A fines de los años ochenta del siglo XIX el inmigrante escocés Hugh Macfarlane (1851-1935) compró doscientos acres de tierra al oeste del río Hillsborough, Tampa. Poco después, en 1892, decidió mover esos terrenos pantanosos, atestados de cocodrilos y otras alimañas incómodas, y empezar un nuevo emprendimiento para competir con Ybor City, localidad erigida en 1886 por el hombre de negocios valenciano Vicente Martínez Ybor (1818-1896). El objetivo: edificar otra ciudad para producir habanos, tanto para el mercado interno como para la exportación.
Un primer intento fructificó con la fábrica de los hermanos Manuel y Fernando J. del Pino, en la que se enrolló el primer tabaco el 15 de julio de 1892. Pero el proyecto naufragó por varias razones. La primera, los problemas de transporte para trasladar la mano de obra de Ybor City a la factoría; la segunda, la insuficiente disponibilidad de viviendas para torcedores, empleados varios y sus familias. Corrigiendo el tiro, el año siguiente Hugh Macfarlane, un hombre bien decidido, junto a otros inversionistas hizo construir un puente levadizo sobre el río Hillsborough. Y una línea de tranvía.
En un segundo momento entró al juego la O’Halloran Cigar Company, propiedad de los hermanos habaneros Blas, Estanislao e Ignacio O’Halloran que, como el propio del Pino y Co., Martínez Ybor y otros, durante la Guerra de los Diez Años se habían movido a Key West para seguir produciendo el bello habano ante una economía arruinada por el conflicto y la tea.
Los O’ Halloran vinieron a West Tampa estimulados por el propio Macfarlane, pero también por el éxito comercial de Ybor City, inaugurada seis años antes. Se pudo entonces comenzar a implementar con éxito el sueño de aquel fundador, pero hubo que construir y rentar viviendas a precios módicos a los trabajadores después de abonar un modesto downpayment o pago inicial, la mejor estrategia que en el mundo ha sido para atraer mano de obra.
En su afán por destacar la labor de los pioneros y sus individualidades, la narrativa histórica convencional frecuentemente ha soslayado las bases que posibilitaron esos nuevos desarrollos, no sin las correspondientes masacres de cocodrilos e impactos medioambientales de los que apenas se habla. Entre aquellas cabría anotar ahora, en específico, dos: la existencia de un ferrocarril conectando el territorio tampeño con la Unión (el South Florida Railroad, de Henry Plant [1883-1884]) y una excelente bahía crecientemente modernizada para el libre movimiento de mercancías y personas.
Evidentemente, sin ambos hubiera sido imposible pasar de ser una zona árida en lo económico y hábitat hostil a uno de los clásicos boom towns de aquellos Estados Unidos decimonónicos. Solo tres años después de la primera tentativa, había en West Tampa 30 factorías y 3 5000 residentes, la segunda comunidad hispana más grande del estado. Y en 1900 llegó a albergar más habitantes que Tallahassee, la capital de la Florida.
Resultaría tal vez redundante abundar sobre el impacto cubano en esa hispanidad al tratarse de un territorio cuya actividad económica fundamental fue –desde el principio y durante largo tiempo– la producción de tabacos. Una ojeada a las estadísticas migratorias oficiales permite establecer que el incremento de la inmigración cubana entre 1886 y 1890 –16 027 personas–, se relaciona en gran medida con las oportunidades de empleo en esos hasta entonces inhóspitos parajes. En West Tampa podía observarse sin esfuerzo alguno lo anotado alguna vez por Carlos M. Trelles a propósito de Ybor: “El que pase por la Séptima Avenida o la Calle 14 no va a creer que está en los Estados Unidos. Es tan grande la cantidad de cubanos que uno conoce, y tantos los establecimientos comerciales que uno ve, que todos los carteles están solamente en español”.
Pero al margen de ese predominio fundacional, West Tampa es también un resultado de confluencias e integraciones. Españoles, italianos, irlandeses y alemanes dejaron una huella indeleble en su psiquis e identidad. No hay que olvidarlo en un momento en el que a la palabra inmigrante le han querido insuflar un sentido de estigma. Por alguna razón aquel pionero de origen escocés, también un hombre sabio, pudo afirmar en 1925:
Hemos transformado este pantano en un centro resonante, animado y próspero. Ha habido dos ciudades durante treinta años, pero siempre la intención ha sido una. Y, sobre todo, necesitamos agradecérselo a los tabaqueros, porque han sido quienes lo hicieron posible.