desaparecer con el “mejoramiento del nivel intelectual de las/os cubanas/os“; relegaba la comprensión de tales prácticas y su importancia para el pueblo. Ello empeoraba la estrategia de silencio sobre el tema para evitar su tratamiento, con el propósito instrumental de sostener la “unidad nacional“ (devenida homogeneidad) ante la amenaza político-cultural estadounidense.
Las razones anteriores provocaron que la temática quedara vetada en los espacios científico-sociales. Mientras los problemas estructurales, dadas las diferencias socioeconómicas por color de piel al interior de la sociedad cubana, fueron subsumidas por las políticas igualitarias del Gobierno, cuyo tratamiento institucional/estadocéntrico reprodujo las tácticas del colonialismo interno. Como resultado, cualquier intento autónomo de auto-organización en reclamo de las demandas emancipatorias de dicho grupo social, fue cooptada y subordinada a una praxis gubernamental centralizadora, verticalista y autoritaria.
El período transcurrido entre 1961-1989 se puede calificar de retroceso en cuanto a los estudios afrocubanos, debido a la política de Estado que archivó la temática, la censura religiosa que imposibilitó la entrada de practicantes de creencias de origen africano a las filas del PCC y el predominio de una bibliografía académica que, bajo los fundamentos del marxismo-leninismo, reprobaba tales expresiones por apartarse del “ateísmo científico“.
La agudización de las inequidades durante el Período Especial, produjo una emergencia del racismo, catalizado por la instauración de relaciones sociales de producción neo-capitalistas, que ocasionaron el empobrecimiento de la población negra, la cual pasó a ocupar los peores espacios de remuneración en el mercado laboral. Esta realidad, sumada a una crisis de paradigmas, incentivó a los investigadores, intelectuales y académicos a profundizar en dichos estudios.
Dicho escenario ha favorecido la emergencia de autores que defienden el concepto afrocubano/a, entre cuyos exponentes resaltan Alberto Abreu Arcia, Roberto Zurbano Torres(4), Maikel Pons Giralt, Alejandro Leonardo Fernández Calderón, y Zuleica Margarita Romay Guerra, entre otros que han reflexionado sobre su empleo como herramienta comunicativa para reivindicar las tradiciones ancestrales que encuentran sus raíces en el denominado “continente negro“, a la vez que potencia el orgullo y la identidad racial en dicha colectividad. Sin embargo, su utilización ha encontrado detractores en el campo de las negritudes como Esteban Morales Domínguez(5), Rodolfo Rensoli Medina, Ana Cairo Ballester(6), y Gisela Arandia Covarrubias, que argumentan una importación acrítica desde los Estados Unidos, así como la existencia de un solo etnos en el estado-nación cubano.
Tales posturas, a la vez que señalan las naturales diferencias sociales y culturales entre ambos territorios, además de obviar el tratamiento histórico concedido por diversos exponentes de la cultura nacional como Rómulo Lachatañeré, Fernando Ortiz o Lydia Cabrera, soslayan las luchas de las afrodescendencias y sus demandas en los colectivos de Abya Yala, autoindetificadas como afroecuatorianos, afromexicanos, afrobrasileños, etc., cuyo legado y disputas históricas han sido cartografiadas por el sociólogo Agustín Laó-Montes desde un novedoso acercamiento decolonial, enriquecido por las visiones contra-hegemónicas de voces comprometidas con la justicia de los «pueblos sin historia» en ese amplio espectro reconocido como Afroamérica.
Igualmente, resulta imprescindible destacar el esfuerzo que las mujeres negras han librado en la reivindicación del concepto afrocubana(s). Desde el activismo y el pensamiento feminista han sido resaltadas múltiples estrategias de resistencia que se remontan a la época colonial, mediante la visibilización de acciones contra el racismo en las páginas periodísticas, organizaciones autónomas o el propio campo político; cuyo trayecto está marcado a su vez por una fuerte tradición de lucha ante los desafíos de la dominación patriarcal, potenciada con una postura antidiscriminatoria ante una sociedad que entendía la blanquitud como referente de representación universal.
En esta labor han sido fundamentales los esfuerzos de mujeres negras como: Daysi Rubiera Castillo, Inés María Martiatu, Gloria García Rodríguez, Georgina Herrera Cárdenas, Rosa Campoalegre Septien, Oilda Hevia Lanier, Alina Herrera Fuentes, Sandra Álvarez Ramírez, entre otras que, desde diversos campos del saber han contribuido a quebrar la supremacía que gozan los hombres en las narrativas establecidas por las genealogías históricas. En tal sentido, resultan también encomiables los aportes de académicas como: María del Carmen Barcia Zequeira, Mayra Espina Prieto, Miriam Herrera Jerez y Lázara Menéndez Vázquez.
Todos los esfuerzos mencionados han servido para la articulación de nuevas organizaciones, movimientos y alianzas antirracistas que han logrado resemantizar el concepto de afrocubano(a)/afrocubanía y potenciar el surgimiento de proyectos cuyo accionar se enfoca fundamentalmente en la visibilización del fenómeno racial bajo nuevos preceptos de asimilación social. Ahora, apartados de conservadurismos políticos y académicos, al tiempo que enriquecen el panorama sociocultural de la Isla en torno a la temática, con sus numerosas contribuciones especializadas mediante su abordaje en diversas esferas.
El renacer del asociativismo independiente facilita el enfrentamiento a las múltiples manifestaciones de racismo en el espacio público y sociodigital. Permite también la gestión en torno a redes de ayuda mutua, la configuración de alternativas intelectuales que potencien el papel de las/os afrocubanas/os y la proyección de nuevas propuestas de reparación racial, hasta tanto se materialicen sus anhelos de equidad y justicia social que consoliden la integridad de la nación.
Para que el color no sea más que una marca epidérmica entre lazos afectivos de hermandad solidaria, mediante la configuración de un orden económico basado en relaciones sociales de cooperación, al punto que deje sin sentido ético-racional toda idea o proyecto discriminatorio, que aluda a la pigmentación cutánea como rasgo diferenciador entre las relaciones humanas.
Notas
(1) Tomás Fernández Robaina: El término ‘afrocubano’: una contribución olvidada de Fernando Ortiz, pp. 73-102, en Identidad afrocubana, cultura y nacionalidad. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2019.
(2) Cesare Lombroso: L`Uomo biano e l´uomo di colore, letture sull´origine e la variete delle raza umane, Padova, Tip. Editrice F. Sacchetto, 1871.
(3) Antenor Firmin: Igualdad de las razas humanas: antropología positiva, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.
(4) Entrevista personal realizada a Roberto Zurbano Torres el 17 de marzo de 2019.
(5) Entrevista personal realizada a Esteban Morales Domínguez el 12 de noviembre de 2019.
(6) Ana Cairo: El tema negro en la literatura cubana en los años 90, pp.46-78, en Denia García Ronda: Presencia negra en la cultura cubana, Ediciones Sensemayá, La Habana, 2015.