Hacia los años 90 del siglo XIX el fervor patriótico era muy alto en la comunidad cubana de Tampa. Los viajes de José Martí y sus encuentros con patriotas, activistas y tabaqueros contribuyeron a mantener viva la llama de la independencia.
Llegó por primera vez a Ybor City cinco años después de fundada, el 25 de noviembre de 1891. Y al día siguiente tuvo su bautismo local al pronunciar en el Liceo de Tampa “Con todos y para el bien de todos”, un programa de unión y a la vez de futuridad.
Allí se refirió a los torcedores: “este pueblo culto, con la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan”. Y les habló desde su pensamiento más íntimo, antes volcado en cartas a confidentes: “este pueblo de amor que han levantado cara a cara del dueño codicioso que nos acecha y nos divide”. Lo mismo, pero en otros códigos, que escribiera a inicios de ese mismo año en un ensayo seminal, publicado originalmente en El Partido Liberal de México, donde aludía a “los gigantes que llevan siete leguas en las botas”.
El Liceo fue para él arrebato, estrella y paloma: “Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma en mi corazón” […]. Y más adelante, volvió: “Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros”.
Dicen que a partir de ese momento los tabaqueros de Ybor City y West Tampa empezaron a aportar un día de haber para el proyecto de Cuba Libre. Lo nombraron “el Día de la Patria”. Fernando Figueredo, contador de la factoría de los hermanos O’Halloran y luego primer alcalde de West Tampa (1895), asegura que hacia mediados de la década las recaudaciones de los tabaqueros, incluyendo a los de Key West, llegaron a alcanzar la cifra de 30,000/50,000 dólares mensuales. Se utilizarían, entre otras cosas, para financiar el Plan de la Fernandina, cuyos tres vapores fueron al final decomisados por las autoridades debido a una delación.
El alcance de ese fervor lo sabían muy bien los que trataron de asesinarlo en Ybor City en diciembre de 1892 utilizando a dos compatriotas, uno blanco y otro mulato, supuestos ayudantes suyos que le pusieron veneno en una copa de vino de Mariani. Después de un primer y único sorbo, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano sintió algo raro y mandó a buscar de inmediato al doctor Miguel Barbosa, quien le practicó un lavado estomacal, pero el atentado dejó secuelas en un cuerpo de suyo afectado por un vieja enfermedad –la sarcoidosis–, un tumor testicular y frecuentes episodios de broncolaringitis. Y por aquella úlcera en el tobillo, que no cedió nunca. “Mi estómago no soporta aún alimento, al cabo de un mes” –le escribiría a Serafín Sánchez desde Nueva York.
Cuentan también que uno de los traidores se presentó a los dos días en la casa donde Martí se recuperaba, la de Ruperto y Paulina Pedroso, matrimonio de tabaqueros negros radicados en Ybor después de haber torcido en el Cayo. Viéndolo, Ruperto quiso actuar, pero Martí no lo dejó. Tirándole el brazo por encima, lo condujo a su aposento. Después de despedirlo, le dijo a su anfitrión, que hacía guardia para cuidarlo: “Ese será uno de los que habrá de disparar en Cuba los primeros tiros”. En efecto, Valentín Córdoba (1868-1949), natural de Matanzas, se enroló en una expedición y terminaría la Guerra Grande con los grados de comandante. Con el otro ocurrió algo parecido.
Algunos historiadores estiman que Martí estuvo en Tampa alrededor de veinte veces en unos tres años, bien de manera directa o de paso. Su estancia de 1893 quedó documentada en una famosa foto que tomó José María Aguirre en la escalera de la factoría de habanos Ybor-Manrara, según algunos por entonces la más grande del mundo. Allí aparece en el centro, junto a Serafín Sánchez, José Dolores Poyo, Eligio Carbonell y los tabaqueros, parte de esos pobres de la tierra con los que tanto se había identificado en un libro de versos publicado en 1891.
Nada entonces más natural que tomar la decisión de enviar a Tampa la orden de alzamiento para Juan Gualberto Gómez, redactada por Martí en la casa de Gonzalo de Quesada:
En vista de la situación propicia y ordenada de los elementos revolucionarios de Cuba, –de la demanda perentoria de algunos de ellos, y el aviso reiterado de peligro de la mayoría de ellos, –y de las medidas tomadas por el exterior para su concurrencia inmediata y ayuda suficiente: –y luego de pesar los detalles todos de la situación, a fin de no provocar por una parte con esperanzas engañosas o ánimo débil una rebelión que después fuera abandonada o mal servida, ni contribuir por la otra con resoluciones tardías a la explosión desordenada de la rebelión inevitable, los que suscriben, en representación el uno del Partido Revolucionario Cubano, y el otro con autoridad y poder expresos del General en jefe electo, General Máximo Gómez, para acordar y comunicar en su nombre desde New York todas las medidas necesarias, de cuyo poder y autoridad da fe el Comandante Enrique Collazo, que también suscribe, -acuerdan comunicar a Vd. las resoluciones siguientes:
I.-Se autoriza el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas, para la fecha en que la conjunción con la acción del exterior será ya fácil y favorable, que es durante la segunda quincena, no antes, del mes de Febrero.
II.-Se considera peligroso, y de ningún modo recomendable, todo alzamiento en Occidente que no se efectúe a la vez que los de Oriente, y con los mayores acuerdos posibles en Camagüey y las Villas.
III.-Se asegura el concurso inmediato de los valiosos recursos ya adquiridos, y la ayuda continúa e incansable del exterior, de que los firmantes son actores o testigos, y de que con su honor dan fe, en la certidumbre de que la emigración entusiasta y compacta tiene hoy la voluntad y capacidad de contribuir a que la guerra sea activa y breve.
Actuando desde este instante en acuerdo con estas resoluciones, tomadas en virtud de las demandas expresas y urgentes de la Isla, del conocimiento de las condiciones revolucionarias de adentro y fuera del país, y de la determinación de no consentir engaño o ilusión en medidas a que ha de presidir la más desinteresada vigilancia por las vidas de nuestros compatriotas y la oportunidad de su sacrificio, firmamos reunidos estas resoluciones en New York, a 29 de Enero de 1895.
En nombre del Gral. Gómez El Delegado del P. R. C. José Mayía Rodríguez José Martí Enrique Collazo